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Tribuna
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Compartir las responsabilidades

Los hechos no son en sí mismos buenos ni malos, sino por la manera en que ellos son aplicados positivamente o negativamente en bien o en perjuicio del interés general. Y es este interés general el que debe imponer su primacía por sobre los intereses parciales de grupos, individuos o sectores.Por otra parte; el veredicto de las urnas ha verificado de un modo inapelable el hecho ya previsto -aunque negado por algunos eslóganes triunfalistas de la propaganda electoral-; el que ninguna de las agrupaciones políticas de la oposición podía, en esta oportunidad, arrogarse, ni concebir siquiera, salvo con manifiesta ingenuidad, la posibilidad de presentarse como alternativa inmediata de poder.

Otro es el papel de la oposición en esta etapa. Su fuerza cívica y moral radica en el hecho de que asuma, de una vez por todas, durante el intervalo de los próximos cuatro años, la tarea sistemática de preparar a la ciudadanía, de concienciar al electorado sobre sus propios derechos y deberes civicos, sobre los grandes problemas del país. La oposición debe trabajar incansablemente, en convergencia con el partido en el poder, en la reconciliación de la familia paraguaya y en lograr coordenadas de consenso para diseñar, entre todos, un gran proyecto nacional y un nuevo y moderno modelo de sociedad a imagen y semejanza de las aspiraciones colectivas.

Otra de las grandes tareas de la ciudadanía, a través de sus representantes en el Parlamento, es la reforma de una Constitución democrática que surja de una convención nacional constituyente, crisol de un genuino Estado de derecho, factores todos éstos que son los únicos que pueden asegurar futuros comicíos exentos de toda irregularidad y que ofrezcan efectiva igualdad de posibilidades para todos los ciudadanos.

Los cuatro años que vienen se ofrecen precisamente como una escuela de experiencias cívicas y de formación de los cuadros más capaces en los saberes del Estado. De ella deben surgir los dirigentes naturales del futuro, hombres y mujeres jóvenes de nuestra patria.

5. Pacto social y democrático. Esta compartida responsabilídad en la conducción del proceso democratizador debe ser entendida y practicada con toda honestidad y lealtad por parte del Gobierno y por parte de la ciudadanía en su conjunto. Responsabilidad compartida entre el poder gobernante y la sociedad civil, entre el Gobierno y las fuerzas opositoras, dado que una oposición vigorosa y orgánica es la mejor garantía del equilibrio democrático.

Tal compartida responsabilidad impone ser entendida y practicada como un contrato democrático, o mejor aún, como un pacto político y social no escrito, pero implícito en las reglas de juego del proceso que se ha iniciado por la fuerza misma de las circunstancias que vive el país.

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Voluntad soberana

Tal proceso no es ni debe ser el monopolio de ningún partido, sector o poder aislado del cuerpo institucional y social. Es la suerte misma de la República y de la instauración de la democracia pluralista lo que está en juego. Todo lo que se oponga a ello debe ser descartado de antemano por ¡legal y espurio, y queda sujeto, desde ya, al veredicto de la ciudadanía en su conjunto; es decir, del pueblo en ejercicio de su voluntad soberana.

Esto es lo que otorga a la sociedad civil, es decir, al electorado ciudadano de los partidos políticos, participantes en las elecciones -incluido desde luego el partido en el poder-, a los nuevos movimientos sociales de los sectores urbanos y campesinos, una función arbitral inexcusable e irrefutable en la afirmación de la vida republicana.

6. Recapitulación y balance. En esta perspectiva, inédita, y se diría insólita, que ha ocurrido de pronto, casi vertiginosamente, en la vida política paraguaya, conviene recapitular brevemente, a modo de lección de la historia reciente, la época sombría de la tiranía abatida. Ella fue la coronación y remate de otras tiranías menos duras y durables, pero igualmente nocivas y nefastas para el pueblo paraguayo. Su rememoración y reprobación deben ser suficientes como advertencia de la memoria colectiva para evitar las recaídas en análogos y desgraciados períodos.

Bajo ese régimen absolutista la libertad de expresión fue abolida de raíz, del mismo modo que los otros derechos humanos fundamentales.

La vida, el honor, los bienes y las ideas de las personas quedaron a merced de los caprichos del hombre mediocre, pero tenaz, que se había empotrado a perpetuidad en el poder sin límites de que disponía y en el cual pretendía, incluso, injertar su prolongación dinástica.

