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Tribuna:
Tribuna
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Responsables

Rosa Montero

No es verdad que artículos periodísticos como éste influyan en la opinión de nadie. Es decir, influyen en aquellos individuos que ya pensaban más o menos como el articulista antes de leerle; pero no hacen cambiar de idea a aquellos que piensan lo contrario. Por eso ahora, al intentar escribir contra el racismo, me parece inútil decir una vez más todas esas cosas tan dolorosas y evidentes: que todos los humanos somos iguales, o que los inmigrantes no vienen a ponernos en peligro, porque sólo trabajan en aquellos empleos que no quieren ocupar los españoles. Los que conocen estas verdades no necesitan oírlas, y los que las niegan no atienden a razones: porque el racismo no es un producto de la razón, sino de las tripas. Es hijo del miedo, de la inseguridad, de la incultura, de lo peor que somos. De la negrura que se enrosca en el interior de los humanos.No insistiré en decir, pues, que el racismo es un horror, pero sí diré que es el horror del tiempo que nos ha tocado vivir. Que es nuestra responsabilidad, nuestra batalla, la herida social por la que luego la historia nos pedirá cuentas. ¿Qué hicieron los alemanes mientras Hitler cazaba judíos? ¿Y qué estamos haciendo nosotros mientras empieza a crecer esta espiral de xenofobia y de rechazo? Porque se pueden hacer cosas. Salir a la calle y manifestarse (como hoy), para demostrar a los intolerantes que sus víctimas no están solas. Y exigir campañas de educación contra la discriminación, y medidas de protección y ayuda para las minorías: en Australia, por ejemplo, los inmigrantes tienen traductores gratis, asistentes sociales que les ayudan a resolver burocracias y problemas personales, locales en los que reunirse. Si el Centro Cívico de Aravaca no hubiera sido tan incívico como para c errar sus puertas a los dominicanos, quizá Lucrecia aún estaría viva.

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