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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Idus de marzo

LOS RESULTADOs de las elecciones italianas del pasado marzo han sido, cuando menos, peculiares. Mientras la coalición derechista que dirige el magnate televisivo Silvio Berlusconi obtenía el aplastante control de la Cámara, en el Senado quedaba sólo al borde de la mayoría absoluta. Misterios, quizá, del nuevo sistema electoral, que combina un fuerte planteamiento mayoritario con un elemento correctivo de carácter proporcional. Pero ocurre que el Senado italiano tiene las mismas prerrogativas que la Cámara baja para la aprobación de las leyes, es decir, que Berlusconi, presumiblemente el próximo presidente del Consejo, sin mayoría en las dos asambleas ni aliados externos, no lo va a tener nada fácil para gobernar.Así quedó de manifiesto con la elección este fin de semana de los presidentes de ambas asambleas: en la Cámara baja, la candidata de la Liga Norte, Irene Pivetti, se imponía con verosímil comodidad, mientras que en el Senado salía Carlo Scognamiglio, de Forza Italia, el partido de Berlusconi, por un solo voto de ventaja sobre el candidato de la oposición, el republicano Giovanni Spadolini. Las diferencias, por añadidura, en las filas de la coalición sobre las elecciones en la Cámara alta anticipan lo que pueden ser notables asperezas a la hora de formar un Gabinete y ponerlo a trabajar.

Berlusconi, con mano fácil para el pacto interpartidos, salvo en el alivio de su acendrado anticomunismo, estaba dispuesto a dar sus votos a Spadolini, cualquier cosa menos una fiera de la izquierda. Otro tanto decía el tercer polo del tríptico vencedor, el neofascista Gianfranco Fini, que tiene todavía menos reparos por mor de conseguir algunas carteras en el próximo Gabinete. Pero Umberto Bossi, el líder de la Liga, había exigido que todos los presidentes pertenecieran a partidos de la mayoría vencedora. El jefe del federalismo italiano es hoy, por ello, el principal obstáculo para que Berlusconi, su aliado y líder de la coalición, gobierne en paz.

Bossi ha obtenido más escaños en la Cámara que el propio conductor de Forza Italia, pese a sacar apenas algo más de un tercio de los votos conseguidos por el partido de Berlusconi. La concentración de sus sufragios en el área lombarda y aledaños, en contraste con la dispersión de los de su compañero y competidor en todo el país, ha hecho que, gracias al sistema mayoritario, sea posible ese regular embrollo. Y, para existir, Bossi tiene que mantenerse siempre en candelero; la imagen que ha tratado de dar a la opinión ha sido la de la conciencia democrática del nuevo poder, la del revolucionario que quiere dar a Italia una nueva forma de Estado, el federalismo; y que, por ello, ha de vigilar sin descanso a sus compañeros de invento porque, como dice, o no son demócratas -los neofascistas- o no son nada -Forza Italia- Por eso Bossi no ha hecho apenas más que empezar su guerrilla intestina con la elección para el Senado.

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Berlusconi sólo puede hallar la solución a esos previsibles problemas de gobierno haciéndose con los votos en las Cámaras de algún partido menor. Atraerse a la renovada Democracia Cristiana, apellidada ahora Partido Popular, es su próximo objetivo. Pero, nuevamente, Bossi es más que probable que tenga algo desagradable que decir llegado el momento. Como que no quiere saber nada de antiguos perros con recientes collares, o algo por el estilo, pongamos por caso.

Silvio Berlusconi puede hallarse tras la formación de Gobierno en una posición nada cómoda. El Senado, desobediente, y Bossi, negándole margen de maniobra para trabajar. Está, por todo ello, bien claro quién perdió en esos idus de marzo electorales, pero no tanto quién ganó. O para hacer qué.

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