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LAS VENTAS

Una de hazañas bélicas

Tres diestros de cotización modesta hicieron el paseíllo dispuestos a lidiar una corrida de toros, en busca de un sonoro triunfo para acelerar sus carreras y alcanzar un puesto en el abono isidril por la vía de las sustituciones, y se encontraron en una dificilísima e imprevista guerra que superaron con sus hazañas en el ruedo. Sus marrajos y cinqueños enemigos les plantaron cara con las armas propias: indómita dureza, violencia máxima y tremebundo peligro, que hicieron tictaquear a tope el encogido corazón de los espectadores.

Los coletudos-héroes aguantaron y superaron sin estrizo ni acaloro los disparos de cornadas a cualquier parte de sus anatomías, y nunca a los señuelos escarlatas, que les lanzaban desde sus trincheras y a mansalva unos maulones incapaces de comprender la necesidad y ganuza de triunfo de sus rivales.

Puerta / Plaza, Norte, Rodríguez

Cinco toros de Julio de la Puerta (uno rechazado en reconocimiento) y 2º de El Sierro, cuajados, mansos, con sentido, reservones y flojos. José María Plaza: gran estocada (ovación); pinchazo hondo, estocada, tres descabellos -aviso-, otro descabello y se echa el toro (silencio). Julio Norte: estocada baja perdiendo la muleta y tres descabellos (algunas palmas); estocada trasera, dos descabellos y se echa el toro (silencio). Miguel Rodríguez, que confinnaba la alternativa: estocada atravesada y cuatro descabellos -aviso cuando dobla el toro- (algunas palmas); pinchazo sin soltar y estocada (ovación). Plaza de Las Ventas, 26 de abril. Más de media entrada

José María Plaza, Julio Norte y Miguel Rodríguez abandonaron la guerra por su propio pie, sin heridas, henchidos de orgullo, con el reconocimiento del cotarro de aficionados y merecedores de una oportunidad de verdad, frente a enemigos de los que suelen echar a las figuras, es decir con la catadura boyante y pastueñita.

Alumbrar arte

Lo más cercano a la luz tamizada del arte lo alumbraron Rodríguez, con una verónicas embraguetadas y algún cadencioso dibujo al natural frente al sexto asno con cuernos, Norte con aislados redondos de bordadura en seda al tercer malage, y Plaza con unos airosos doblones aunando dominio y sabor al cuarto cabestro. El resto fue la guerra. Rodríguez aguantó tornillazos, impávido e inasequible al desaliento, en el del ritual ceremonioso de la confirmación. Norte no perdió el ídem con Indiana, el quinto, que sí hizo honor a su nombre y convirtió el ruedo en una aventura selvática, pero no de mentirijillas, como el héroe peliculero del mismo nombre. Plaza tragó parones y derrotes en el segundo con la sonrisa a flor de piel.

A destacar también de entre la tropa al servicio del trío de heroicos capitanes generales que comandaban las fieras batallas a Juan José Hidalgo y Carlos Hombrados, dos subalternos que brillaron, a base de bemoles y sabiduría, tanto en las complejidades de la lidia como con los pares de rehiletes.

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