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Nueva York, una manzana podrida

El nuevo alcalde se enfrenta a una de las peores situaciones en la historia de la ciudad

Poco después de su derrota en las primarias celebradas en septiembre para designar al candidato del Partido Demócrata a la alcaldía de Nueva York, el colorista Ed Koch, se situó en una estación de metro de la Lexington Avenue para estrechar la mano de algunos de sus partidarios que habían acudido para consolarle tras la amargura de la noche electoral. Un joven se acercó a él y, dándole unas palmadas en el hombro, le dijo: "No te preocupes, Eddy. Encontrarás un trabajo mejor". "Hijo", contestó el veterano político, que, como su ídolo, Fiorello la Guardia, no ha podido ver realizado su sueño de conseguir un cuarto mandato municipal, "no existe en el mundo un trabajo mejor que éste".

Sin embargo, la vehemente afirmación de Koch, motivada por el apego del alcalde al cargo del que cesará a finales de año, no se corresponde con la realidad de lo que Nueva York es en estos momentos: una ciudad de contrastes estremecedores donde conviven en unos pocos metros el Tercer Mundo y el primero, Wall Street y la pobreza más descar nada, universidades famosas y miles de niños sin escolarizar apartamentos de varios millones de dólares y el mayor número de gente sin hogar del país. Todo esto junto a problemas acuciantes de drogadicción, crimen, SIDA, corrupción administrativa y bancarrota presupuestaria que justificarían la colocación de un gigantesco cartel a la entrada de la ciudad con la inscripción "Yo, de Nueva York, paso".Hacer historia

Ésa es la verdadera herencia que Ed Koch, el judío más vital que recuerdan los neoyorquinos, deja a su sucesor y hasta ahora presidente del distrito municipal de Manhattan, David Dinkins, que el martes 7 de noviembre de 1989 hizo historia al convertirse en el primer regidor negro de la ciudad de los rascacielos. "Hemos superado un hito en nuestro recorrido por la libertad", manifestó Dinkins, un abogado de aspecto distinguido de 62 años, casado desde hace 36 años y padre de seis hijos, poco despues de conocer su histórica victoria.

Sin embargo, Dinkins, el hijo de un modesto barbero de Nueva Jersey que derrotó por sólo dos puntos al agresivo candidato republicano -el fiscal Rudolph (Rudy) Giuliani, famoso por sus actuaciones en los juicios contra la mafia neoyorquina-, va a necesitar algo más que declaraciones rimbombantes si quiere afrontar con sólo un mínimo de posibilidades de triunfo la pirámide de problemas que afectan a la Big Apple, una manzana que como recordaba recientemente un periódico local, sé va pudriendo por momentos.

Desde que en 1625 los holandeses compraron por 24 dólares a los indios la isla de Manhattan, uno de los cinco boroughs (distritos municipales) en los que está dividida Nueva York, nunca se habían acumulado tantos problemas en la gran ciudad. Nueva York, como cualquier megápolis, siempre tuvo dificultades de todo tipo. La diferencia es que ahora se le han concentrado todas de golpe.

Con su presupuesto anual de 28.000 millones de dólares (unos 3.3 billones de pesetas), muy superior al de varios países representados en las Naciones Unidas, es incapaz de hacer frente al deterioro de su infraestructura viaria y de obras públicas, no ren.ovada desde su construcción, o de pagar los programas sociales riecesarios para hacer frente a los problemas planteados por las 90.000 personas sin hogar, los 24.800 afectados por el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) y los 700.000 drogadictos, una cifra que supera con creces la población de Boston.

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Nueva York terminará este año fiscal con un déficit presupuestario de 530 millones de dólares, lo que hará imposible, entre otras cosas, mejorar sus calles, conducciones de agua, sistema eléctrico -donde un apagón parecido al de 1965 es posible en cualquier momento- y puentes, algunos de los cuales, como mostraba hace unas semanas la cadena de televisión NBC, tienen sus cimientos carcomidos.

Los rascacielos de oficinas y de apartamentos siguen levantándose incesantemente, principalmente debido al hecho de que en la ciudad todavía existe abundancia de terreno municipal. Pero son las tripas las que se resienten, como si lo único que importara fuera el aspecto externo.

