¡A los toros!
Empiezan las grandes ferias en una temporada taurina de máxima expectación
La famosa Feria de Sevilla ya está en marcha y empapelando las tapias de los Madriles la cartelería de la no menos famosa Feria de San Isidro, ambas rodeadas de máxima expectación en una temporada que, previsiblemente, conocerá grandes entradas en la mayor parte de los cosos. Cuando se aproxima el siglo XXI y la civilización ha alcanzado unos límites tecnológicos insospechados, cuando el canon de las manifestaciones artísticas ha evolucionado hasta la misma contradicción, cuando Priman aires de modernidad y hay una conciencia europeísta que somete a revisión costumbres y tradiciones, gran parte de los españoles recuperan la fiesta de los toros como el espectáculo favorito que fue en este país hace casi un siglo.
Aquel vocerío de "¡A los toros, eh, a los toros!" con que los cocheros llamaban a la clientela para llevarla a la plaza en carruajes de tiro vuelve a ser reclamo de millones de ciudadanos que encuentran en la fiesta las emociones, la diver sión y el contraste necesario para liberar los traumas y las tensiones de esa dislocada vida que marca el prosaico y civilizadísimo final de siglo.Unos aficionados madrileños intentaron en cierta ocasión recuperar aqueíla costumbre y buscaron un coche de caballos para que les llevara a Las Ventas. Concertaron el viaje, que debía ser desde la Puerta del Sol y, c'Alcalá arriba, hasta el coso. Doce amigos tocados con gorrilla visera y pañuelo cruzado al cuello para sentirse todo lo chulapones que requeiían las circunstancias embarcaron en el coche de caballos, y no había voceado dos arres el auriga cuando ya estaban bajando para celebrarlo con una copa en el primer bar que encontraron. En el segundo hicieron lo mismo, y así en todos los demás, de manera que de toda la c'Aicalá no dejaron sin visi tar ni uno. Cuando llegaron al oso de Las Ventas más valientes que un tabor de Regulares, y aunque sólo quedaban ya tres toros, ellos vieron seis y se sentían emperadores de China.
Los silencios famosos
En Sevilla, los coches de caballos no es necesario molestarse en bus carlos, están allí, a cualquier hora, pero los aficionados no los utilizan para ir a la Maestranza. Ir a los toros en Sevilla tiene otro rito. Incluso el reclamo aquel de "¡A los toros, eh, a los toros!", en Sevilla sería improcedente. Las Ventas es una plaza viva, de mucha fuerza, ruido y pasión, mientras la Maestranza es una plaza nostálgica que requiere sosiego, ensoñaciones y silencio.Los silencios de la Miaestranza son famosos. Manolo Vázquez, en la corrida de su despedida, había llevado el toro al centro del redondel y se distanció para citarlo. Juntó las zapatillas, adelantó la muletilla, graciosa y el runrún de los comentarios bajó de súbito hasta convertirse en un denso silencio. Sólo se oyó el "¡je!" que exclamaba, el torero y a continuación, ccmo llegado de un mundo lejano, el volteo lánguido del campanil de la Giralda. Se arrancó entonces el toro al cite, lo embarcó Manolo Vázquez en la muleta, y el pase no se sabe si sería bueno o malo -se guramente fue bueno-, pero res talló uno de los olés (¡óle!, se dice en sevillanía pura) más emocionantes y más jubilosos que recuerda la Maestranza, porque allí se había creado arte y el arte era pre cisamente aquel instante irrepeti ble de torería y sentimiento.
La afición madrileña también sabe ser sensible a su manera, por que no todo es alboroto en Las Ventas, plaza que confirma y con sagra a los toreros, y así era ya en los viejos tiempos. La afición ina drileña es consciente de ello y por eso se constituye en cátedra. Mientras la sevillana se enorguille ce de sentir el toreo, la madrileña se enorgullece de conocerlo; mientras la sevillana lo adjetiva, la madrileña lo sentencia. Aunque éstas son matizaciones demasiado sutiles para la estricta realidad de las cosas, pues finalmente una y otra aficiones suelen estar de acuerdo. Curro Romero es el paradigma del consenso. Sevilla le quiere, Madrid le admira, y no se sabría decir entre cuál de ambas aficiones tiene mejor cartel.Curro es torero exclusivo, naturalmente, y no empece para que mande en la fiesta Espartaco, el diestro que firma más contratos, percibe mayores honorarios, elige ganaderías y, si le apetece, hasta los toreros del cartel. Todo ello no sin discusión, porque para diversos sectores de aficionados tienen más importancia la galanura de Roberto Domínguez, el arte prometedor del jovencísimo Julio Aparicio, el clasicismo incipiente de Joselito, entre otros diestros de alternativa.
El ganadero de más fama sigue siendo Victorino Martín, pero esta temporada no lidiará en España -prefiere hacerlo en Francia-, con no poco duelo para la afición madrileña, que lo tiene convertido en ídolo. Pero aún sin victorinos, la fiesta sigue, más floreciente que nunca. Se asegura que en 1989 hubo en los cosos españoles un total de 40 millones de espectadores y las previsiones son que en la presente temportada se rebasará la cifra. Cuarenta millones de espectadores no es cifra disparatada si se tiene en cuenta que a partir de ahora todos los días hay toros en alguna de las poblaciones españolas, donde son inconcebibles fiestas patronales y ciclos agrícolas que no se celebren con corridas.En todas estas plazas, principalmente en los núcleos rurales, la corrida no es arte ni ciencia, sino diversión. Algo que la afición de la Maestranza y de Las Ventas tendrían por sacrilegio. Porque los sevillanos consideran la Maestranza templo, y exigen respeto, y los madrileños, Las Ventas, tribunal examinador, y exigen rigor.
Ministros y catedráticos
Luego, claro, entre los ministros del culto y los catedráticos de la tauromaquia hay de todo. Un coronel de Infantería llevaba 60 años yendo a los toros en Madrid y aún no se había enterado de lo que era cargar la suerte. Cuando se lo explicaron, le entró un sofoco, se le agriaron las miserias del cuerpo y murió pronto. En cambio, don Mariano es aficionado docto que al acabar la corrida la explica en la calle a la luz de un farol y al día siguiente otra vez, en el hogar del jubilado. Don Mariano tiene hecho el toreo de todo el mundo, desde Belmonte hasta el último debutante. Se le recuerdan faenas memorables. Hasta ha sufrido percances: después de una corrida de El Cordobés, al hacer el salto de la rana, se quebró una canilla.Otros aficionados madrileños eran conscientes de que les faltaba conocer la vida del toro en el campo -lo cual no les ocurre a los sevillanos, pues tienen próximos los cortijos- y un día adoptaron la decisión heroica de visitar una ganadería. Allegaron gorrillas, aderezaron zamarras, compraron botos, partieron en un autobús al alba... Pero ésa es otra historia.
Babelia
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