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Entrevista:

"La burguesía italiana prefiere el caos a la reforma"

Turinés de 56 años, milanés por formación y crianza política, siciliano por la importancia que el desempeño de la secretaría comunista en la isla tuvo para su carrera como cuadro, Achille Occhetto fue el artífice de la autodisolución del Partido Comunista Italiano (PCI), la formación de izquierda más votada de la historia. Ello le ha costado una escisión, enfrentamientos y polémicas. Pero hay algo que no se le puede negar: en estos momentos difíciles, cuando las investigaciones sobre corrupción han hundido a toda una clase política, es el único dirigente de la I República que se mantiene como protagonista.Pregunta. ¿Se siente un superviviente?

Respuesta. Podría sentirme como un superviviente si no hubiera sido el único político que asumió la caída del muro de Berlín como algo que no sólo afecta a la crisis del comunismo, sino que cambiaría la política tanto en el Este como en el Oeste. Creo que esa intuición importante nos puso en la situación singular de ser la fuerza de la vieja república que primero vio la necesidad del cambio. Y diría que, fundamentalmente, esto es algo que se nos reconoce. Naturalmente, también nosotros pagamos el precio de haber participado en alguna medida en la fase de consenso de la política italiana. Pero no como el que ha gobernado. No hemos tenido nada que ver con el sistema de poder, que era un sistema construido contra nosotros, como resulta claro hoy, cuando se ha visto que los grandes empresarios públicos y privados distribuían billones y billones de liras a los partidos del Gobierno y no al PDS.

P. En cualquier caso, Italia ha sufrido durante este año un cataclismo que unos califican de revolución y otros interpretan como un simple arreglo de cuentas entre la gran industria y los políticos de un sistema basado en las comisiones ilegales que ya no servía a las empresas.

R. Hay parte de razón en las dos posiciones. Hay una toma masiva de conciencia que tiene el carácter de lo que se ha llamado una revolución pacífica y que consiste en advertir los males del viejo sistema y desarrollar la voluntad de cambiarlo. Pero como ha ocurrido otras veces en la historia de Italia, hay también quien quiere utilizar este proceso de revuelta para llevar a cabo una especie de revolución pasiva, utilizando el impulso hacia el cambio para frenarlo en un cierto punto y reducir el cambio simplemente a un relevo de personal político dentro de los mismos grupos de poder.

P. Cuando los magistrados callan, como ocurre ahora, las noticias cesan. La política no parece capaz de evolucionar ni de renovar el sistema.

R. En esta confusión veo una responsabilidad fundamental, y es el viejo vicio de la burguesía italiana, que en el momento en el que hay un tránsito, ante una hipótesis reformista, prefiere el caos y quizás una solución irreversible y aventurada. Ya a comienzos de siglo la burguesía italiana se orientó hacia el fascismo cuando Turati abrazó la vía reformista. Hoy despliega una especie de anticomunismo sin comunismo. Se comporta como si nada hubiera cambiado, aunque, tras la caida del muro, no hay ya fuerzas comunistas. El enemigo principal para algunos de esos sectores no es el extremismo de izquierdas ni el extremismo de la Liga Norte, sino el reformismo que nosotros encarnamos.

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P. Visto desde fuera, una salida anticonstitucional parece imposible, sobre todo en un país como Italia, donde los militares cuentan poco.

R. No pienso en términos de golpe militar ni cosas de ese tipo. Pienso en la posibilidad de que las fuerzas conservadoras consideren más útil que se prolongue la situación de confusión hasta que se llegue a un nuevo equilibrio entre revoltosos de la Liga y una parte del antiguo grupo dirigente.

P. ¿Las elecciones son el medio para salir de esta crisis?

R. Las elecciones son fundamentalmente un paso obligado, dado que este Parlamento no tiene ya legitimidad política ante el país. Y no sólo porque haya en él tantos investigados por presuntos delitos, sino porque las relaciones de fuerza en este Parlamento están a años luz de las relaciones reales de fuerza en el país, que, debido a ello, no puede sentirse representado. Ante esa falta de autoridad moral, resulta natural que otros cuerpos, como la Magistratura por una parte o -lo que es evidentemente peor- cuerpos subterráneos, oscuros, que han operado siempre en la vida política italiana, asuman de hecho el poder real gracias a un juego político que no precisa de aventuras militaristas.

