Apoteosis con Giulini
Asistimos estos días a la gran fiesta sinfónica de Madrid: El buque fantasma, de Ros Marbá, la presentación de Comissiona, la presencia de la Sinfónica y de la Filarmónica de Viena, la del teatro Alla Scala, el homenaje a Cristóbal Haiffter y, dentro de unos días, la Filarmónica de Israel. Con George Prêtre, nos han visitado Riccardo Muti y Carlo Maria Giulini, y vendrá Zubin Melita.Pero lo del día es Giulini, una personalidad tan fuera de serie que parece heredar, con palabras propias, el gran arte de los Furtwängler, los De Sabata y los Walter, bajo cuya dirección tocó de joven en la Orquesta del Agusteo. Es la línea que viene, o puede simbolizarse, en Mahler, y de la que quedan hoy un par de representantes. Giulini es conmovedor, lo es su cordial humanidad y lo es su actitud ante la música. Desdeña la prisa y el ajetreo y piensa que todo hacer música que no nazca y se ejerza desde la serenidad estará tocado o enfermo.
Orquesta de la Scala de Millán
Director: Carlo Maria Giulini. Obras de Beethoven. Auditorio Nacional. Madrid, 5 de noviembre.
La nobleza de estilo alcanza en Giulini elegancia que sería olímpica de no estar entrañada en una actitud emocional y en un orden de saberes de carácter introspectivo que hace de sus versiones nítidos esclarecimientos.
Con la Pastoral y la Séptima de Giulini podemos simultanear dos funciones: la conmoción y el análisis. Y una tercera: comprobar cómo desde una muy estricta fidelidad, desde una magnífica herencia de sus mayores y frente a otros grandes de su generación, las versiones de Giulini son personales e intransferibles.
No sabemos si pintó o soñó ante nosotros la Sinfonía Pastoral, pero sí que resulta difícilmente olvidable, a pesar de habérsela, escuchado en otras ocasiones. En ésta, la madurez de los 76 años le otorgaba un algo indefinible y trascendente que se sitúa mucho más lejos de las "notas" y de "entre las notas". Y el vigor sin espectacularidad de la Séptima deshizo de un golpe cuantos tópicos interpretativos se le han adherido en el curso del tiempo y la frecuencia de las lecturas, interpretaciones y versiones.
La orquesta de la Scala, tan rica en individualidades de gran mérito, se acopla a Giulini como el guante a la mano. Así a través de una géstica mesurada, los profesores milaneses entienden cuanto se les pide y propone y lo sirven con magnificencia. Entregados, solidarizados, integrados en la ideología, el pensamiento, el afán de claridad y la renovación de un clasicismo hecho de renuncias, los scaligeri, dueños del doble arte sinfónico y operístico, cantaron, respiraron y transparentaron los altos pentagramas beethovenianos de la mano de un verdadero maestro que une en sí mismo la condición de guía, la de enseñante y la de conductor. Una nueva jornada para archivar cuidadosamente en el recuerdo y revivirla cada día. Hechos musicales así nos acompañan siempre y hasta determinan buena parte de nuestro criterio musical. Apoteosis total y ovaciones inacabables.