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El Parlamento Europeo se lava las manos en su condena del racismo y la xenofobia

La votación del informe sobre el racismo y la xenofobia en Europa reflejó la división e incoherencia del Parlamento Europeo, una Cámara que reclama más poderes para construir la Europa unida, pero que es incapaz de anteponer los temas de fondo a las querellas personales y partidistas. Las acusaciones a Valéry Giscard d'Estaing, ex presidente francés y líder del Grupo Liberal, que se opuso al informe tras un supuesto pacto con la ultraderecha a cambio de votos para su presidencia del Parlamento, pudieron más que la defensa de los derechos de ocho millones de inmigrantes que viven legalmente en Europa.

El Parlamento actuó como Pilatos. No aprobó el informe y, aunque asume las 77 recomendaciones en él contenidas, se limita simplemente a pedir a la Comisión Europea y los Estados miembros que "las estudien pormenorizadamente". Simone Veil se apartó de su grupo liberal y calificó el debate de "espectáculo miserable".Después de más de nueve meses de investigación por una comisión especial elegida por abrumadora mayoría, oficialmente el informe no existe. El Parlamento, como recordó Veil, da un paso atrás con respecto al informe de 1986 que desembocó en una resolución unánime de condena del racismo y la xenofobia suscrito también por la Comisión Europea y los Estados miembros.

El eurodiputado socialista Glynt Ford, autor de un informe que demuestra que las cosas han empeorado, acusó al Parlamento de "hacer caso omiso de su responsabilidad y esconder la cabeza bajo el ala". La recomendación aguada fue aprobada por 188 votos a favor, 146 en contra y 18 abstenciones. A la oposición de la ultraderecha y los liberales se unieron muchos democristianos, entre ellos dos tercios de los representantes del Partido Popular.

Contradicción

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Sin embargo, las votaciones de ayer reflejan una enorme contradicción, que denunciaron en vano los democristianos. Por 159 votos a favor, 134 en contra y ocho abstenciones se asumió "el compromiso de publicar y difundir ampliamente el informe" en todos los países comunitarios. Los comunistas y los verdes lograron este propósito al solicitar votación nominal, aunque el eurocomunista Gutiérrez Díaz se puso al lado del yerno de Ruiz Mateos y otros nueve eurodiputados españoles (ocho del PP).

El socialista Juan de Dios Ramírez Heredia, gitano, expresó su tristeza por la división partidista de los eurodiputados, cuando "la defensa de la dignidad humana tendría que ser patrimonio de los demócratas europeos, de todas las personas de buena voluntad, algo que aquí se echa en falta". Los democristianos salvaron la cara como grupo con una resolución aparte en la que se condena el racismo. Los liberales no lograron que se aprobara la suya. La ultraderecha fracasó rotundamente en su propuesta de que ésta no es una competencia comunitaria.

La causa de su dos días de debate y guirigay de explicaciones de voto fue la irresponsabilidad del grupo socialista que comenzó matando y acabó buscando desesperadamente un consenso que le llevó al ridículo.

Portavoces socialistas acusaron a Giscard de buscar los votos de la ultraderecha para poder optar a la presidencia del Parlamento y de ser "una mierda dentro de una media de seda". Luego el grupo se distanció de estas acusaciones, y hasta el propio Ford accedió a descafeinar su propuesta de resolución. En la tribuna, un eurodiputado resumió el cambalache al decir que "la eurocámara ha acabado dándose patadas en su propio culo".

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