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Una disyuntiva angustiosa

La droga mata. Por eso debe ser despenalizada.Con muchas precauciones y algún titubeo de fondo, ésta es la conclusión a que ha llegado hace unos días en Roma un seminario celebrado por Magistratura Democrática, la equivalente Italiana de Jueces para la Democracia. Intervinieron jueces de varios países europeos -entre ellos, tres españoles-, médicos, sociólogos, directores de centros de rehabilitación y el único candidato radical italiano que ha sido elegido al parlamento europeo con una plataforma de despenalización de la droga. Varios periodistas europeos celebraron una mesa redonda.

La reunión había sido convocada como respuesta a una proposición de ley claramente electoralista del líder socialista italiano, Craxi, que pretende meter en la cárcel hasta a quien se fume un porro. Una tontería de este porte ilustra perfectamente la inutilidad de la represión. Considerando que existen en el mundo unos 30 millones de fumadores de marihuana, el señor Craxi se va a quedar sin sitio en las cárceles en un santiamén. Claro que es igualmente inútil despenalizar solamente el consumo si las papelinas no llueven del cielo. ¿Qué hacer entonces?

Pocos debates son más urgentes que el de la droga. Aunque sólo fuere porque nadie sabe qué hacer con ella, porque su producción y comercialización han originado una actividad delictiva de proporciones nunca igualadas; su consumo mata; su uso, llámese marijuana, cocaína, heroína, LSD o crack, se ha extendido de tal forma, que se ha convertido en la auténtica plaga de este final de siglo. ¿O no? Seguramente estoy exagerando. El tabaco mata mucho más. El alcoholismo, también, y en EE UU hay más muertes al año por consumo indebido de fármacos que por sobredosis de droga. Lo que ocurre en realidad es que, mientras los efectos de la droga son horrorosos de ver, se diría que las consecuencias del tabaco son más limpias; sólo se notan cuando el que las padece está ya en su ataud. Y allí, todos calvos. Pero nadie habrá tenido que asaltar a una anciana a punta de navaja para obtener el dinero conque comprar un paquete de cigarrillos. Es cuestión de precio. Y de legalidad.

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"La prohibición (sea de bebidas alcohólicas, de tabaco o de drogas) es un remedio que empeora las cosas, tanto para el adicto como para los demás". Esta frase fue escrita, hace ya

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Una disyuntiva angustiosa

Viene de la página anterioraños, por una persona tan poco sospechosa de virulencia revolucionaria como Milton Friedman. En ella está el quid de toda la cuestión. ¿Debe despenalizarse el mundo de la droga o no?

Puede especularse legítimamente con que los efectos de una despenalización total de la droga serían similares a los que tuvo la derogación de la ley seca en EE UU: sencillamente que los precios bajaron, el crimen organizado tuvo que reorientarse y la gente continuó consumiendo alcohol, unos razonablemente y otros emborrachándose. La incógnita está en si puede uno drogarse razonablemente. Porque lo verdaderamente angustioso es que, en el supuesto de una legalización de las drogas, no sabemos si se dispararía repentinamente el consumo, simplemente porque puede que la droga sea más inmediatamente agradable y enganche más rápidamente. En otras palabras, no sabemos sí la atracción mortal de la droga se debe sólo al vértigo que causa el fruto prohibido. Y en el caso de que una despenalización saliera mal, ¿cómo se da marcha atrás?

Es cierto que el tabaco mata a más gente que la droga porque hay infinitamente más fumadores que drogadictos. Pero si, para acabar con el tabaco, se penalizara su producción y su consumo, la gente seguiría fumando, los precios se multiplicarían por mil, la mafia controlaría el mercado y la necesidad de dinero para comprar un cigarrillo aceleraría el crimen callejero. En los países más desarrollados se está empezando a dejar de fumar porque las campañas anti-tabaco (no la prohibición de su fabricación y venta, sino la demostración de su peligro y lo socialmente molesto que resulta comerse una merluza a la vasca cuando el vecino se está fumando un puro) son más eficaces y utilizan mejor el dinero que cuando es malgastado en la persecución de un crimen del tabaco.

En la polémica sobre la legalización de las drogas se invoca siempre el riesgo de lo desconocido y se presenta a quienes defendemos la despenalización como patrocinadores de la droga. Es falso, claro. Los que argüimos en favor de su legalización, repetimos una y otra vez que la droga, cualquier tipo de droga, es funesta, que mata y que debe acabarse con su consumo. Pero también decimos que el sistema ahora escogido para combatirla es equivocado, perjudicial y más bien estúpido.

La droga es un fenómeno social del final del siglo XX y no parece que pueda acabarse con ella. El alcohol ha sido un fenómeno social de 25 siglos -Dios sabe a cuánta gente habrá matado- y nada ha prevalecido contra él. Ahí están. Son plagas imbatibles. Pero también son males controlables. Y eso es lo que pretende la despenalización: controlar el mal.

Las conclusiones de la reunión en Roma de Magistratura Democrática han sido claras. Por una parte, se ha puesto de manifiesto que los sistemas jurídicos de Europa son usualmente represivos. Incluso España, cuyo gobierno socialista había dado muestras de sensatez al distinguir entre drogas blandas y duras y al confirmar la práctica de no penalizar el consumo, ha dado marcha atrás, cediendo a una presión de los conservadores que no se acaba de entender. Con ello, se mete inútilmente en la cárcel al último eslabón de la cadena, al drogadicto. Quedan en libertad los camellos, los importadores, los productores, la gran mafia y los "yuppies" que consumen cocaína socialmente. Espléndida receta para acabar con el problema.

Por otra parte, la despenalización tendría varios efectos inmediatamente favorables. Si se piensa que casi el 70% del crimen urbano en España está relacionado con la droga, la legalización de su comercio, su control por el Estado y su consiguiente abaratamiento, tendrían consecuencias espectaculares sobre la criminalidad. Es un hecho, por otra parte, que uno de los factores de contagio del SIDA es el uso reiterado de la misma jeringuilla; el simple suministro gratuito de jeringuillas reduciría el riesgo de forma dramática. Hay más: 300 personas mueren anualmente en España por sobredosis. La sobredosis se produce porque el yonqui acaba no sabiendo qué producto compra y se inyecta. El control de la pureza por el Estado acabaría de golpe, no con las muertes, pero sí con las muertes por sobredosis. Y no digamos lo que haría con las mafias, la corrupción, los miles de millones de dólares, el blanqueo de dinero, los ajustes de cuentas y los cárteles.

Penalizar, encarcelar, marginalizar no resuelve nada, sobre todo cuando el único que padece tanto castigo es un pobre individuo que toca el infierno cotidianamente. El problema no desaparece apartando la vista del espectáculo o, como acaban de hacer las autoridades en Zurich, aislando a los drogadictos en un parque del centro de la ciudad, un gueto reservado para que mueran sin ser vistos, con la excusa de que deben ser dejados en paz, pobrecitos. En esas condiciones, sería mejor reabrir los hornos crematorios de Auschwitz.

El dilema no es si legalizar la droga sino cómo hacerlo. Cómo controlar ese terrible mundo de los drogadictos, cómo protegerles de sí mismos, cómo acabar con el tráfico. Esos son, me parece a mí, los términos en los que debe plantearse el debate: mirándolo con angustia, pero de frente.

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