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Tribuna
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El triunfo del machismo

Hay que rendirse a la evidencia: las feministas (y los feministas, que también los hay, a Dios gracias) tienen razón. Claro que por feminismo pueden entenderse muchas cosas, algunas de ellas bastante extravagantes. Pero permítaseme subrayar en el feminismo dos rasgos muy importantes y que parecen en buena medida contrapuestos.Por un lado, se puede entender por feminismo la justa reivindicación de los derechos de las mujeres en todos los órdenes de la vida y a todos los niveles de la sociedad, lo que lleva a pensar que todas las funciones que desempeñan, o han solido desempeñar, los hombres deberían ser igualmente accesibles, y en la misma medida, a las mujeres, de manera que así como hay hombres soldados, debería de haber también, y acaso en igual proporción, mujeres soldados.

Por otro lado, por feminismo se puede entender la idea de que es, o en todo caso ha sido hasta el presente, más propio de las mujeres (o de su mayoría) que de los hombres (o de su mayoría) cierta actitud ante la vida que subraya el valor de la ternura frente a la dureza, de la compasión frente a la crueldad, de la placidez frente a la violencia, y un largo etcétera.

En mi opinión, los rasgos contrapuestos indicados no son -o no deberían ser- incompatibles con tal que se subrayen los aspectos positivos y se descarten al máximo los negativos. Así, la igualdad social, económica, profesional y jurídica tendría que aplicarse a muchas funciones, pero no a todas. Por ejemplo, me parece de perlas que las mujeres disfruten de tal igualdad en lo que toca, por ejemplo, a ser jefe de empresa, jefe de gobierno, ministro, diplomático, médico, juez, químíco, etcétera, pero dudo de su valor en lo que concierne a ser verdugo o matador de toros, que de todos modos son funciones que deberían desaparecer en cualquier sociedad razonablemente civilizada. En cuanto a la compasión, el cuidado, etcétera, me parecen igualmente excelentes si no los confundimos con la sentimentalidad o la sensiblería, pero no es absolutamente inevitable (aunque también ocurre) que lo primero desemboque inevitablemente en lo segundo. Puede que sí, pero puede que no: en asuntos humanos las cosas suelen ser mucho más complejas de lo que, por mor de la brevedad, estoy presentando.

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De todos modos, en este momento no me importa el feminismo, que ya no tendría sentido en una sociedad donde no persistieran problemas de discriminación respecto a la mujer, sino más bien el machismo, que no tiene sentido en ninguna especie de sociedad. En la medida en que el feminismo, entiéndase como se entienda, contribuya a denunciarlo y a tratar de eliminarlo, puede ser extremadamente beneficioso.

El machismo del cual hablo es primordialmente una mentalidad, entendiendo por ésta un cierto sistema de actitudes y de valores (o disvalores). Es la mentalidad que hoy, con la guerra del golfo Pérsico arreciando fuerte, está triunfando.

No hablaré de esta guerra ni de quién tiene razón o deja de tenerla en ella, primero porque en una guerra nadie tiene enteramente razón (guerra y razón se dan de bofetadas), y segundo, porque me he ocupado del asunto en una serie de artículos recientes en la prensa diaria. Hablaré únicamente de un hecho que me parece indiscutible: que durante las guerras el feminismo, entiéndase como se entienda, pero especialmente en el sentido antes apuntado, se marchita y agosta y hasta parece un contrasentido, mientras que el machismo reverdece y florece.

Por lo poco que se puede ver en las pantallas de televisión de la vida en Irak y en países donde Sadam Husein es celebrado como un héroe, la impresión de machismo -violencia, agresividad, ferocidad- es impresionante. Aun descontando la nada incierta posibilidad de que las multitudes -que, como es sabido, se desmandan fácilmente ante las cámaras de televisión- se hallen regimentadas por un poder que, ¿quién sabe?, puede inclusive ser despreciado o sentido como oprimente en otras situaciones, no se puede por menos que sentirse abrumado, y hasta aterrorizado, por esas manifestaciones ultramachistas en las que, para descoyuntar aún más las cosas, participan, a veces incluso con mayor furia, las mujeres.