P. ¿Cuándo cree usted que se celebrarán esas elecciones?

R. En primavera. Pero, naturalmente, pienso que no serán resolutivas, ya que no se aprobó una ley electoral a la francesa que obligase a elegir directamente entre dos grandes bloques. Por ello, tendremos una segunda fase de la transición para completar el reordenamiento institucional. A falta de mayoría, será de nuevo necesario un Gobierno de transición, ya que cualquier coalición entre las fuerzas principales -Liga, DC y PDS- puede ser prácticamente excluida. Tendrá que ser un Gobierno de una gran personalidad, al que nosotros aportaremos elementos si se llega a un acuerdo sobre el programa social y las reformas institucionales.

P. ¿Podría ser un segundo Gobierno de Carlo Azeglio Ciampi?

R. Es demasiado pronto para decirlo, pero podría ser hecho con hombres del Gobierno de Ciampi.

P. Entretanto, la Liga Norte sigue creciendo.

R. Un error de las viejas fuerzas centristas y de las neocentristas es querer aplazar las elecciones con objeto de poder organizarse y así impedir la victoria electoral de la Liga Norte. Hay que hacer exactamente lo contrario. La Liga es un movimiento de protesta de una fase coyuntural en el que convergen los que tienen algo de qué protestar. En cuanto se pone a la Liga frente a sus responsabilidades, ésta entra en crisis.

P. Por lo que se refiere a la DC, ¿puede usted imaginar una Italia sin un partido confesional?

R. Creo que es difícil imaginar una Italia con una Democracia Cristiana como la que hemos conocido desde 1945, ya que ése ha sido un partido íntimamente ligado a la división del mundo en dos bloques. Tenía una función de centro moderador vivido también como salvaguardia frente al peligro comunista, lo que permitía ese absurdo del partido pillalotodo, capaz de meter en el mismo cesto al diablo y al agua bendita. A Zacagnini y a Andreotti. Hoy pienso que podrá seguir existiendo una presencia política de los católicos, incluso organizada. Pero como tendencia, los católicos se polarizarán frente a experiencias de política progresista y de política moderada.

P. ¿Ni siquiera el apoyo de la Iglesia puede impedir esa fractura?

R. Si la opinión de la Iglesia fuera decisiva, estaría ya destruida la Liga.

P. ¿Cuáles serán los puntos emblemáticos, los caballos de batalla que caracterizarán a la izquierda en el nuevo mundo sin bloques?

R. El tema fundamental será la batalla por el saneamiento económico, pero sin dejar todo al mercado ni cargar todo el peso de la crisis sobre el trabajo productivo como quieren los liberales. Es preciso utilizar toda una serie de instrumentos de tipo fiscal y de equilibrio territorial y social para reorientar el despilfarro en el sentido del desarrollo productivo.

P. ¿Teme todavía a los jueces o se siente tan seguro de que su partido no ha estado implicado en la corrupción como para pensar que las investigaciones nunca podrán alcanzarle?

R. Yo me siento seguro de que no hemos formado parte de] gran reparto de Tangentópolis. No pretendo que seamos ni siquiera mejores, pero es claro que ese tipo de operación (exigir comisiones ilegales) lo hacía quien tenía el poder de hacerlo. Por ello no me preocupa la acción de la Magistratura, que ha identificado también algunos casos particulares de irregularidades dentro de nuestro partido y que trata de investigar si la responsabilidad de tales irregularidades puede llegar a la dirección del PDS. Lo que me preocupa es que buena parte de los medios de comunicación presentan esas irregularidades, que nosotros mismos hemos condenado, como si nos metieran de lleno en el sistema, con el principio de que cuando todos son culpables nadie lo es.

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