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100 días sin Europa

La CE está prácticamemte paralizada desde el 1 de enero, la fecha mágica de todos los cambios

Lluís Bassets

El balance de los primeros 100 días de la Europa de 1993 no puede ser más desolador. El 1 de enero debía abrirse el gran mercado único, destinado a crear centenares de miles de puestos de trabajo y a ofrecer nuevas libertades a los ciudadanos en el consumo de mercancías, en el ejercicio de su profesión o en sus desplazamientos dentro de la CE. Debía entrar en vigor también el Espacio Económico Europeo (EEE), que suma los siete países de la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) a los 12 del mercado único. Debía inaugurarse la Unión Europea diseñada por el Tratado de Maastricht. Pero la CE se encuentra "en la crisis más profunda de su historia", según altos funcionarios y responsables políticos.

El mercado único se ha abierto, sin la libertad más importante de todas, la de circulación de personas. Las actuales vacaciones de Semana Santa y aún más las del próximo verano serán la ocasión para que cientos de miles de europeos comprueben personalmente que los puestos fronterizos siguen donde han estado siempre, aunque los controles se hayan aligerado notablemente, y, que persisten intactos en aeropuertos y puertos. Si el grupo de los nueve países de Schengen, triunfa en sus objetivos habrá libertad de circulación en una parte de la CE a finales de año, casi 12 meses después de lo previsto.El EEE también sufre un notable retraso como resultado negativo del referéndum suizo. La ratificación por cada uno de los Doce de este tratado, que constituye una antesala de la ampliación para Austria, Suecia, Finlandia y Noruega, puede alargarse también hasta fin de año, principalmente porque países como España la vinculan al auténtico hueso de la construcción europea, que es la ratificación de Maastricht.

El hueso de Maastricht está pendiente del referéndum danés del 18 de mayo, una de las razones de la paralización que sufre la Comunidad Europea. El año 1993 empezará para la CE el 20 de mayo, si el resultado es positivo y si los parlamentarios británicos se dignan seguir luego con su peculiar y accidentada ratificación. Si es negativo, puede ser el túnel del tiempo. Mientras tanto, toda la estructura de la CE mantiene como puede una disciplina férrea para evitar declaraciones y deslices que puedan ser mal interpretados por los votantes daneses. No hay que hablar para nada, por ejemplo, de la redistribución del poder institucional entre los países grandes y los pequeños. No conviene tampoco evocar las dificultades de la ampliación.

A pesar de que no hay nada de lo que debía haber, ni mercado único entero, ni EEE, ni Maastricht, los Doce decidieron en el Consejo Europeo de Edimburgo que empezara la ampliación de la CE. Entre los escasos trabajos de estos primeros 100 días del prometedor 1993 se cuenta el inicio de las conversaciones de adhesión de Austria, Suecia, Finlandia y Noruega, los tres primeros el 1 de febrero y el último el 5 de abril. La mayoría de los diplomáticos consideran, sin embargo, que las conversaciones no empezarán de verdad hasta que el Reino Unido no haya ratificado Maastricht.

Lo que fue hasta Edimburgo una condición previa (ninguna ampliación sin ratificación de Maastricht) se está convirtiendo en una realidad. Nadie ha entrado todavía en los temas calientes de la negociación: ni la imprescindible reforma institucional, ni la contribución de los cuatro candidatos a la CE, ni las ventajas que estos países quieren mantener en materia de intervención del Estado, de subvenciones a la agricultura o de gestión de sus recursos naturales y materias primas.

Además de los grandes temas del diseño europeo, las instituciones de la CE han tenido que lidiar con los problemas dictados por un día a día dominado por la crisis. El Consejo Europeo de Edimburgo aprobó la puesta en marcha de la Iniciativa de Crecimiento Europeo, destinada a aprovechar los pequeños márgenes de inversión pública y los efectos de las políticas coordinadas para provocar una reacción en las adormecidas economías europeas. Hasta el próximo Consejo Europeo, seis meses después, programado para Copenhague, no estará listo el paquete entero de medidas destinadas a actuar como un latigazo sobre la recesión.

