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Tribuna
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Un aviso sobre la economía británica

La economía británica inauguró la era Thatcher en 1980-1981 con una fuerte recesión (caídas del PIB del 1,9% y del 1,2%) -a pesar del petróleo del mar del Norte, que la libró del choque, depresivo que sufrieron los países no productores-, pero a partir de 1983 y con más fuerza desde 1985 hasta 1988, disfrutó de un rápido crecimiento, con ritmos que el país ya no recordaba haber tenido en este siglo. En suma, entre 1981 y 1990, el Reino Unido consiguió aumentar su PIB, en términos reales, un 31%, e(actamente lo mismo que el conjunto de los 12 países hoy miembros de la Unión Europea. Visto el pobre récord británico de posguerra, hay que considerar esta paridad como una hazaña debida al optimismo y a las hormonas de crecimiento inyectadas por el Gobierno de Thatcher, que repercutieron en altas tasas de inversión durante ocho años y renovaron la máquina productiva del país.Luego, la economía fue desacelerándose en 1989 y 1990, para sufrir la más fuerte y larga recesión de los grandes países europeos en 1991 y 1992, con una caída conjunta de su PIB de 2,8 puntos. Esto le ocurrió antes de que el resto de los países de la Unión Europea entrase en la recesión de 1993 y, curiosamente, en concordancia de fase con Estados Unidos -donde la recesión fue más corta- y con Canadá, Australia y Nueva Zelanda, como si los lazos con sus antiguas colonias fuesen todavía determinantes. Esa precocidad de la crisis ha hecho que también en el Reino Unido se haya adelantado respecto a Europa continental la recuperación: en 1993 el PIB ha crecido un 2%, y hay fundadas esperanzas de que crezca cerca de un 3% en 1994, el doble de lo esperado para el conjunto de la Unión Europea. Al mismo tiempo, la inflación -medida por el deflactor del consumo, ya que el IPC británico es engañoso por contener absurdamente el tipo de interés de los créditos hipotecarios -ha ido descendiendo desde el 7,1% que alcanzó en 1991, en lo más duro de la recesión, hasta el 5% en 1992 y el 3,5% en 1993. Su balanza de pagos por cuenta corriente también ha mejorado mucho y, en vez del déficit del 4,4% y 3,4% del PIB que tuvo en 1989 y 1990, ahora los tiene entre el 1,5% y el 2% del PIB. El único factor negativo es que el gasto público ha vuelto a dispararse y el déficit de las administraciones públicas fue del 6,2% y del 8,2%, del PIB en 1992 y 1993 (en España, del 4,6% y del 7,1% en los mismos años).

Como es comprensible, esas firmes y tangibles muestras de recuperación, cuando el resto del continente está todavía saliendo lentamente del fondo de la recesión -que se alcanzó en la primera mitad del año pasado-, está insuflando de nuevo cierto optimismo a los británicos sobre su economía, como, el que esperamos nos embargue a los demás dentro de año y pico. El optimismo político está más bajo que el otro en el Reino Unido gracias a John Major y a su equipo -que no parecen ahijados de Lady Thatcher- y, desde luego, el gran eslogan de "vuelta a los principios", esto es, de vuelta a la hipocresía victoriana sobre el sexo, la religión, el comercio, etcétera, en que cifraban muchas esperanzas los tories, tiene toda vía menos probabilidades de imponerse. Afortunadamente para todo aquello que tanto amamos y admiramos de Gran Bretaña.

Ello no obsta para que, recrecidas la moral y las ganas de dar lecciones por la mejora económica referida, The Times -al que inolvidablemente se referían siempre las novelas de Julio Verne como el "sesudo diario londinense" -nos haya lanzado a los españoles un serio e incluso fúnebre aviso que nos tenemos merecido.Nos advierte el periódico -y, lo que es peor, advierte a los inversores extranjeros- de que si seguimos como en 1993, con inflación alta, déficit público duplicado, salarios, creciendo casi al 7% cuando el paro se aproxima al 24% de la población activa, más huelgas generales, nuestra economía se encaminará hacia la tercera fila de la Unión Europea.

The Times tiene toda la razón. Aunque, por otra parte, no hace sino repetir lo que nos decimos a nosotros mismos los españoles todo el rato -con excepciones seudokeynesianas inasequibles para la realidad-, demostrando, una vez más, que. el diagnóstico en economía, con ser dificil, lo es infinitamente menos que aplicar los remedios requeridos. Por ello, no quiero hoy cargar la mano sobre nuestras culpas y los males que éstas han traído, pues en economía, lo mismo que en el Antiguo Testamento (antes de que los hebreos se trajesen del exilio en Babilonia la creencia en el paraíso y en el infierno), Yahvé castiga en esta vida y rápidamente. Creo que tanto británicos-como españoles podemos y debemos sostener el desafío que nos plantea la unión económica y monetaria y el duro vivir que supone lo que Paul Samuel son describe como "estar en la cama con un gorila (Alemania)". Ya nos ha dado este primate un cruel apretón, acentuando la crisis económica con tipos de interés al tísimos, en vez de pagar más impuestos con que financiar la reunificación. Ni si quiera los alemanes están ya dispuestos a pagar más impuestos para engrandecer la patria, ni menos aún los Gobiernos convervadores a subirlos.

