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Al Madrid le sobraron 20 minutos ante el Malinas

Al nuevo Real Madrid le sobró tiempo para machacar al Malinas. Concretamente los primeros 20 minutos. Supo recomponer sus líneas en el descanso y anotarse su cuarta victoria en la Liga europea con sorprendente solvencia. Un trámite engorroso que supo superar con soltura.La victoria del Madrid sólo admite lecturas positivas. Antúnez recuperó el cerebro perdido, Sabonis se reafirmó por enésima vez como invencible, y su banquillo respondió presto a las escasas llamadas de socorro. En este nuevo equipo se reconocen varias generaciones de campeones. Lasa y Santos asumen riesgos, y Biriukov y Cargol alejan de su diccionario la palabra irregularidad. El mes loco que van a vivir los jugadores dirigidos por Clifford Luyk no podía comenzar con mejor pie.

La primera mitad fue un espejismo. El equipo belga llegó a Madrid con la derrota en el alma, y acertó a jugar sin prejuicios. Tuteó a Sabonis y encontró divertido el reto de lo imposible. El Madrid entró al trapo, y vio un lobo hambriento donde pastaba una ovejita. Perdió 10 balones, tiró mal y no acabó de controlar el rebote. Daba la sensación de poder acabar devorado.

El Malinas transmitía confianza. Parecía ser un conjunto relativamente organizado, de esos que juegan para no dejar jugar. Todo un esquema. Frente al equipo con el mejor pívot de Europa buscó las catacumbas, y desconcertó a aquellos acostumbrados a vivir entre los pájaros. El 40-38 que registraba el marcador al término, del primer tiempo auguraba tiempos difíciles para los blancos.

Pero el Malinas pasó del sueño a la pesadilla con inusual facilidad. Saltó a la cancha un nuevo Madrid y le hundió en la miseria antes de que pudiera rechistar por su suerte. Para ello utilizó recursos clásicos, de esos que nunca fallan. Algo así como buena defensa y contragolpe. El resultado es bien conocido: canastas fáciles. Y ante el torbellino los belgas no supieron reaccionar.

Y fue curiosamente Antúnez quien colocó al Madrid en el sendero correcto. Supo escudriñar en los bajos fondos del partido, y dio por bueno el juego subterráneo. No tuvo necesidad de recurrir a sus pívot. Metió el turbo, arrolló a cuantos decían llamarse bases y se plantó bajo la canasta rival una y otra vez. El conjunto belga tardó cinco minutos en saber de dónde venía la vertiginosa espiral que les estaba revolucionando la zona. Cuando se enteraron era demasiado tarde. El partido estaba resuelto.

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