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Santa Colomba de Somoza: maragatos

Para todos los creyentes, y demás: "Una vez libre de tu envoltura carnal irás hacia el éter impalpable y serás inmortal. Un dios, dios imperecedero, en vez de un mortal".Hoy se celebra santa Isabel en Santa Colomba, pueblo que fue historia grande de maragatería, asentado en un ribazo del río Tunerizo, a 16 kilómetros de la amurallada Astorga. Atrás quedó Valdeviejas y también Murias de Rechibaldo, pueblo con empaque donde llegó al mundo y donde fue vecino Alfonso Barrientos, del que comenta Alonso Luengo en sus escritos que fue aupado a la leyenda y valentía de los maragatos por Mesonero Romanos en sus Escenas matritenses. Y de paso, camino de Santa Colomba, hemos ladeado también Castrillo de los Polvazares, el pueblo ya ruta turística y museo de la vivienda de los maragatos, de suelo enlosado, patio con corredores enmacetados y estancias a medida para lo que fueron los menesteres de la arriería que practicó este pueblo singular desde el siglo XVII hasta que la amanecida del ferrocarril hizo de su ingenio gentes del mundo, carniceros y pescaderos en Madrid y en otras plazas fuertes, y comerciantes que los convirtieron en ricachones de los que, hoy, disfrutan sus herederos. Santa Colomba de Somoza, ya. Todos saben aquí que éste es el pueblo de España que, proporcionalmente al número de sus habitantes, cuenta con más títulos universitarios, y esto desde que comenzó el siglo XX hasta el día de hoy. Nosotros hemos venido a Santa Colomba con esa pequeña dosis de ese algo inefable que es la poesía y que dicen es necesaria para oler a los maragatos, pueblo realista y simbólico, leal a ciencia cierta e inescrutable, nomada y sedentario. ¿Y desaparecido? Quedan al menos sus moradas autóctonas, su tierra ocre, las lomas cuajadas de arbustos y robledales donde asientan,44 pueblos sembrados en 400 kilómetros cuadrados. Y queda la mítica, o la mística, de maragatería. La de sus bodas rituales: "Los mandamientos de amor / te voy a cantar, paloma, / para que les des el sí y me lleves a la gloria". Y los trajes típicos de todas las fiestas que relata un libro, Los maragatos: "Sombrero de ala, bragas negras, cinto de colorines y sus leyendas, polainas y chaleco rojo es el vestir del maragato. Y la mujer: pañolón de merino y arracadas de plata con relicarios de oro y cuentas de coral, moño para el pañuelo blanco de soltería -virginidad- y para el rojo de la casada -maternidad sangrienta-, y el mandil bordado en colores, nunca funcional, sí ornamental; sobre la facha, delantal trasero que da al traje un talante sacerdotal de casulla bajera".

En Santa Colomba de Somoza este día de santa Isabel, retrasado desde julio por las vacaciones de sus hijos expatriados, los preciosos miradores de las casas, los balcones, y, claro, el Consistorio Municipal, lucen bandera roja y gualda. El pueblo y sus hijos de fuera bailan en la plaza; sólo dos mujeres con traje maragato resultan un borbotón de la historia, como aquel tamborilero que recorría el pueblo tocando la alborada con mozos que tañían las castañuelas. En la taberna El Puente, de Aurelio y de Teresa, se juega a la subasta, hoy, como lo hacen los 30 únicos vecinos que viven todos los inviernos de todos los años en Santa Colomba. Tal, don Antonio Franganillo Castro, 73 años sudados como esquilador y retratado por la escultura que es su faz tallada por arrugas y memorias; nos da cita para después de la partida; nos enseña un libro doblado, de 1931, llamado Santa Colomba de Somoza, su pasado y presente, escrito por el licenciado don Jerónimo Provanza, arcipreste de Somoza. Dice el libro que de 1604 a 1929 40 sacerdotes "han desempeñado la cura de almas en esta parroquia". Don Antonio, marido desde siempre de Elena Blas Martín, se encoge de hombros cuando se mientan los maragatos; tiene la única caballería del pueblo, una burra para tirar de un carro con el que transporta la leña y el carbón; ceba dos cerdos para la matanza que cura en su casa de 11 habitaciones; tiene teléfono y televisión, pero no le gustan los programas: "Esas desnudas y esas hablas de política... "; quiere vivir muchos años, "pero, claro..., tenemos el cementerio al lado de casa".

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