De acuerdo con Ias cifras facilitadas por Koch el 24 de octubre pasado, la única receta para equilibrar el presupuesto municipal para el próximo año fiscal es la clásica: aumentar los impuestos y reducir los programas. Por tanto, el alcalde saliente propone al nuevo equipo, entre otras cosas, reducir programas en curso por valor de 200 millones y aumentar en un 8% las tarifas de agaa y alcantarillado, además de suprimir una serie de subvenciones a servicios públicos.

El único servicio municipal que tiene previsto un aumento de efectivos es el de policía, cuyo número debe aumentar en torno a los 3.000 oficiales. Sin embargo, el New York Police Department, con un total de 25.000 personas, tendrá, a pesar del aumento previsto para 1990, 2.000 agentes menos que a principios de la década de los ochenta.

El aumento de los encargados de mantener la seguridad ciudadana en una de las ciudades más inseguras del mundo es explicable si se tiene en cuenta que durante el pasado año Nueva York superó su propio récord de crímenes, con una cifra de 1.896 asesinatos y 90.000 iletenciones por delitos reIacionados con la droga.

Otro motivo de preocupación para lit nueva Adminstración que se hará cargo de los destinos de la ciudad a partir del 1 de enero de 1990 es la disminución alarmante en la creación, de nuevos puestos de trabajo. Desde el farnoso crask de Wall, Street de 1987 se han perdido más de 15.000 empleos en instituciones relacionadas con la Bolsa de Nueva York.

Perca el descenso en la creación de empleo no sólo afecta al sector financiero, importante en movimiento de capital, pero no en número de efectivos humanos. Más grave es la disminución en los puestos de trabajo industriales, de los que Nueva York perdió 72.000 entre 1982 y 1988.

La causa: pocas nuevas empresas se establecen en Nueva York muchas trasladan sus plantas de producción a los Estados cercanos o al norte del Estado de Nueva York, donde los impuestos son menores, la vida es más agradable y menos agresiva y donde es muy poco probable que, una madre trate de vender a su hijo de 11 días por 100 dólares, como ocurrió en la estación de autobuses de Nueva York, al día siguiente de la elección de Dinkins.

El nuevo alcalde se ha presentado como "el gran unificador" de ese mosaico de razas -cinco grupos étnicos- y religiones -más de 200 sectas- que es Nueva York. Y, evidentemente, vaa necesitar de todas sus dotes de negociador y pacificador para evitar que un nuevo estallido racial vuelva a convertir las calles de la ciudad en un mievo campo de batalla, como ocurrió en dos ocasiones en lo que va de año, con mot-vo de la violación y casi asesinato de una blanca por un grupo dt jóvenes de color en Central Park y del linchamiento de un negro por un grupo de italianos de Brooklyn que creyeron eirónearriente que se iba a citar con la novia blanca de uno de ellos.

Sólo para blancos

Los dos sucesos, que sacudieron en lo más profundo la conciencia de los neoyorquinos han sido los más graves registrados en la ciudad desde un caiso que hizo histería en 19:36, el Howard Beach case. En aquella ocasión, tres jóvertes blancos mataron a un negro simplemente por haberse atrevido a entrar en un bar sólo para blancos en una popular playa del distrito de Queens.

La pregunta en la mente de todos los neyorquinos es la que ha repetido machacenamente el fiscal Giuliani durante la carripafla electoral: ¿tiene el nuevo alcalde el suficiente carácter para hacer frente a los problemas de Nueva York?.

El apoyo decidido a Dinkins por parte de la organización sindical neoyorquina, una de las más corruptas del país -las escenas de Marlon Brando en la inolvidable película La ley del silencio están sacadas de la realidad de los muelles neoyorquinos-, y algunas actuaciones dudosas del nuevo alcalde saca,das a la luz durante la campaña electoral -por ejemplo, su olvido de realizar la oportuna declaración de la renta durante cuatro años, entre 1969 y 1973- dejan otra interrogante abierta que sólo podrá encontrar adecuada respuesta en la actuación del nuevo regidor de la Big Apple.

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