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"La ira no me basta", afirma Hans Modrow

Las confesiones de un comunista honrado sobre Honecker y sus antiguos camaradas

HERMANN TERTSCH"Ira, mucha ira, pero también compasión y bastante desprecio". Hans Modrow, ex jefe del partido comunista (SED) de la República Democrática Alemana (RDA) en Dresde, antiguo primer ministro, presidente de un partido comunista hoy llamado del Socialismo Democrático, gran protagonista y víctima del arrollador proceso de reunificación alemana, ha explicado a este periódico en Santander los sentimientos que le infunden sus antiguos camaradas.

"Cuando mis amigos o conocidos se suicidan, como en abril el ministro de la Vivienda, Wolfgang Junker, no me basta con la ira. Siento también compasión por las vidas que se sienten fracasadas, por tantos proyectos vitales que se han ido al traste. Esta frustración nos aqueja a millones en todo el este de Europa y la Unión Soviética. Estamos luchando todos con nuestro pasado para que no nos aplaste nuestra identidad".En una larga conversación de más de cuatro horas con EL PMS, Hans Modrow, que se encuentra en Santander invitado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, habló menos sobre el futuro de Alemania que de su pasado y los sentimientos que despiertan en él este vertiginoso desmoronamiento de la ideología a la que dedicó su vida. Amargura por el pasado, temor por sus consecuencias en el futuro y esperanza como abuelo de tres nietos son los sentimientos que dominan en este verano de 1990 a este hombre íntegro y comunista honrado.

Modrow es el único político de la RDA que ha visitado a Erich Honecker después de las elecciones. Él, que había sido desplazado a provincias por Honecker, fue a la cama del enfermo, habló con el líder caído y vilipendiado por todos y dispuso su traslado al cuartel militar soviético en el que se encuentra ahora. El presidente soviético Mijaíl Gorbachov le había sugerido telefónicamente a Modrow un exilio de Honecker en la URSS.

Honecker no tiene los sentimientos de culpabilidad que acosan a Modrow. "Piensa que la culpa de todo es de Gorbachov. Que él ha liquidado un proceso comunista que, pese a todas las

dificultades, podía haber seguido adelante. Está, además, convencido de su inocencia en todas las acusaciones sobre corrupción. No se separa de un maletín donde cree llevar todas las pruebas y recibos", afirma Modrow.

"No puedo condenar a la gente por atacarnos", dice Modrow. "Comprendo que a mí no me juzguen por los últimos años, sino por todo mi pasado como comunista. Yo me comprometí con el sistema hace ya muchas décadas. Ya entonces estábamos equivocados. El pasado es un gran lastre, no ya político, sino humano, y yo lucho todos los días con todas estas sensaciones, ira, compasión y desprecio. Sólo nos podemos ayudar con un proyecto de futuro".

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Modrow siente una profunda amargura por lo que se ha hecho en nombre de la ideología que desde la adolescencia consideró como el más noble ideal para la humanidad. Posiblemente en las elecciones generales alemanas del 2 de diciembre su partido no logre representación parlamentaria. "Me jubilaré, supongo".

Tiene 63 años y no va a mendigar en ninguna revista occidental para publicar sus intimidades como sus camaradas Egon Krenz o Günther Schabowski. Tampoco utilizará sus contactos para ingresar en la vanguardia de los gestores del capitalismo en la RDA. Su felicidad son sus dos hijas y sus tres nietos y el reconocimiento de una honestidad no mancillada siquiera por el trato con mafiosos del poder.

Modrow parece la antítesis del canciller federal alemán, Helmut Kohl. Es un político reflexivo, casi introspectivo y en pugna permanente por conjugar las necesidades y posibilidades políticas con sus creencias morales.

La conciencia luterana de un ateo

Hans Modrow, pese a declararse ateo, confiesa mantener una lucha de rigor luterano con su conciencia. Su tolerancia hacia los demás le convierte en un ejemplo extraño de señorío y generosidad en momentos en que sus otrora poderosos camaradas intentan presentar su ped¡g7í de disidentes y conseguir algún contrato con una empresa occidental para compensar el hundimiento de una vejez que hace tan sólo ocho meses parecía asegurada.Modrow es demasiado honesto consigo mismo y con sus compatriotas como para realizar los ejercicios acrobático-ideológicos que han hecho otros para adaptarse a los nuevos tiempos. Fue uno de los pocos, si no el único, en el círculo del poder que se enfrentó con Erich Honecker y sobre todo con el omnipotente Günther Mittag.

Fue el gran talante moderador que evitó durante meses de inmensa tensión que la sangre se derramara en el ambiente de odio y frustración que se creó al final del anterior régimen en la República Democrática Alemana.

"Siento una gran amargura. Estuve cuatro años en cautividad soviética después de que me hicieran prisionero a los 17 años. La escuela ideológica me formó como comunista pese a que pertenecía a una familia en la que el jefe, mi padre, era un marino muy fiel al partido nacionalsocialista. En 1945, los aliados vieron con asombro que no había nazis en una Alemania que se había volcado en apoyo a Hitler. Hoy parece que nunca hubo colaboradores de Honecker. "Los alemanes no somos japoneses que realizan actos de fidelidad tras la derrota", dice Modrow. Él, sin embargo, tiene dignidad para ello.

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