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La historia oculta de Madrid

El autor critica la reforma de la plaza de Oriente. Considera, entre otras cuestiones, que el aparcamiento previsto fomenta el uso del coche, frente a las tendencias europeas de preservar los cascos históricos ante la invasión del automóvil.

Un nuevo proyecto urbanístico amenaza al ya de por sí deteriorado patrimonio cultural de la ciudad. La idea de evitar el tráfico rodado por la calle de Bailén puede ser, en principio, positiva, como sin duda lo es eliminar el aparcamiento en que' habitualmente se ve convertida la plaza de Oriente y sus aledaños. Pero que todo ello se ejecute a costa de alterar irreversiblemente un jardín histórico protegido en su grado máximo por el propio Plan General de Ordenación Urbana de 1985, así como de afectar al depósito arqueológico que la Zona promete, probablemente un documento único para conocer la historia de la villa desde su fundación, son cuestiones que quizá deberían ser objeto de atención más detallada de la que parece deducirse a través de los proyectos que han trascendido al gran público.La obra prevista abarca una extensión de más de 10.000 metros cuadrados, que incluye gran parte de la calle de Bailén, el final de la calle Mayor, la plaza de la Marina Española y la zona central de la plaza de Oriente. Todo ese espacio va a ser ocupado por pasos subterráneos y un gran aparcamiento con sus lógicas servidumbres de acceso. Afectará a construcciones de las que se tiene buena documentación y cuyos vestigios van a salir a la luz en cuanto se inicien las obras. Ahí se encuentran, entre otros edificios, la antigua Biblioteca Real, dependencias relacionadas con el primer alcázar de Madrid y el caserío de la ciudad desde época islámica hasta fines del siglo XVIII. Bajo Bailén es muy probable que se localice la muralla que cerraba el recinto islámico del siglo IX, el primero que tuvo Madrid; en su esquina con la calle de Requena están, sin duda, los muros de la antigua iglesia de San Miguel de la Sagra, y un poco más adelante, en la esquina con Mayor, los de la iglesia de Santa María. Pero no sólo pueden desaparecer para siempre testimonios de edificios tan singulares. La plaza de Oriente se superpone a la trama urbana islámica de Madrid y sus. sucesivas remodelaciones domésticas, así como a dependencias del palacio desaparecidas en 1734. Todo ello sin contar la probable localización de algún poblado de la edad del bronce, al estilo de los hallados en el cerro de San Andrés o las Vistillas, o vestigios de carácter paleontológico en la terraza del río Manzanares.

Desde un punto de vista urbanístico tampoco se comprenden bien, al menos en toda su extensión, los intereses últimos del proyecto. Queda clara, y es probablemente una idea loable, la supresión del tráfico por la calle de Bailén frente a palacio, con las ventajas indudables que ello comporta para su conservación, limpieza y realce como monumento singular.

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Peor se entiende la construcción de un gigantesco aparcamiento destinado a albergar casi un centenar de autobuses y un voluminoso centro comercial. Automóviles y autobuses dirigiéndose hacia esa inmensa cochera lo único que harán será contribuir al incremento del tráfico privado en el centro histórico -como lo fomenta el resto de los aparcamientos en las inmediaciones, en curioso contraste con las políticas al uso de restricción e incluso prohibición del tráfico rodado que muchas ciudades practican ya o están estudiando para sus cascos monumentales. Los redactores del proyecto deberían tenerlo en cuenta y no perderse en consideraciones urbanístico-literarias para justificar la construcción de tiendas, "intercarribiadores del flujo automovilista" o facilitar la "fluidificación del anillo circulatorio".

Están, por otro lado, las cuestiones de carácter legal, es decir, la obligación por parte de nuestro Ayuntamiento de cumplir lo que determina la Ley del Patrimonio Histórico Español, cosa que, curiosamente, parece haber sido casi pasada por alto a la hora de considerar la obra en cuestión. Los restos de la muralla de Madrid están declarados bien de interés cultural desde el año 1954. Todo el ámbito de la plaza de Oriente, con sus jardines y su arbolado, y calle de Bailén está comprendido en el recinto histórico de Madrid, declara do en 1977 e incluido en la zona de protección arqueológica desde 1989. Resultaría paradójico que cuantas obligaciones se hacen cumplir escrupulosamente a los vecinos de la zona fueran saltadas a la torera por la propia Administración.

Por último, tampoco debe perderse de vista el interés científico de la excavación en ese lugar y su repercusión ciudadana. Las obras en la plaza de Oriente representan una ocasión única para estudiar la historia de Madrid. No es de recibo que unos cuantos sondeos, practicados sobre el 10% aproximadamente del espacio total a remover, sean presentados. como sistema adecuado para documentar la información que guarda el subsuelo. A diferencia de otras veces, las referencias bibliográficas y cartográficas son muy expresivas; incluso existen datos fidedignos de fecha reciente. Cuando en los años veinte se realizó el ramal del metro entre ópera y Norte, los trabajos se vieron retrasados por la necesidad de dinamitar muros y arquerías que dificultaban el' trazado de la línea. Algo así no debe repetirse ahora. Al igual que hace unos años en Londres, o más recientemente en el Louvre, las obras de la plaza de Oriente deben comenzar por una investigación exhaustiva y adecuada a las exigencias de la arqueología científica, con los equipos técnicos y humanos precisos y los recursos que una intervención de esa envergadura reclama. Acabada la investigación se decidirá qué vestigios permanecen por su valor y significado histórico y cuáles resultan prescindibles. Entonces es cuando hay que redactar el proyecto de remodelación urbanística, trazar el itinerario del subterráneo y calibrar el tamaño y situación del aparcamiento. Lo que se ha hecho hasta ahora es justo lo contrario. Si no se corrige, las Administraciones responsables serán culpables de un delito contra el patrimonio cultural de los ciudadanos, a la vez que les hurtan varios capítulos de su propia historia.

Manuel Fernández-Miranda es catedrático de la Universidad Complutense y ex director general de Bellas Artes.

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