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La esposa de Fujimori acusa a su familia política de corrupción

Gustavo Gorriti

El síndrome Menem-Yoma es contagioso, y ha llegado a Lima. No cabe duda a estas alturas que los palacios de Gobierno latinoamericanos son fatales para la armonía matrimonial. Pero aun así, el nuevo y más bien exótico capítulo de las públicamente ventiladas desavenencias conyugales a escala presidencial en Latinoamérica resultó inesperado. El pasado martes, la esposa del presidente de la República del Perú, Alberto Fujimori, Susana Higushi de Fujimori, acusó a su familia política de corrupción en toda regia.

Si los problemas matrimoniales de, digamos, el ex presidente Vinicio Cerezo en Guatemala, o los más recientes de Fernando Collor de Melo en Brasil, fueron manejados con la relativa discreción latina que permiten las paredes de vidrio de un palacio presidencial, en la ruptura entre el presidente argentino, Carlos Saúl Menem, y su esposa, Zulema Yoma, las cosas dichas y los trapos expuestos fueron serios de contenido, pero exhibicionistas hasta lo funambulesco en la expresión. Cosa rara, se pudiera pensar, tratándose de hijos de inmigrantes de Oriente Próximo, donde ese tipo de cosas no se arregla en la calle.Pero menos esperada aún, entre hijos de emigrantes japoneses, fue la gruesa andanada de acusaciones lanzadas por Susana Higushi contra su concuñada Florinda Ebisui de Fujimori; su cuñada Rosa Fujimori y su cuñado Santiago Fujimori, esposo de Florinda y también conocido como el hermanísimo.

Susana había reaparecido, después de una ausencia pública de varios días, para recibir una donación de la Beneficencia Pública de Lima, destinada a la Fundación por los Niños del Perú, que ella dirige. Su ausencia había coincidido con el exitoso viaje de su esposo a Japón, que Susana sólo pudo ver por televisión. Ella se había quedado en Lima, y la versión oficial a posteriori fue que estaba enferma, afectada por una fuerte gripe. El martes, no obstante, la primera dama que es ingeniera civil de profesión se veía aparentemente restablecida.

Apenas terminada la ceremonia, la señora Higushi de Fujimori declaró a los periodistas: "El pasado martes, cuando se creía que yo estaba en Japón, estaba realmente con una fiebre muy alta; se mencionó por una radio que había una señora Fujimori que se había comprometido a llevar ropa a Talara [una ciudad petrolera en el norte de Perú], y, desgraciadamente o efectivamente, llegó una señora Fujimori, pero no soy yo. Era la esposa de Santiago Fujimori, la señora Florinda Ebisui, que también es señora Fujimori, llevando estropajos a Talara. Porque apenas llega ropa donada de Japón escoge lo mejor para ella, lo de segunda lo venden en bazar de caridad o bazar-venta, qué sé yo, y reparten estropajos y utilizan mi nombre, y eso sí me indigna".

Segundo golpe

Apenas asestado el primer golpe, la señora Hibushi conectó el segundo: acusó a su cuñada Rosa Fujimori de Aritomi, esposa de Víctor Aritomi, embajador de Perú en Japón, y a Santiago Fujimori de canalizar irregularmente todas las donaciones de Japón, excluyéndola a ella. "Yo sólo soy la esposa del presidente, pero no tengo ni voz ni voto, ni tomo decisiones. Yo trabajo y entrego a mi pueblo", añadió en estilo que sonaba más a Eva Perón y a Zulema Yoma, "todo mi sacrificio y actúo con transparencia".Mientras la burocracia de palacio se sumergía en un silencio incómodo y confuso, pocos hubieran deseado estar esa tarde en los zapatos del presidente Fujimori. Entre crispado y sereno, Fujimori dio la respuesta de fórmula, es decir, que se investigaría "para que recaiga todo el peso de la ley" sobre los eventuales responsables. Al día siguiente, mientras el gallinero político nacional se alborotaba, y no se hablaba de otra cosa en Lima, con opiniones abrumadoramente favorables a la señora Higushi, Fujimori solicitó formalmente al fiscal de la nación que se investigaran las denundias de su esposa.

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