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Tribuna
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Materia para pensar

¿Tiene algún sentido declararse de izquierdas en la Europa occidental de este final de milenio? A tenor de las últimas experiencias de gobierno de algunos partidos socialistas, mucha gente siente la tentación de responder a esta pregunta con una amarga negativa. La sacralización del consenso y el pragmatismo, la aplicación militante de la ortodoxia monetarista y el fracaso ante los cánceres de la corrupción y el desempleo justifican el despecho de muchos. Un despecho que, de modo inconsciente, sirve a la causa de los populismos que proclaman que todos los políticos, de derechas o de izquierdas, son igualmente sinvergüenzas.Jean-Marie Colombani, el flamante director de Le Monde, adopta otra actitud. En su último ensayo, La gauche survivra-t-elle aux socíalistes?, Colombani esgrime un pesimismo activo. Constata el periodista que la izquierda democrática -la francesa en particular y la europea en general- ha salido malparada de la caída del comunismo y las experiencias de gestión socialdemócrata de los años ochenta. Se encuentra sin valores propios y sin crédito moral.

Su travesía del desierto será larga, pero algunos elementos permiten adelantar que no infructuosa. Tras haber pasado un terrible purgatorio en la época triunfal de la revolución conservadora de Reagan y Thatcher, dos grandes socialdemocracias, la británica y la alemana, han comenzado su reconquista del poder. Achille Ocehetto parece estar consiguiendo la conversión del comunismo italiano en una socialdemocracia prometedora. Incluso los maltrechos socialistas franceses levantan cabeza. El pasado domingo, el Partido Socialista (PS) de Michel Rocard obtuvo en unas elecciones cantonales casi un 10% más de sufragios que en las desastrosas legislativas de marzo de 1993.

Al sur de los Pirineos son otros el calendario, el ritmo y las preocupaciones. A diferencia de la mayoría de sus correligionarios europeos, los socialistas españoles están en el poder. Conservarlo y renovarse en profundidad debe ser una tarea harto difícil. Británicos, alemanes y franceses -al igual que los demócratas norteamericanos- han necesitado una cura de oposición para afrontar una verdadera refundación. Por el contrario, el 33º congreso del PSOE ha dejado la impresión de que escaseó la autocrítica y no fueron particularmente profundos ni brillantes los debates sobre nuevas concepciones ideológicas y políticas.

Ni el modelo económico ni Europa definen ahora fronteras claras entre la derecha y la izquierda. La socialdemocracia tiene claro que el mercado es el mecanismo menos malo para generar riqueza y combate en primera línea por la ampliación y profundización de la construcción europea. Sus puntos de referencia específicos deben proceder de otras partes. Colombani propone una reconciliación entre el socialismo y el individuo. En sintonía con el pensador norteamericano John Rawls, el director de Le Monde sitúa el porvenir de la izquierda en los valores de libertad y solidaridad de las clases medias, las hegemónicas en las democracias occidentales.

La publicación en Francia del libro de Colombani ha coincidido con la de un interesante ensayo de Pierre Moscovici, tesorero y una de las jóvenes promesas del PS de Rocard. Inspirado por los economistas neokeynesianos, Moscovici afirma en A la recherche de la gauche perdue que la competitividad no depende tan sólo, como piensan los ultraliberales y sus epígonos socioliberales, de la desregulación, el rigor monetario y la baja de los costes salariales, sino también de factores sobre los cuales es posible una positiva acción estatal: la inversión industrial, la formación de capital humano, la investigación científica y las infraestructuras públicas.

Al norte de los Pirineos hay gente que invierte su materia gris en el aggiornainiento del pensamiento de izquierdas. Sin duda, también al sur. Pero aquí cabe una inquietante pregunta: ¿lograrán los verdaderos renovadores españoles que los imperativos de amortiguar las querellas internas y mantenerse en el poder no les hagan perder el tren de la historia?

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