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FERIA DE SAN ISIDRO

El peso de la leyenda

El público se enamoró de los toros y a los toreros les devolvió el rosario de su madre.Los toros, miuras legítimos de nacimiento y de crianza, lucían suficiente palmito como para enamorar a los más frígidos, pero de eso los toreros no tenían la culpa. Es más: los toros, a salvo el palmito, no podían ofrecer ninguna otra cosa a la afición en amoradiza. Aquellos valores de mayor aprecio como son la nobleza, la palabra culta y las tiendas costumbres, no los tenían los toros. Antes al contrario, se tiraban al bulto con aviesa intención, berreaban y, en su insolente procacidad, embestían violentos. Todo lo cual a los espectadores les trajo absolutamente sin cui dado e incluso puede ser que se mejantes groserías las tomaran por virtudes propias de la alta al curnia que corresponde a la le gendaria divisa, y contribuyeron a enternecer sus corazoncitos de enamorados.

Miura / Ruiz Miguel, Domínguez, Manili

Toros de Eduardo Miura, todos de gran presencia; flojos; bravucones en general, excepto 3º, bravo, y 4º,manso; broncos para la muleta salvo 3º y 5º que tampoco fueron pastueños. Ruiz Miguel: estocada (silencio); dos pinchazos perdiendo la muleta, tres pinchazos, otro perdiendo la muleta y tres descabellos (bronca). Roberto Domínguez: media y dos descabellos (bronca); estocada ladeada y rueda insistente de peones (pitos). Manili: pinchazo y estocada caída (palmas y pitos); media delantera (silencio). Ruiz Miguel y Domínguez fueron despedidos con protestas y almohadillas. Plaza de Las Ventas, 4 de junio. 27ª corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

Más información
Manili y Ruiz Miguel descalifican al público
Curro Romero, Curro Vázquez y Mariano Jiménez, cartel del día 14

Hubo algunas excepciones en el comporlamiento,de los miuras, si bien tampoco fueron como para sacarlos a hombros. Por ejemplo, el tercero no tuvo un final violento, ni berreón, ni avieso. En compensación, apenas daba par de trancos en seguimiento de la muleta, se quedaba paradito, como si se hubiera vuelto lila de repente. El diestro era Manili, veterano gladiador que se ha visto en peores empresas, y ensayaba con pundonorosa insistencia tandas alternativas de redondos y naturales, tras citar a distancia. El miura, en cuanto veía la muleta retadora, se arrancaba presto, fijo en su roja superficie, y la embestía tal cual deben embestir las superficies rojas los toros bravos. No obstante, al ligarle Manili el siguiente pase ya se estaba parando, y si el torero pretendía prolongar el viaje, revolviendo también, para mirarle con impertinente curiosidad las piernas.

No parecen ser piernas del otro jueves las, de Manili, para que un toro las mire tanto. Y entonces, el público se enfadaba con el torero, por provocador y sicalíptico. El miura, en cambio, no tenía la culpa de nada. Los miuras no podían tener culpa de nada. Ni siquiera cuando atacaban a Ruiz Miguel, otro gladiador del toreo. Ruiz Miguel, miurista cum laude, durante muchos años dominador de miuradas con las que protagonizó pasmosas gestas, regateaba a los miuras violentos, topones y buscones, pues era lo único que cabía hacer. Y la gente protestaba por sus precauciones, y le reprochaba que tuviera miedo, y comentaba que temporadas atrás habría consumado, aquellas gestas, de acuerdo; mas el tiempo no pasa en vano y ya no es el que era.

Tiene razón el público: temporadas atrás, una miurada como la de ayer le habría servido a Ruiz Miguel para hacerse un bocadillo y comérselo con patatas. Sin embargo también es cierto que otros toreros de mayores campanillas a una miurada como la de ayer no se habrían atrevido a darle medio pase; ni temporadas atrás, ni temporadas adelante, ni nunca.

Roberto Domínguez tuvo sendos toros disparejos: uno fortachón sin fijeza, otro nobletón e inválido, y a ambos los toreó igual. Quizá sería más apropiado precisar que no toreó a ninguno de los dos. Para torear hubiera sido necesario que se moviera menos. Algo difícil y problemático, porque Roberto Domínguez es un torero en continuo movimiento. Todos los movimientos que sea capaz de hacer un cuerpo humano normalmente constituído los pone en práctica Roberto Domínguez cuando ejercita su personalísima concepción del toreo, y lo mismo corre que vuela; lo mismo se estira pinturero que se encoje genuflexo, y puede ocurrir incluso que realice todos los movimientos a la vez, con desconcadenantes resultados. Tiene mérito, la verdad.

Estos excesos contorsionistas se los afeaba la afición a gritos y la verdad es que, al oirlos, Roberto Domínguez se contenía. Lo que no se le podía exigir, en cambio, era que al toraco fortachón y sin fijeza le diese pases de perfumado alhelí y crujía caera (vale decir caera crujía), porque el precio de tales fantasías hubiera sido una cornada. Al inválido nobletón, en cambio, sí le habría podido dar varios alhelíes y algún crujío, aunque tal como iba la corrida es comprensible que no se fiara.

Finalmente irrumpió un miurazo castaño chorreao cornalón de Cerca de 700 kilos, que enseñoreó la leyenda negra de la divisa pegando violentos topetazos a cuanto sele ponía delante, y pretendían que Manili lo toreara al natural. Y como no lo toreó al natural, ni nada, la gente se mar chó defraudada. "Los toreros no tienen perdón por haber desa provechado toros tan maravillosos", se oía decir. El amor es ciego, no cabe duda.

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