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42º FESTIVAL DE CANNES

Nastassja Kinski alcanza con 'Aguas de primavera' un lugar entre los 'grandes' del cine

ENVIADO ESPECIAL, "Hasta ahora se conocía a Nastassja por ser la hija de su padre; desde ahora, a Klaus Kinski se le recordará por ser padre de su hija". Esta sentencia volaba ayer de boca en boca en las explanadas de La Croisette después de la proyección del filme Aguas de primavera, del polaco Jerzy Skolimovski. La película es poca cosa, pero la actriz "logra en ella escenas dignas de Greta Garbo", añadía el rumor.

Basada en uno de los más bellos relatos románticos de Iván Turguenev, Aguas de primavera es una consecuencia del éxito mundial de otra adaptación de un clásico de la literatura rusa: el Antón Chejov de Ojos negros. Tiene incluso escenas calcadas de la película de Nikita Milialkov, pero a Skolimovski le falta la agilidad de éste para crear mutaciones del humor al patetismo. Es un director muy solvente, pero más monocorde que el ruso.La película, de aceptable tono medio, se dispara hacia arriba, hacia la inspi ración, cuando Nastassja Kinski entra en la pantalla. Esta popular actriz, de beBeza rara y carácter imprevisible, tiene detrás una carrera precoz y muy irregular, en la que se le ven a ratos rasgos de buena actriz intuitiva, pero siempre en forma de destellos, nunca de composiciones sostenidas.

Orden

Su intensidad era siempre fugaz, a veces casi arbitraria; le faltaba dosificación, sentido de la construcción y del acabamiento del personaje. Pero en Aguas de primavera Nastassja Kinski ha puesto orden en su talento, lo que le permite componer armónicamente un personaje ambiguo y difícil, a mitad de camino entre la malicia y el candor, entre lo diabólico y lo angélico. Y transmite pasión.Actúa la actriz con recursos de tipo hipnótico, apoyada en su manera inquietante de mirar. Su caza con técnicas de cobra al pobre Thimoty Hutton, un buen actor que se apaga cuando ella se enciende, es creíble y recuerda la tradición romántica del cine primitivo, aquella sensación de magnetismo que desprenden algunos primeros planos de las actrices de la leyenda muda del cine como Greta Garbo y Gloria Swanson, y que hoy conservan muy pocas, tal vez sólo Glenn Close y esta recién nacida Nastassja Kinski, dos mujeres capaces de hacer gravitar una película sobre sus ojos. Como en la célebre película de George Cukor Ha nacido una estrella.

La otra película de la jornada se titula Quimera, ha sido dirigida (es un decir) por la francesa Claire Devers y escrita (también es un decir) por ella misma y su colega Arlette Langmann. ¿Qué ocurre en el cine francés que su escaparate de lujo se ve obligado a programar esta negación del cine disfrazada de película? ¿Por qué los críticos franceses se agarran como náufragos a una tabla salvadora a la ya exhibida Demasiado bella para ti e intentan convencernos para que veamos en la palabrería seudointelectual de su director y guionista, Bertrand Blier, una obra maestra cuando ni siquiera es una obra? ¿Dónde está la herencia de Renoir, Resnais, Bresson, Godard, Truffaut y tantos otros cineastas de estepaís que son una parte indispensable de la gloria del cine? Pero esto es asunto, y asunto grave, de otra crónica.

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