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En estos 100 días, Estados Unidos ha castigado a la CE con medidas antidumping y antisubvención a su entera producción siderúrgica, ha hecho manifestaciones inquietantemente proteccionistas en construcción aeronáutica y en agricultura y mantiene una seria amenaza de clausura de los mercados públicos federales a las empresas europeas de equipamientos y servicios de electricidad, agua, telecomunicaciones y transportes. La CE se ha limitado a aguantar el chaparrón y a evitar la guerra comercial entre Washington y Bruselas, pero los Doce han seguido demostrando su proverbial divorcio entre los más liberales, dispuestos a abrir los mercados sin garantía alguna, y los más proteccionistas, que quisieran dotarse de armas y autoridades comerciales tan serias como las que tiene Estados Unidos.

El marasmo comunitario afecta a todas las instituciones, según aseguran miembros destacados tanto de la Comisión Europea como del Parlamento o del Consejo de Ministros. La tarea de legislación del mercado único ha terminado y la Unión Europea establecida en Maastricht todavía no existe. Las instituciones se han dedicado así a gestionar los asuntos corrientes.

Pero la Comisión, con su presidente Jacques Delors al frente, decidió adoptar un perfil bajo para evitar problemas con los Estados en momentos de tanta dificultad para aprobar el tratado.

No ha habido, en consecuencia, grandes iniciativas fuera de la gestión corriente. Destaca, por ejemplo, el trabajo realizado sobre la nueva reconversión siderúrgica, en la que la CE puede perder entre 50.000 y 100.000 puestos de trabajo.

Delors, además, se encuentra más pendiente de lo que sucede en Francia que de las escasas noticias surgidas en Bruselas, según afirman sin rebozo buen número de los comisarios. Y la nueva Comisión, nombrada en enero para dos años; también ha perdido buena parte de los 100 días en absurdas trifulcas de cocina entre el nuevo comisario de Política Exterior, el holandés Hans van den Broek, y el veterano comisario británico Leon Brittan, ahora encargado de Comercio Exterior. Ambos querían convertirse en los dueños de la cara externa de la CE, en detrimento del comisario español, Manuel Marín, encargado de la Cooperación con los países pobres de Asia, África y América.

El Consejo de Ministros no ha sido más activo que la Comisión, al contrario. El cambio más espectacular en sus sesiones ha sido la entrada de las cámaras de televisión en ciertos debates y actos de apertura de negociaciones o firma de convenios. Las sesiones celebradas hasta ahora no han ofrecido ni espectáculo ni noticias: los ministros guardan sus intervenciones más interesantes y polémicas para las sesiones a puerta cerrada.

La palabra que está en boca de todo el mundo en Bruselas es renacionalización: los Estados están aprovechando la crisis económica e institucional para volver a meter sus dedos en todos los engranajes comunitarios y condicionar así las decisiones que hasta hace poco se podían fraguar por encima o al margen de las soberanías nacionales. En el fondo, es lo que persiguen los conservadores euroescépticos o lo que consta en el ideario del RPR de Jacques Chirac, que acaba de vencer en las elecciones, generales franceses. Y lo que, en alguna medida, hacen todos.

Desde el punto de vista de los intereses nacionales, España ha obtenido una buena tajada de estos 100 días sin Europa: los 1. 565 millones de ecus del Fondo de Cohesión destinado a los países más pobres, conseguidos en una de las negociaciones más largas, torturadas y finalmente triunfantes que ha conocido la CE. Empezó en Maastricht, cuando Felipe González consiguió la introducción del concepto de cohesión y ha culminado este 1 de abril cuando el fondo ha entrado en vigor.

Desde el punto de vista de la humanidad, en cambio, la CE ha cosechado estos 100 días su fracaso más sangrante, fruto de los otros fracasos. En Edimburgo los Doce acordaron estrechar las medidas de presión sobre Serbia, denunciada como agresora en el conflicto de los Balcanes. En el Consejo de Ministros de Exteriores del 5 de abril han decidido de nuevo seguir estrechando el cerco sobre Serbia para que acepte el plan de paz Owen-Vance. Si la Comunidad Europea no va más lejos se debe a que Maastricht no ha sido ratificado, aseguran fuentes comunitarias. Para muchos europeos, balcánicos principalmente, Maastricht no es ni siquiera el nombre de una quimera ni de una pesadilla. Posiblemente una palabra vacía asociada a una ignominia.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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