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Se vende el cine más taquillero y golfo de España

"No podía seguir así", alegan los dueños de la sala Carretas

"Se vende edificio y local comercial". Éste es el cartel, sobre la fachada del cine Carretas, que anuncia la futura desaparición de una de las salas más conocidas de Madrid, aunque no por motivos cinematográficos.La señora María, la taquillera, que lleva cincuenta años despachando entradas, dice que los propietarios -Compañía Cinemas, SA- están gestionando la venta con una empresa catalana. "Aunque no sabemos qué ocurrirá finalmente; a ver si hay suerte y cobramos una buena indemnización". Los dueños afirman que aunque el cine es rentable "no puede seguir así".

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El Carretas, construido por los arquitectos Fonseca y Sanz de Bergue, se inauguró en 1935, un año antes de que los primeros bombarderos comenzaran a sobrevolar el centro de la ciudad. Aunque no interrumpió las proyecciones. En 1993 fue, por número de espectadores, la primera sala de España.La vieja taquillera recuerda con añoranza los años en que acudía "gente decente al cine, parejas formales, familias con niños ... ; entonces costaba 60 céntimos. También venía mucha gente de los pueblos que traía cestas con huevos y con chorizos para venderlos en la capital". Aquel Carretas que Camilo José Cela sacó a relucir en algunos relatos de posguerra, y su público tienen muy poco que ver con el actual. "Todos los que vienen son homosexuales", sentencia el operador del cine, "todos menos los que trabajamos aquí, claro", se ríe.

Son las diez de una fría mañana de invierno, y mientras el Madrid bullicioso y trabajador gira en tomo a la Puerta del Sol, un grupo de jóvenes trasvestidos con aspecto de haber pasado la noche en la calle se agolpan, esperando su apertura inminente, contra las rejas del cine. Desde que éstas se descorran hasta las doce de la noche, hora aproximada del cierre, el vestíbulo conocerá un continuo trasiego de gentes, miradas oblicuas que parecen prestar menos atención a las carteleras que a quien se sitúe a su lado.

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En el descansillo interior, sobre las paredes desconchadas, un cartel casi ilegible por la acción del tiempo establece la prohibición "por orden gubernamental, de formar corrillos y estacionarse en pasillos y lavabos, atendiendo a razones de seguridad e higiene". Todos desobedecen.

Los asientos del cine, salvo cuatro o cinco, aparecen vacíos; por los pasillos deambulan varios individuos que pasean tranquilamente, como si estuvieran en el Retiro.

Es al fondo de la sala, bajo el ventanuco del que fluye el chorro de luz del proyector, donde se ha concentrado todo el público. "Antes, cada media hora entraba el acomodador con la linterna, a dispersar el mercadillo que se forma al fondo, pero ya les hemos dejado por imposibles; con que paguen la entrada tenemos bastante, luego que hagan lo que les dé la gana".

Fuentes de la compañía declaran que la intención de venta no se debe a que sea deficitario "es que eso no puede seguir así". "Últimamente el negocio ha bajado algo, pero entre todos los que entran y salen y vuelven a entrar, hemos llegado a hacer unas 2.000 entradas diarias", comenta José, que es el encargado de romperlas en la puerta.

Claro que, nada más pasar, muchos tiran la entrada al suelo; el 80% de los clientes son casados y no se van a arriesgar a que su mujer, mirándoles los bolsillos, les pregunte: "¿Pero tú que hacías en el cine Carretas?". Ése es el motivo, el deseo de anonimato, de que la mayoría de los robos y agresiones cometidos en su interior no se denuncien.

Normalmente el Carretas suele ser mero lugar de encuentro; hay un bar en el descansillo donde las nuevas parejas contactan y se cuentan su vida, y que, al decir de los empleados, también funciona muy bien, pero no se descarta que si a alguno le corre mucha prisa, los servicios se ofrezcan in situ, en los lavabos o en algún rincón oscuro de la sala.

José, que lleva ya 10 años cortando las entradas, dice haber desarrollado un instinto especial para distinguir las inclinaciones de quien se acerca a la puerta. "Rara vez me equivoco. A veces es un señor que viene por una película, a veces un matrimonio despistado; y yo entonces tengo que advertirle, no vas a decir: 'Anda, pasa y, que te jodan ahí".

Aparte de los homesexuales, también suelen entrar vagabundos, con el bocata y la botella y se pasan el día dentro hasta la hora de ir al albergue". Un Madrid sórdido, sí, el que desaparecerá con el cierre del Carretas, pero a la vez toda una institución madrileña, como puedan serlo la Mallorquina o Doña Manolita. El Carretas es ya todo un clásico.

Una especie de local en extinción que tuvo su apogeo en aquellos años en que, más que a una película determinada, se iba "al cine" a ver cine, aunque hasta en eso haya sido el Carretas una excepción.

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