Muy bien, se dirá, pero ésos son rasgos culturales, a diferencia de los naturales, que pueden ser, si bien se mira, menos violentos o menos arbitrariamente violentos: los leones despedazan a sus presas, pero sólo en la medida en que satisfacen sus apetitos carnívoros y no por un quítame allá esas pajas o por el petróleo, y desde luego no se despedazan unos a otros. En todo caso, los occidentales -valga lo que valga, que no es mucho, la palabra- somos diferentes.

¿Se está tan seguro?

Los que se llaman rasgos culturales están a su vez asociados a tipos de mentalidad que pueden manifestarse de modos muy diversos; una gran multiplicidad de rasgos culturales pueden pertenecer a un mismo tipo de mentalidad. Y si se dice de tales o cuales rasgos que son valiosos y de tales o cuales otros que no lo son, se comete la falacia de suponer que hay una correspondencia unívoca entre rasgo cultural y mentalidad. En este sentido, es impropio, o por lo menos dudoso, pensar que hay un tipo de mentalidad -en este caso, machista- que se manifiesta en el mundo árabe, o en ciertas porciones del mismo, pero que no aparece en el cuestionable Occidente. Es, además de impropio, doblemente machista.

Una multitud exaltándose crecientemente en el curso de un partido de fútbol es una manifestación de machismo. No pocos conciertos de rock son machistas a machamartillo. Del

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José Ferrater Mora fue catedrático de Filosofía, ensayista y novelista. Este texto fue el último que entregó su autor en una larga y fecunda colaboración con el EL PAÍS.

El triunfo del machismo

Viene de la página anteriortoreo y del boxeo, no digamos. Las innumerables películas consistentes esencialmente en tiros, explosiones y defenestraciones son versiones, corregidas y aumentadas, del modo de ver, y de maltratar, el mundo a lo John Wayne, que fue un machista a ultranza. Los programas electrónicos que permiten a un febril jugador, agarrando a tiempo una palanquita, destruir 5.000 tanques con todas sus tripulaciones, o eliminar un par de planetas supuestamente enemigos (con varios millones de semejantes a bordo) meramente apretando un botón, son ejemplos de premachismo, y escribo pre porque, por lo común, se trata de un entretenimiento propio de chicos (chicas, mucho menos) adolescentes y puede muy bien ocurrir que no tengan luego mayores consecuencias; en mi infancia, hace ya décadas sin cuento, jugábamos a soldados y hasta a la guerra, y no por eso hemos terminado todos aspirando a devastar el universo. No hay que concluir, pues, que todos los intendistas del presente vayan a seguir en el futuro desviviéndose para aniquilar galaxias enteras. Aunque bien mirado, sin embargo... Desde luego, el patrioterismo, a diferencia del patriotismo, es asimismo una manifestación de machismo. ¿Y qué diremos de las fanfarronadas que vomitan algunos de los miembros de las fuerzas armadas hoy en conflicto acerca de la tarea que se les ha pedido llevar a cabo, o de lo bien que la llevaron a cabo en tal o cual coyuntura, o acerca de si, y cuándo, se le va a dar al enemigo una buena patada en el culo? Etcétera.

Pero, señor mío, le estoy oyendo decir a un posible contradictor: nada de eso va realmente en serio. Es juego, diversión, entretenimiento, expresión de civismo, natural e inevitable rudo lenguaje soldadesco, etcétera. ¿Me va usted ahora a decir que beber cerveza amorrándose a una botella es también una expresión de machismo?

Tengo que contestar que no, por supuesto, y que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, como escribió hace un par de siglos un obispo anglicano doblado de filósofo. Pero a la vez siento una comezón que me hace pensar: no, claro, no, pero, bueno, casi, casi; por ahí se va o, por lo menos, por ahí se puede ir donde juzgo que no se debería.

En todo caso, hay una mentalidad de guerra como hay una mentalidad de paz. La mentalidad de guerra se halla estrechamente asociada al machismo. La de paz, íntimamente ligada al feminismo. La cuestión, pues, es: ante varios sistemas de valores, ¿cuál se prefiere? En mi caso, uno que esté más bien cerca del feminismo. En cualquier caso, uno diametralmente opuesto al machismo. Definitivamente.

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