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Lo nuevo y lo viejo en la crisis italiana

Juan Arias

Hablando con los italianos se advierte que están confundidos y desorientados ante las elecciones. Por eso, no extraña que a 40 días del voto más del 70% no haya decidido aún por quién votar. Y es que iba a ser ésta la primera vez en 50 año s que se hubiese podido decidir entre un grupo progresista o uno conservador, gracias al cambio de la ley electoral de proporcional a mayoritaria. Pero la ley es complejísima y ya se calcula que podrán salir de las urnas hasta 10 partidos. Por lo pronto, se presentan tres grandes bloques: la derecha de Berlusconi-Bossi, la izquierda de Occhetto-Orlando y el centro de Martinazzoli-Segni.La revolución judicial realizada por los magistrados de Milán ha barrido a la mayoría de los líderes políticos tradicionales y ha obligado a romperse a los mayores partidos, naciendo otros nuevos. Ahora lo lógico sería que los electores pudieran distinguir entre lo nuevo y lo viejo a la hora de votar. Pero la cosa no parece tan fácil. De ahí la desorientación, porque los líderes de los tres grandes grupos que se presentan a las elecciones se acusan los unos a los otros de ser lo viejo. Y los tres se adjudican a su vez el carisma de la novedad. Nadie acepta ser ni de izquierdas ni de derechas.

Y para demostrarlo se ha desencadenado una verdadera guerra conducida por los seis canales de televisión: los tres públicos de la RAI, que apoyan fundamentalmente a Occhetto y compinches, y los tres privados de Berlusconi, que lógicamente están con él y los suyos. ¿Y la gente qué dice? Si hablas con los progres, te dicen que la verdadera novedad consiste en que por primera vez la izquierda podría llegara al poder en Italia, aunque sea una izquierda variopinta como la de Occhetto. Los conservadores responden que si hay algo viejo son los ex comunistas, herederos del viejo modo de gobernar de pactos y compromisos subterráneos y que con ellos se dispararían la inflación y el gasto público.

Según los conservadores, la bandera de lo nuevo la tienen Berlusconi y Bossi, porque fue la Liga la que hizo abortar el viejo régimen y creó un nuevo lenguaje político, y porque Berlusconi es un empresario inédito en la política, moderno, que sabe usar las nuevas tecnologías de los medios de comunicación. Pero, claro, los progresistas responden que si hay alguien que representa la continuidad del viejo régimen ése es Berlusconi, que hizo su fortuna y consiguió las tres televisiones gracias a su amigo Craxi, hoy superdesprestigiado.

Y por lo que se refiere al centro del buen Martinazzoli y del pacífico Segni, tanto progresistas como conservadores afirman que ambos son hijos legítimos de la vieja Democracia Cristiana, a cuyos pechos se alimentaron desde que nacieron, y que son tan viejos y miedosos que no se han atrevido a elegir si estar con el grupo progresista o con el conservador.

Todo esto hace que el elector simple no sepa por dónde salir, que la campaña electoral se presente encarnizada y que muchos teman que pueda acabar en guerra de todos contra todos sin excluir la aparición del terrorismo y de la Mafia.

El gran error sería hacer una campana contra un comunismo que no existe, o contra un fascismo que ya está pasado de moda. Y sería grave que ese miedo empujase a los partidos a volver al viejo régimen de alianzas, creador de tanta corrupción al haber impedido una real alternancia de poder.

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¿Llevará razón el agudo escritor Enzo Biagi cuando dice que lo único seguro es que después de las elecciones "ya nada podrá ser igual que antes en Italia", o bien Eugenio Scalfari, director de La Repubblica, que acaba de escribir que el problema de fondo de los italianos es que quieren cambiar, pero a lo Gattopardo, es decir, "para que todo quede como antes"?.

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