Aparicio borró la mediocridad
La bellísima y artística faena de Julio Aparicio al sexto toro, en la que derrochó aroma, sentimiento y empaque en cantidades industriales, borró la mediocridad de todo lo acontecido hasta ese momento mágico, incluídas las vulgares actuaciones de sus compañeros. Así, mientras Domínguez y Lozano aburrieron con su sorullos y sus trapazos, Aparicio enderezó in extremis una tarde que ya se marchaba con tonos agrisados.El triunfador no parecía que en principio quisiese dejar mal, por aquello del obligado respeto a sus mayores, a Dominguez y Lozano, pues a su primer enemiguete, terciadito y con un supuesto trabajo barberil pésimamente hecho, lo alivió rápidamente, en vista de que no se acoplaba a sus intentos de toreo de salón. Pero llegó el último, de más que aceptable cuajo y trapío, y Aparicio se rebeló contra la dictadura de la mediocridad.
Torreón / Domínguez, Lozano, Aparicio
Toros de El Torreón, desiguales de presentación, mansotes y manejables; y 4º, sobrero, de La Cardenilla, -en sustitución de uno de la divisa titular devuelto por inválido-, manso; todos flojos y sospechosos de pitones. Roberto Domínguez: palmas; silencio. Fernando Lozano: silencio; más aplausos que pitos. Julio Aparicio: silencio; dos orejas.Plaza de San Lorenzo de El Escorial, 10 de agosto, 2ª y última de feria. Dos tercios de entrada.
No se puede torear con mayor desgarro y cante der güeno que como lo hizo a este serio ejemplar. El coletudo se rompió en sus prodigios arrebatos estéticos, tanto en dos verónicas y una media de cartel, como en sus redondos, naturales desmayaos, trincherillas y adornos. Lástima que su culminación tuviese acordes barriobajeros con un espadazo infame, que nada importó al público, todavía preso de la magia, y con las fibras sensibles vibrando cual loco diapasón.
Como en este caso sí, las comparanzas son odiosas, el resto del festejo fue una nimiedad taurómaca para olvidar.