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Buscando el voto desesperadamente

Marcos Peña

Falta poco para que el proceso electoral concluya, y no es necesario esperar los resultados definitivos para darnos cuenta que ya se han producido un par de cosas sobre las que convendría reflexionar.La primera es, qué duda cabe, que los resultados parciales confirman la hegemonía de UGT y Comisiones Obreras. Ambos sindicatos pueden alzarse con el 85% de los delegados electos. No está nada mal.

Mapa sindical

El mapa sindical de nuestro país parece definitivamente consolidado. Hegemonía de UGT y CC OO a nivel nacional, reparto de la hegemonía con los sindicatos nacionalistas en sus zonas de influencia, presencia residual de algún sindicato de empresa o subsector y cuasi desaparición (salvo Administración Pública) de los restantes proyectos sindicales. Y a mí todo esto no me parece mal; pues a menor bulto mayor claridad, y que me perdonen los alternativos.

Muy bien, se hacen realidad las previsiones de vísperas y no hay nada que objetar, pero hay algo más. Lo que estamos diciendo supone que millones de trabajadores han votado a la Unión General de Trabajadores y a Comisiones Obreras supone contar con miles y miles de delegados. Supone en definitiva una representatividad, más que suficiente en mi opinión, que sería bueno que sirviese para templar las críticas de aquellos aún empecinados en negar la representatividad de estos sindicatos.

La segunda cosa, tan importante como la anterior, es que las actuales normas electorales no sirven, hay que cambiarlas. Confunden y perjudican. No son sólo confusas, sino también dañinas.

Lo primero que salta a la vista es que con un solo voto se producen tres resultados y no uno solo: se escogen delegados de personal y comités de empresa, se adquiere legitimación para negociar los convenios de ámbito superior a la empresa, y se conquista, por último, la presencia institucional de los sindicatos; su participación en los distintos organismos públicos. Es, pongamos por caso, como si el ciudadano con un solo voto escogiera alcaldes, senadores, diputados y presidentes de comunidad. Un voto, en verdad, polivalente.

No creo que esto tenga fácil arreglo, pero el problema está ahí, y no es malo que al menos seamos conscientes de su existencia.

Tres elementos

Otro problema, ciertamente más grave, es que las actuales normas electorales reproducen en clave sindical el discurso político, y no sólo lo reproducen, sino que lo hacen en tono menor.

Nacen así unas elecciones político-sindicales de andar por casa, desparramadas en el tiempo y con garantías insuficientes. Y fruto de todo ello son tres elementos distorsionantes de no pequeña importancia. Los sindicatos participantes al ocupar espacio electoral se convierten desde la parrilla de salida en adversarios, en contrincantes -cuando no en enemigos políticos- La ausencia de los rigurosísimos controles formales de toda elección política permite a cualquiera y en cualquier momento hablar de irregularidades. Y si a esto añadimos que se está votando durante 90 días, nos encontramos sencillamente ante una situación conflictiva elevada a la nonagésima potencia . Miren ustedes, a los 30 días la Irregularidad se convierte en fraude, a los 60 en atraco a mano armada y a los 90 en algo tan lamentable como el uso del preservativo sin autorización por escrito del padre espiritual. En fin, un desastre.

Todo esto es bastante más grave de lo que parece, porque en nuestro país empresas de seis, de 10, de 15 trabajadores hay centenares de miles. Y a ver cómo se forman allí las mesas electorales, cómo se garantiza la virginidad de las urnas (¿pero qué urnas?), cómo se protege la confidencialidad del voto... Es imposible. Es un reino aparte; un reino que corre el peligro de convertirse en paraíso de muñidores y truhanes.

Es evidente que hay que defender la participación electoral de todo el mundo, trabaje en la empresa que trabaje; nadie discute la bondad del voto; es obvio que la única legitimación a los sindicatos les viene desde abajo y todos conocen la trascendental importancia de los sindicatos en ese inmenso y atomizado magma de la pequeña empresa.

Todas estas teorías están muy bien, y son necesariamente defendibles, pero, como diría Charcot, Ias teorías están muy bien pero no impiden que los hechos existan". Y los hechos en el presente caso parecen querer anunciar una extraña incompatibilidad entre las pequeñas empresas y el sistema electoral existente en la actualidad.

Enfrentamientos

Y también aquí, desgraciadamente, el problema carece de solución sencilla.

Pero a lo que íbamos. En mi opinión, como les decía, el actual enfrentamiento sindical es una consecuencia inherente al sistema electoral; la responsabilidad, por tanto, es normativa no sindical. Y las consecuencias de esta pugna, de este interminable rosario de acusaciones, no es que a nadie favorezcan, sino que a todos perjudican. De ahí su nocividad.

Es obvio, y no merece ni comentarios, que para los sindicatos esta situación es perniciosa. Les debilita; se convierten en interlocutores más débiles -gracias a su enfrentamiento-, y en sujetos sociales menos creíbles -gracias a sus acusaciones mutuas- Pero lo que es menos obvio, y exige por tanto una defensa más articulada, es que esto es malo para todos y no sólo para los sindicatos.

Yo creo que ya no es necesario explicar que para que un país funcione, para que goce de buena salud, tiene que tener fuertes partidos políticos, fuertes patronales y sindicatos fuertes. Tampoco quizás a estas alturas sea preciso explicar que los sindicatos son instituciones esencialmente vertebradoras, y que si de algo carece nuestra sociedad es justamente de vertebración.

Y si éstas son las premisas la conclusión es clara. En síntesis: todo lo que debilita a los sindicatos debilita también a la sociedad, y afecta, por ende, a todos los ciudadanos, trabajadores o no, afiliados a un sindicato o sin afiliar.

Si hemos dicho que la causa de esta debilidad radicaba en un enfrentamiento desmedido; en una sarta, a menudo insensata, de acusaciones, y que esto a su vez era una consecuencia natural, propia, del sistema electoral vigente -ajena a la voluntad de los participantes-, la conclusión definitiva se me antoja facilita: las normas electorales deben ser modificadas. Y cuanto antes mejor.

Marcos Peña es inspector de Trabajo.

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