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Tribuna
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Elecciones

Había nacido allí. Cerró la boca contra el pecho materno y el calostro inundó su boca. Aquel cuerpo era todo su universo. Las manos de su madre le acercaban con regularidad al lugar acostumbrado. Esta vez, sin embargo, su boca reemplazó a otra. Miró aquellos ojos extraños y apretó el rosado pezón: el líquido no llenó su cuerpo. Comprendió. Sus manos arañaron el rostro próximo.Diez años. Su cuerpo flaco y flexible se dobló sobre la mesa, alcanzó el cucharón y llenó el plato. Las otras siete manos esperaron tumo. Sonrió. Había sido el más rápido. Buscó su trozo de pan y sólo encontró la madera. Su padre tenía una mirada orgullosa, le devolvió el pan y la mano revolvió su pelo. Caminaron juntos hasta la puerta; el mensaje fue muy corto: "Ya eres mayor".

La calle le recibió con sus amigos de siempre. Los saltos de pídola y las carreras del juego del pañuelo les Devaron hasta la noche. Hablaron de hambre y encaminaron los pasos entre las decenas de chabolas. Le señalaron el sitio. Un cartel de madera colgaba del techo de hojalata ondulada: víveres. La operación fue fácil y sólo unos ladridos acompañaron sus risas; tres años más ampliaron su territorio entre cientos de casas iguales.

Había ocurrido otras veces, pero nunca con tanta intensidad. Las tiendas, con las puertas abiertas, enseñaban su inútil vacío a la gente que llenaba las calles. Las madres mostraban sus hijos y señalaban sus pechos secos. Se unió a los otros descamisados. Miles de personas seguían el río de plata que llevaba a la ciudad. Las prirneras calles acogieron el gentío y dispersaron entre ellas los gritos de protesta, compases de Evita sonaron en alguna parte. Entró en el almacén, sus ojos no acertaban a elegir. Escuchó carreras y voces -"Soldados, soldados"- Sonaron los disparos.

Con un gesto desesperado, el pofitíco consiguió despertarse, el frío del suelo alejó de su cabeza las columnas de descamisados; goterones de sudor bajaron por su cuerpo. Se prometió que en las próximas elecciones no ¡da a un mitin de su jefe.

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