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Reportaje:

El pasado sigue vivo en Rumania

El país de Ceausescu se debate todavía en una zona de penumbra poscomunista

ENVIADO ESPECIAL Alexandru Ionescu está jubilado, pero dirige una revista universitaria para poder vivir. Hace cinco años, como periodista oficial número uno de Rumania, ponía cada día sobre la mesa de Ceaucescu un boletín confidencial, sólo para sus ojos, con los ataques de la prensa extranjera al régimen rumano. Se relacionaba también estrechamente con el entonces director de la Editora Técnica, Ion Iliescu. lonescu, 65 años, discrepa de la política que hace su amigo Ion Iliescu, hoy presidente de Rumania, pero supone que debe tener sus motivos".

La modesta suerte del ex director general de la agencia oficial de prensa y de la Radiotelevisión rumana no es la regla entre quienes ocuparon altos cargos en la dictadura desplomada hace cinco años. La calle, muchos periódicos, los sondeos y algunos políticos coinciden en que el dinero en Rumania está en manos de los nomenklaturistas, como se sigue llamando a quienes sirvieron al régimen en puestos de responsabilidad.

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El sociólogo Alin Teodorescu, presidente de la Fundación Soros, lo enuncia así: "La corrupción está en el sistema, que debe proteger su propia corrupción contra la de otros... Todos, lliescu y la llamada oposición democrática, pertenecen a la élite política del pasado. La estructura del poder es la del viejo orden, y ni unos ni otros quieren desmantelarla".

"El 90% de los millonarios que hay en Rumania son o antiguos comunistas o ex miembros de la Securitate [policía política de Ceaucescu]", precisa Petre Bacanu, director del diario independiente Romania Libera, en cuya Redacción se escribe a mano por falta de medios. "Ahora, poco más de 200.000 personas, la superestructura, van a comprarlo todo en la nueva ola privatizadora".

En su afán por equipararse rápidamente con sus vecinos de occidente, la insatisfacción de los rumanos no parece mitigada por el recuerdo de la aberración político-social en que estaban sumergidos hace solo cinco años. El telón de acero que antes de la caída del comunismo separaba nítidamente dos mundos se ha transformado hoy en una línea divisoria más sutil dentro del antiguo espacio geográfico comunista en Europa. A diferencia de algunos de sus vecinos -Polonia, Hungría o la República checa, embarcados de lleno en un proceso de modernización- Rumania permanece en una penumbra de destino incierto.

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"Antes no nos echábamos a la calle para no tener problemas con la milicia o la Securitate, ahora no lo hacemos para no perder el empleo, son dos formas de miedo", dice Radu, un joven oficinista que compra por necesidad en el mercado de Obor, el más barato de Bucarest, a pesar de que no se fia del género que le dan. "Dos cosas se han perdido irremisiblemente desde l989", añade Cristina, una profesional multiempleada: "El sentido, de la solidaridad que el miedo inspiraba durante la dictadura y las ganas de manifestarse. Ahora nadie protesta, aunque se tripliquen los precios y la carne sea igual de mala que entonces, aunque más variada".

"Los rumanos parecen anestesiados", confirma el líder opositor Nicolae Manulescu. La televisión oficial es la única fuente de información para la gran mayoría de un país con niveles educativos muy bajos, aunque haya varias emisoras privadas y una plétora de periódicos. "Pero el poder es insensible a la Prensa, alguna de ella muy crítica, porque no la necesita", asegura el periodista Bacanu. No hay ninguna censura sobre lo escrito, coinciden los responsables de diferentes medios, pero en su lugar funcionan las presiones económicas -el Gobierno controla el mercado del papel- o el simple acceso a la información oficial.

En la Plaza de la Universidad, de Bucarest, donde culminó el fin de Ceaucescu, se puede ver en grandes pintadas: "Monarquía, la salvación de Rumania", "Zona libre de neocomunistas". A juzgar por los centenares de miles de personas que se echaron a la calle en la Pascua de 1992 para recibir al ex rey Miguel, exilado en Suiza, no deben de ser pocos los que acarician un arbitraje monárquico. Pero el anciano rey es para Iliescu como el ajo para el conde Drácula. El presidente rumano, el hombre realmente al timón, consiguió que la Constitución de 1991 declarase Rumania una República por siempre jamás. Para algunos, el tema forma parte del desesperanzado universo rumano: "Después de la II Guerra Mundial los norteamericanos iban a ser los salvadores, ahora es el rey".

Sin, echar las campanas al vuelo, el primer ministro Nicolae Vacaroiu, designado en noviembre de 1992, destaca que "ha habido transformaciones radicales en los últimos cinco años. Hemos liberalizado el comercio exterior y, los precios y conseguido una situación macroeconómica estable. El sector privado genera ya más del 30% del Producto Interior y hay acuerdos muy importantes con el Fondo Monetario y el Banco Mundial". El FMI, una de cuyas misiones visita estos días Bucarest, va a proporcionar un balón de oxígeno de 720 millones de dólares, pero sus responsables no están convencidos de la determinación gubernamental para reestructurar la preagónica industria rumana.

Gobierno a la baja

Vacaroiu, un tecnócrata de 51 años que fue responsable de la planificación económica en el comité central del Partido Comunista, asegura que "la eliminación de subsidios a artículos básicos o la introducción del impuesto sobre el valor añadido eran medidas absolutamente necesarias, que en ningún sitio son populares". Para el primer ministro rumano, "lo mas difícil es cambiar la mentalidad de la gente tras 50 años de dictadura y economía planificada".Lo cierto es que dos sondeos de opinión independientes reflejan en los últimos meses una imagen muy mala del presidente Ion lliescu y del Gobierno, que ha sobrevivido en dos años a cinco mociones de censura porque la dividida oposición rumana esta trufada de personalismos. Nicolae Manolescu, jefe del partido liberal que aglutina a la principal coalición opositora, la Convención Democrática, explica así la crisis: "Rivalidades personales las hay en todas partes, pero nosotros carecemos además de experiencia en organizar partidos y alianzas. Y nos falta el espíritu de debate y de negociación".

lliescu, de 64 años, formó el partido gubernamental, la Democracia Social, meses antes de las elecciones del 92, sobre un modelo de clientelismo político. "El partido es él", dice su antiguo aliado Petre Roman: "Si mañana decide hacer otro nuevo, sus diputados desertarán en masa del anterior; él se presta a este juego poco democrático y su alianza con líderes xenófobos y agresivos es un juego muy peligroso". El Gobierno está apoyado en el Parlamento por dos grupos ultranacionalistas, el partido de la Gran Rumania y el de la Unidad Nacional Rumana, ambos con opiniones contundentes sobre el trato que ha de darse a las importantes minorías húngara o gitana en este país de 23 millones.

Para Manolescu hay en Rumania "una gran polarización política y social, reflejo de la polarizacion económica... Es tanta la corrupción y la desigualdad que esto rompe todos los puentes entre los ciudadanos". "Como en todas partes, hay corrupción concede el primer ministro Vacaroiu, "pero tenga en cuenta que se está poniendo en marcha todo un nuevo sistema legal y que las reformas de la justicia son siempre lentas". Menos caritativo es el director de Romania Libera: "El Gobierno es una asociación de viejas hienas nomenklaturistas, interesado únicamente en mantener sus antiguas relaciones mafiosas. Se necesitan seres humanos nuevos, jóvenes, sin corromper, que escuchen las necesidades populares". El juicio de Bacanu, sin embargo, muestra que la sociedad civil comienza a respirar en Rumania.

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