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Una quimera a nuestras puertas

La autora señala que, tras el final del enfrentamiento entre el Este y el Oeste, un nuevo factor de inseguridad estremece a Occidente: el fundamentalismo que cunde por tierras del islam, tanto en Oriente Próximo como en África del Norte. Frente a la existencia de ese movimiento, agrega, la reacción más habitual es acudir a explicaciones falaces (que califican al islam como culpable del fenómeno) o desentenderse de lo que está pasando.

La quimera etrusca tiene muchas caras: es león, pantera, gamo, serpiente; es, sobre todo, mítica, amenazante y fascinante a la vez. Hay que mirarla bien para conocerla, para conocer sus distintas caras. La misma observación hay que prestar a fenómenos contemporáneos cuya manifestación nos resulta tan lejana como inquietante.Una vez concluida, aparentemente, la confrontación Este-Oeste, un nuevo factor de inseguridad estremece la fortaleza de Occidente: el fundamentalismo que cunde por tierras del islam, tanto en Oriente Próximo (Marchreck) como en África del Norte (Magreb). Frente a ese movimiento, la reacción más habitual es acudir a explicaciones falaces (el islam como culpable) o desentenderse de lo que está pasando.

Existen suficientes datos para saber lo que significa el fundamentalismo: fanatismo y rechazo a los presupuestos de la modernidad en política, como son el pluralismo, las libertades de conciencia y de expresión, la separación de poderes, el constitucionalismo en general. También es cierto que hay otros elementos insertos en la movida fundamentalista que no proceden de estas negaciones, al menos en su expresión radical.

Razones históricas

El fundamentalismo es múltiple y, en general, quiere reconducir el rumbo de los países del islam hacia el Estado teocrático. Pretensión ésta de por sí ajena al islam y a cualquiera de las grandes religiones monoteístas, pero a la que empuja una interpretación manipulada de los textos sagrados, trátese de la Biblia, el Corán o la Thora.

¿Por qué se da hoy en tierras del islam, y concretamente en el Magreb? Existen, en primer lugar, razones históricas de fondo para iniciar la explicación del fenómeno. Es cierto que desde el principio de su historia existe en el islam cierto solapamiento entre lo religioso y lo político. Para empezar, desde su perspectiva teológica, Dios rige directamente el destino del hombre y ostenta, por tanto, el poder legislativo. El Corán inspirado es la constitución del islam. Por otra parte, Mahoma, el profeta, representante de Dios en la Tierra, es también líder secular. A su muerte, el califa lo representará a él y será a su vez jefe religioso y político.

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El Occidente cristiano ha conocido muy bien en los períodos de alianza entre la Iglesia y el Imperio (las dos espadas de San Bernardo) lo que significa semejante situación y solapamiento. Una estrecha colaboración que históricamente ha desaparecido con lentitud y dificultad. No ha ocurrido así en el caso del islam. Existe aquí, sobre todo, una razón accidental histórica. En el mundo cristiano se desató el desgarramiento entre la Iglesia y el Estado cuando cada uno pretendía avasallar al otro. Al no lograrlo, se acabaron delimitando los campos de actuación y se alcanzó la secularización de la vida política.

En el islam suní, mayoritario, y al que pertenece el Magreb, no hay Iglesia ni clero, aunque sí ulemas, doctores en la interpretación del texto sagrado. Por tanto, no hay batallas entre las instancias religiosa y política... El profeta recomendó la elección del califa acudiendo al consenso de los hombres prudentes, la yjma, que se puede considerar precedente de una futura democracia. Por otra parte, instaba a la práctica del ytihad, la libre interpretación del texto sagrado por parte del creyente sincero. Pero el primer omeya acabó con la elección del califa, entronizando a su hijo en vida. Además, el ytihad terminó en el siglo X, a pesar de que los grandes intelectuales musulmanes alumbraran entonces las premisas de la modernidad que pasarían después a Occidente.

Manipulación de valores

A partir de ese momento sí que hay solapamiento. El califa utilizó la poderosa palanca que representa la fe religiosa para la fantástica expansión y control del imperio, para su deslumbrante desarrollo político, cultural y comercial en los siglos X y XI. A su vez, el pueblo tendrá como defensa la facultad de deslegitimar a quien ostenta semejante poder si lo considera infiel al Corán. Quienes se lo indicarán al pueblo serán, naturalmente, los ulemas. De este modo, desde ambos campos, el político y el religioso, se puede proceder a la manipulación de los valores del otro, como de hecho ocurrió y está ocurriendo hoy.

¿Por qué hoy? ¿Por qué en este final del siglo XX surge otra vez esa pretensión a manos de los líderes religiosos, ahora organizados en poderosas cofradías como los Hermanos Musulmanes y, más recientemente, Ennadha (Renacimiento Islamista), en Túnez, o el Frente Islámico de Salvación en Argelia?

Cuando el Imperio otomano estaba agonizando, en determinadas partes del mismo más avanzadas culturalmente, caso de Turquía o Túnez, se manifestó una voluntad de reforma en lo religioso, en lo político y en lo cultural que, sin contradecir, bien al contrario, el corpus religioso, permitiese a los futuros Estados-nación una andadura democrática. Es asombrosa la fermentación en este sentido que conoce el siglo pasado, a través de escritos, propuestas constitucionales e iniciativas de todo tipo. El egipcio Abdhul es uno de los líderes intelectuales más conocidos de ese periodo reformista.

Desgraciadamente, el colonialismo vendrá a frustrar aquel movimiento porque impide su crecimiento dialéctico desde la raíz misma de su cultura y, por tanto, que alcance un consenso societario, como ocurrió en Europa. Los poderes coloniales introducirán, eso sí, unas formas modernas en lo administrativo. No así en lo político, ya que los propios habitantes de los países colonizados se vieron, en general, privados de los beneficios políticos de la democracia. Eso da pie, al nivel de la conciencia colectiva, a un profundo rechazo, una profunda desconfianza hacia la democracia.

Llegado el momento de las luchas y guerras anticoloniales, como la de Argelia, los movimientos independentistas y nacionalistas sí reclamarán sus valores. Pero una vez instalados los nuevos Estados, se repite la secuencia histórica: la instancia política utiliza los valores religiosos útiles para reforzar la identidad colectiva y asentar el propio poder político. Tan es así, que en los Estados del Magreb se procede a la creación de un Ministerio de Culto, que paga y controla las mezquitas a lo largo y ancho del territorio. Pero la manipulación no lo es sólo de los valores religiosos. También alcanza a los valores de la modernidad, que, por otra parte, son proclamados continuamente.

¿Dónde existe pluralismo auténtico, dónde libertad real de prensa y separación de poderes? Un partido único y la casta que lo controla hegemonizan el poder con buenas (por razones de urgencia) o malas intenciones. Lo cierto es que estos países que han avanzado, desordenada pero espectacularmente, en algunos campos (salud, educación, industrialización) no lo han hecho precisamente en éste, que era quizá el más importante: el consenso entre los presupuestos tradicionales de su cultura, que había que preservar, y la modernidad que había que alcanzar.

El profundo rugido de la quimera resuena en nuestra historia inmediata. Tenemos que prestarle oído para que las fuerzas mágicas que representa, la del león, la pantera, el gamo o la serpiente no acaben con ella, sino que la impulsen hacia adelante.

La princesa María Teresa de Borbón Parma es doctora en Sociología Política y profesora en la universidad Complutense.

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