_
_
_
_
_

"Blanca, los 'parraos', siempre contigo"

El pueblo madrileño de Cercedilla se detuvo para festejar el bronce de su heroína

No repicaron ayer las campanas de la iglesia de San Sebastián como aquella noche de 1972 en que Paquito el Medallas sacó a todo Cercedilla de la cama a altas horas de la madrugada tras colgarse el oro en Sapporo. No repicaron porque nadie acudió a la casa de don Pedro Martínez Cid, el párroco de este pueblo de la sierra de Madrid, en busca de las llaves del campanario, pero sí hubo cohetes y champaña, y pancartas, y choricitos, y jarana, y olés, y algún que otro bolinga guasón y colorado por el tintorro.No fue para menos. Allí, en la tele, con el bronce en el cuello y al lado de una tal Petra y otra tal Annelisse de apellidos cibernéticos, estaba Blanca, la hermana de Paquito el Medallas; la hija de don Paco, que acude cada día al bar La Montaña para la partidita de mus; la campeona que de niña rebañaba con los dedos los Petit Suisse del colmado La Colmena; la ágil novillera que para las fiestas de la Natividad se tiraba al ruedo como cualquier otra de la Sociedad de Mozas; la misma Blanca sonriente que quemó tardes de risas en el bar Limbo-copas, donde Luis y Fernando Morales, los Mangas, atizan severos latigazos de buen rioja.

Fue una mañana mágica en la que el pueblo se detuvo y que ningún parrao, como se conoce en la sierra a los hijos de Cercedilla, quiso perderse. El primero en calzar el candado fue Elías Gómez, el alguacil, que cerró el ayuntamiento a las 13.45 por orden del alcalde, Enrique Espinosa. "Ningún parrao se puede perder esto", comentó Elías antes de encaminarse para ver la segunda manga del eslalon al Club de Mayores, donde le esperaba, junto a otros muchos, Felipe Portal, el juez de 69 años que certificó el nacimiento, el bautizo y la boda de Blanca. También estaba allí Felipe Gutiérrez, el jefe de bomberos, doble campeón de España de esquí de fondo en 1970 y encargado de prender fuego a los cohetes. "Tengo más nervios que cuando corro a apagar un fuego".

No lejos de la casa consistorial, en el bar Sánchez, santuario de las más gustosas sardinas a la bombi del mundo, Javier López, pintor rotulista y lenguaraz, hizo suyo el festejo con un discurso reivindicativo: "Blanca, esquías con dos cojones, por eso siempre estamos contigo. Lo lamentable es que los dirigentes de este pueblo no nos hayan puesto autocares para ir a verte". Gregorio, el cerrajero, asintió. Miguel Jiménez, el concejal de deportes, disimuló. "En casa del herrero, cuchara de palo", comentó el cura de tapadillo.

Durante la segunda bajada de Blanca hubo de todo: lloros, vítores, abrazos y vino, mucho vino. Después del bronce, champaña y un cierto sentimiento de decepción, aunque pasajero. "Un triunfo corto, porque se merece más. Fíjate, en Cataluña, con la de nieve que hay y no sale ningún campeón. Aquí, en cambio, somos 4.000 habitantes y tenemos dos. ¿Y sabes por qué? Porque este pueblo tiene cojones", soltó Luis, el Mangas. Haya o no haya, el alcalde ya prepara una calle para la campeona en "el pueblo más olímpico del mundo", como gritó uno. "Será de España", le corrigió otro. "Vale, pero el más olímpico", zanjó el primero.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_