Pero debemos sacar arrestos de lo que hemos conseguido en un pasado no lejano y me atrevería a devolver el favor a The Times animando a los británicos con ciertos éxitos de un país de talla media como España y mal dotado de recursos por la naturaleza y por la historia.

Hagamos, por ejemplo, comparaciones de la evolución de los PIB europeos en las últimas tres décadas -los fenómenos históricos importantes hay que tomarlos con perspectiva- y hagamoslas bien, convirtiendo las monedas con un patrón de paridad de de poderes adquisitivos y no con los tipos de cambio corrientes que estos días han utilizado para acongojamos los nada sesudos analistas que creen que las tres devaluaciones de la peseta nos han empobrecido un 17% (si fuera así, sería fácil enriquecerse sin crecer pero subiendo los tipos de interés y apreciando el tipo de cambio).Los cuadros adjuntos, sacados de fuentes comunitarias, que cada año difunde el Banco de España como anexo a su Informe, permiten sacar algunas conclusiones interesantes (aunque sólo llegan hasta 1992, el triste año siguiente no variará sustancialmente el panorama a largo plazo).

La comparación de PIB como porcentaje del total de los 12 miembros de la UE muestra que España ha sido el país que más ha aumentado su peso relativo (un 40%, del 6,5% al 9,1%), seguido por Francia (+ 16%) y de Italia (+9,7%), mientras la antigua Alemania Federal lo mantenía prácticamente y el Reino Unido lo disminuía en un 31%. Esto es así tanto para el periodo 1960-1992 como para el subperiodo 1983-1992, posterior a las crisis del petróleo que hicieron retrasarse a España. Por decirlo de otra manera, la economía del oeste alemán, que equivalía a 3,6 veces la de España en 1960, ahora equivale a 2,6 veces ésta; la francesa y la italiana han pasado entre esos años de representar 2,5 veces la española, a dos veces la británica, que suponía un PI casi cuatro veces (3,7 exactamente) el español en 1960, hoy equivale a 1,8 veces el de 1992.

Una visión semejante dan la comparación de PIB por habitan te (en porcentaje de la media comunitaria) y el gráfico que la re presenta. El Reino Unido tenía esta magnitud un 29% por encima de la media comunitaria e 1990, y hoy, un 5% por debajo esto es, su PIB per cápita relativo ha perdido un 26% en 32 años; en el mismo periodo, el español creció un 29%; el italiano, un 12,9% el francés, un 9,3%, y el alemán un 0,5% respecto a la media comunitaria.

En el gráfico se percibe el declinar (en términos relativos) de PIB por habitante del Reino Un¡ do entre 1960 y 1980, su mantenimiento en la década de Thatcher en el promedio comunitario y la nueva caída al 95% entre 1990 1992 (que se habrá corregido ligeramente en 1993 y este año). En caso español, Son visibles el as censo en los años del desarrollo la caída de 10 puntos por efecto de las crisis del petróleo, que no han sido todavía completamente recuperados en los siete años siguientes, pese a haber sido el país con mayor crecimiento del PIB relativo por habitante entre 198 y 1992.

Incidentalmente, también e consolador observar que las distancias en renta per cápita se acortan en Europa occidental contra la teoría pesimista según la cual la apertura arancelaria y encarnarse con gorilas" aumenta las desigualdades. Entre España y el país más rico en 1960 (Reino Unido) había 69 puntos distancia, mientras sólo hay puntos entre España y el más rico de 1992 (Alemania). Lo mismo ocurre si se consideran Grecia y Portugal, que eran y son los países de menor renta por habitante en Europa: la distancia se h acortado de 90 a 70 puntos, si incluye Grecia, o de 90 a 61 p tos, no incluyéndola.

Pienso que el acortamiento distancias entre los países europeos desarrollados debe seguir siendo un estímulo y fuente de confianza para los primeros y aviso para que los segundos no se duerman

Alemania, con toda su potencia no hubiera aumentado su peso económico en la CEE en estos 3 años de no ser por la unificación (con lo cual habrá pasado de poner un PIB 2,6 veces el español tenerlo de tres veces). Y es un fenómeno muy notable que el Reino Unido, pionero en el espíritu de empresa y en la revolución industrial, con una ciencia y un tecnología de vanguardia todavía en 1945, haya disminuido su peso económico en Europa occidental un 31 % desde 1960.

Sin embargo, los españoles junto a ese récord de crecimiento real de nuestra economía, que un éxito colectivo notable que salta a la vista en los cuadros, debemos recordar continuamente que tenemos el palmarés más negro en materia de empleo de toda Europa, incluidos Portugal y Grecia. Este es nuestro mayor más difícil problema y, aunque sólo fuera por él, debemos bajar la cabeza ante el varapalo de The Times y envidiar al Reino Unido que en los momentos peoresde este ciclo no ha pasado de un 10 de desempleo y que, en los mejores, ha sido capaz de reducirlo menos del 7%. Algo habrá ciertamente que aprender.

fue ministro de Hacienda.

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