7. Un antihéroe `carismático'. Extranjero por su sangre y por su ideología totalitaria, el tirano de origen teutón y filiación nazi operé con un infinito desprecio hacia ese pueblo de infeHores que se empeñó en someter, incluidos sus colegas de las fuerzas armadas. Primero, con los engaños del paternalismo carismático que rinde siempre, desde el poder, pingües dividendos. Después con el terror y el miedo que el tirano supo utilizar como los elementos más eficientes de una pretendida preservación de la paz pública, de la que se jactaba como del florón más empenachado de su régimen.

Esta paz pública no fue otra cosa que la paz de las cárceles, de las desapariciones forzadas, de las fosas comunes con restos de horrendas carnicerías, que hoy se están empezando a descubrir a pesar de las reticencias de una justicia que actúa todavía como aterida e intimidada por la larga hibernación que le impuso el vasallaje dictatorial.

Del mismo modo hoy se están destapando los robos de caudales públicos cometidos en el mayor saqueo desde el poder que registran los anales de rapifía más voraces de las dictaduras latinoamericanas. Desmanes de una inaudita venalidad que anatematizan para siempre la memoria piratesca de la dictadura.

El poder absolutista creció sobre el vasallaje de las instituciones de base de la República: la justicia, el Parlamento, las fuerzas armadas, la Iglesia cátólica misma, que es, constitucionalmente, la Iglesia oficial del Estado. Idéntico o aún peor vasallaje padecieron las agrupaciones partidarias opositoras, las organizaciones empresariales, sindicales urbanas y campesinas.

8. El fantasma del miedo. A todo lo largo de la vigencia del sistema, bajo la acción paralizante del miedo, la censura fue reforzada por la autocensura, más sutil, más profunda y más completa. El miedo generalizado se estableció entonces como la única forma de expresión de la conciencia pública. La mudez que el miedo provoca en una colectividad acorralada por un perpetuo estado de sitio amordazó la opinión pública democrática y borró su espacio de acción y de palabra.

Virus letal

Esto determiné que una suerte de creciente parálisis de la vida colectiva galvanizara los tejidos e impulsos más nobles de la sociedad. La tiranía llegó en esto a los niveles más extremos de envilecimiento, inoculando su virus letal, a tal punto que en los últimos tiempos apenas necesitó de las cárceles y de los rehenes de los presos políticos.

El control absoluto de la socíedad civil inspiró en ella la desconfianza y el recelo del uno contra el otro, tanto entre los adictos como entre los opositores. Idéntico fenómeno se produjo, en otra escala y con diferentes características, incluso en el jerarquizado verticalismo de las fuerzas armadas.

El recelo y la desconfianza eran también aquí un eficiente factor de cohesión y aglutinación corporativista, falsa desde luego, pero forzosa, en torno al jefe supremo. Éste supo manipular la argamasa negativa que unía el supuesto bloque monolítico desde cuya cúpula manejaba a sus vasallos.

El fenómeno del miedo no fue uno de los peores males que la patología de la dictadura infligió a la ciudadanía, pero se reveló como uno de sus síntomas más profundos y signíficativos. La práctica ínstitucionalizada del privilegio y de la corrupción por lo alto anuló en la colectividad, por lo bajo, sus sentimíentos de justicia, de igualdad, de solidaridad. El exilio exterior tuvo su complemento en el exilio interno -el más duro de los dos- para los opositores o para los que se resistían a entrar en el redil prebendario del régimen. Éste sólo atendía y premiaba con largueza a los adictos incondicionales, a los colaboracionistas, a los advenedizos y oportunistas que escalaban reptando las rampas del poder mediante el halago, la adulonería o la abyección.

9. Complicidad/ lealtad. El aliado más seguro es el cómplice, fue la voz de orden del régimen en la proliferación de su fanatizada clientela. La lealtad de esta turba de prebendarios quedaba garantizada por la complicidad y su mayor o menor obsecuencia era medida por el grado de los beneficios recibidos. A veces, por la sola fascinación que el poder produce en los que se sienten bañados por su aureola.

Este recurso pragmático, que desdeñó Maquiavelo por demasiado simplista, rindió alto tributo de eficacia y por largo tiempo a la estabilidad de la dictadura en Paraguay, aunque luego, por natural contragolpe de toda fórmula milagrera que carece realmente de magia, acabó convirtiéndose en la carcoma que corroyó por dentro sus estructuras de poder.

Este feudo privado confiscó las riquezas del país, la dignidad de sus instituciones, la vida, los bienes, las ideas y el honor de los ciudadanos. Dividió la familia paraguaya por la intoxicación del odio faccioso, por la complicidad en delitos de lesa patria cuyas codiciadas primas representaban cuantiosos privilegios y prebendas.

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