La tauromaquia pelmaza
Toda la vida, desde que hay fiesta, hubo corridas de toros buenas y corridas de toros malos. Para ser sinceros y decirlo con propiedad: toda la vida hubo muchas más corridas de toros malas que buenas. Y nadie se aburría. Con las corridas buenas, claro, la gente se sentía en la gloria, pero las malas le interesaban casi tanto pues había siempre lidia argumentada y emocionante. De unos años a esta parte, sin embargo, las figuras del toreo interpretan una tauromaquia pelmaza, con lo cual han conseguido que la mayor parte de las corridas sean un aburrimiento mortal; las malas desde luego y gran parte de las buenas también.Corridas en las que no sucede absolutamente nada, salvo el aburrimiento; corridas en las que nadie tiene la feliz ocurrencia de ponerse a torear; corridas en las que no hay ni toros para dar un cierto sentido a lo que llamamos tauromaquia. Y así fue en la plaza de Colmenar ayer. Los animalitos que salieron por los chiqueros, terciados, escasos de cuerna, flojuchos, no se comían a nadie, naturalmente, y hasta hubo uno con aspecto famélico y cara de becerro, que daba lástima verle allí, tan tiernecillo, metido en corrida de toros. Bueno, pues ni a ese, ni a ninguno, les supo nadie hacer el toreo.
Camacho / Domínguez, Camino, Aparicio
Cinco toros de Mari Carmen Camacho (uno fue rechazado en el reconocimiento), terciados; 4º impresentable; varios sospechosos de pitones; lo inválido, resto flojos; manejables. 6º de El Torreón, dterciado, despuntado, manso. Rooberto Domínguez: estocada trasera ladeada (silencio); bajonazo escandaloso (pitos). Rafael Camino: estocada corta (aplausos y también pitos cuando sale a saludar); tres pinchazos y estocada corta trasera (silencio). Julio Aparicio: bajonazo escandaloso y dos descabellos (silencio); media estocada baja y rueda de peones (protestas). Plaza de Colmenar Viejo, 29 de agosto. Sexta corrida de feria. Tres cuartos largos de entrada.
Los espadas se ponían a pegar pases, no siguiendo los cánones de la escuela rondeña, ni de la sevillana, sino los de la tauromaquia pelmaza, que parece inventada por esquimales. A lo mejor la han inventado los esquimales. Roberto Domínguez, mucha ostentación de pinturería, muchas miradas analíticas al toro, no dio ni un pase completo, menos aún ligado; al pobre animalito famélico lo abatió de una horrible cuchillada en un costado que provocó repugnante vómito, y el público colmenareño rechazó semejantes formas, quizá con asombro del propio autor, pues por los mismos pases y el mismo sartenazo le llaman maestro en otros pagos. Rafael Camino muleteó afanoso y destemplado al segundo, desaprovechando su nobleza, y ya son demasiadas las veces que deja escapar la oportunidad de hacer el toreo bueno. El quinto, en cambio, acabó hecho un marmolillo, y le estuvo citando tesoneramente.
Julio Aparicio no milita en la tauromaquia pelmaza, lo cual es muy de agradecer; simplemente, torea, o no torea. Y en la ocasión presente correspondía no torear. Acaso no por falta de ganas. Al tercero, tardo y probón, le porfió mucho, mientras al sexto, un manso que se recreció en banderillas, le estuvo probando las embestidas sin decidirse a embarcarlas.
El sexto toro iba para cornalón mas no le dejaron serlo. El sexto toro apareció faltándole de cada pitón un palmo, y ya se estaba armando la bronca por este motivo cuando Julio Aparicio echó las rodillas a tierra. ¡Por estas que las echó! No una, sino dos veces. La primera, para dar una larga cambiada; la segunda, para dar un farol. Pero el proyecto de cornalón acudió al farol tan violento, que de poco arrolla al arrojado farolero. Fueron instantes de dramáticas zozobras y hubo un tremendo griterío. Quienes se habían quedado dormidos se despertaron entonces sobresaltados, y cuando vieron a Julio Aparicio arrodillado allí, creyeron que era el fin del mundo. Algunos necesitaron un latigazo de coñá, para reponerse del susto.