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CINE 44ª BERLINALE

Brian de Palma se recupera un poco en 'Carlito's Way' de sus últimos fracasos

Acaba el festival con sólo cuatro películas dignas de mención

ENVIADO ESPECIALAyer finalizó sin pena ni gloria la sección oficial de una Berlinale que, de entre una treintena programada, sólo ofreció cuatro películas dignas de consideración, la cubana Fresa y chocolate, y tres europeas: la polaca Blanco, y las británicas En el nombre del padre y Ladybird, ladybird. La alta calidad de estas cuatro obras contrastó con el bajo nivel de las restantes, que consiguió ayer elevar algo Carlito's Way, donde Brian de Palma se recupera un poco de sus dos últimas y terribles meteduras de pata, pero en la que peca de un exceso de tendencia a la facilidad y a la concesión a la galería.

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Un balance, por tanto, muy desequilibrado el que ofrece retrospectivamente esta edición de la Berlinale. Sólo se salvan Queridos amigos, de Mario Monicelli; Philadelphia, de Jonathan Demme, y la coreana de título intraducible Hwaomkyung, que merecerían entrar hoy en el reparto de los premios de consolación. Pero en este festival hay antecedentes que hacen temer que se produzcan a última hora en el jurado increíbles transacciones y cambalaches, por lo que no sería extraño ver también en la lista de premios al intragable ejercicio de formalismo hueco que hace Alain Resnais en Smoking, no smoking, y alguna de las dos catástrofes vestidas de celuloide que nos han colocado los anfitriones alemanes ante las narices.La tercera margen del río, película brasileña dirigida por Nelson Pereira dos Santos, uno de los veteranos del cinema novov brasileño de los años 60, quedó dentro del montón; y la rusa El año del perro, dirigida por Semion Aranovich, aunque está interpretada, tan maravillosamente como siempre, por Inna Churikova, dura dos siglos y medio cuando su argumento da de sí por los pelos para hora y media.

Cerca de dos horas y media dura también Carlito's Way. Brian de Palma parece que esta vez ha perdido algo de su habitual contención y sentido de la síntesis, de manera que mete en la pantalla mucho celuloide innecesario, lo que en su caso parece un síntoma de inseguridad, justificado por la falta de éxito de su trabajo a partir de Los intocables y por los estruendosos fracasos de sus dos últimas películas, La hoguera de las vanidades y Raising Cain, donde quiso hacer obras más personales que los refritos que le dieron fama y le salieron unos emplastos históricos.

Ahora, escaldado por estas desdichadas incursiones en la cosa intelectual, Palma retorna a lo suyo: al plagio como sistema, al refrito y al género imitativo. El maestro Palma vuelve así a su verdadera dimensión de discípulo. Y mejora: hace una película de gánsteres con todos los ingredientes y logra que Al Pacino y Sean Penn logren un buen trabajo. Divierten y esto no es poco, pero lo hacen más con pirotecnia que con cine. Es una obra de grandes vuelos, pero menor: bien hecha y organizada, con una larguísima pelea final a tiros trepidante y bien graduada, que despertó al abundante personal que estuvo dormitando durante las dos horas que preceden a este alarde de fuegos artificiales.

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