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¡Que vienen los húngaros!

Un grupo madrileño aprovecha el verano para rescatar a ritmo de mula el teatro de los juglares

Antonio Jiménez Barca

La función ha terminado. La gente del pueblo regresa a casa, cada uno con su silla. En la plaza sólo quedan los curiosos de siempre preguntando por esto o por lo otro (muchos sobre el carácter y los años de la mula Juana) y los cuatro actores, que desmontan el escenario. Guardan después los títeres y los trajes en una cesta, la cesta en un carromato, y el carromato, al paso de la mula, enfila, como cada noche, el camino de un río. Hoy se duerme bien al aire libre porque hace buen tiempo y porque se ha actuado."A pesar del agotamiento del día, si trabajas, cuando te metes en el saco, descansas, por la simple satisfacción", comenta David Virosta, uno de los cuatro integrantes de Teatro Elfo, de Madrid, que ha recorrido más de 300 kilómetros por tierras de Castilla llevando a los pueblos el teatro de la manera más antigua que existe: unos actores, un carro, una mula, un camino y un público al que buscar.

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Esto no quiere decir que el espectáculo que ofrece Elfo sea primitivo: son titiriteros y actores. Combinan los títeres con la representación de La cabeza del dragón, de Valle-Inclán.

"Si no lo hiciéramos bien, con profesionalidad, todo esto del carro no tendría sentido", comenta Juan Pedro Schwartz, de 28 años, otro de los integrantes. "Cuando te dedicas a esto puedes acabar en el elitismo; por eso está bien representar ante la gente del pueblo y convivir con ellos", añade.

En cuanto amanezca se pondrán de nuevo en camino. Al paso de la mula aprenden agricultura, geografía o zoología. La agricultura se la enseñan los mismos campos y las conversaciones que mantienen con los labradores que se tropiezan. La geografía, un mapa en el que trazan cada día la ruta a seguir, prefiriendo siempre los caminos a las carreteras. De la zoología se encarga un hermano de David experto en ornitología, que acompaña, por puro placer, al grupo. Armado con unos prismáticos persigue pájaros y luego adoctrina a los demás. Por eso no es extraña la frase de David: "Ocurren muchas cosas en una hora cuando la pasas andando".

Llegarán a cualquier pueblo pequeño y buscarán al alcalde, que puede estar en el campo trabajando, en el Ayuntamiento o en el bar. La gente les flama húngaros cuando los ve aparecer por la calle, y los más viejos les cuentan historias de cuando no había televisión y cada tres meses un carromato de gitanos traía al pueblo otro teatro parecido.

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"Aunque, sinceramente, lo que más les llama la atención es la mula; ahora es dificil ver animales en los pueblos", dice David. Tan difícil que últimamente han tenido problemas para encontrar un herrero y Juana empieza a padecer con las herraduras que lleva.

A los integrantes de Elfo una de las cosas que más les asombra es que los jóvenes no parecen interesarse por su espectáculo. "Es una mezcla de falta de curiosidad e ignorancia", cuentan.

El responsable de la obra, José Luis Duque, de 37 años y 15 en Teatro Elfo, explica que siempre le gustó lo de la filosofia del carro. "Acompañaba a mi padre, que era agricultor, en el carromato, y de ahí siempre he tenido la ilusión de recorrer los pueblos así", dice José Luis, que sueña con hacer lo mismo algún día en Latinoamérica.

"Esto es una forma de vida, no sólo una manera de hacer teatro; en Madrid hay siempre problemas, burocracias, líos", dice David. Con el carro todo es más simple, pero también más duro. Se trata de pedir al alcalde 20.000 pesetas, y si acepta bien, si no, pues más adelante hay otro pueblo. No en vano han actuado ya 18 veces. A las 20.000 pesetas hay que añadir las 10.000 o 15.000 que sacan de pasar la gorra.

El 24 de agosto volverán a preocuparse de las actuaciones en Madrid y de buscar subvenciones para seguir trabajando. Mientras tanto, si el alcalde en cuestión está de acuerdo, organizarán un pasacalle para anunciarse: los. húngaros han llegado, señores, saquen la silla (y algo de suelto). La función va a comenzar.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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