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Tribuna
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No todos Ios caminos llevan a Praga

Me hallaba, pues, en el aeropuerto de Francofort gracias a mi gran capacidad de asimilación pugilística y a Ingrid Feltrinelli, y lo segundo que hice fue perder el avión de la compañía checa OK por razones totalmente ajenas a mi voluntad, como se desprende de la lectura del párrafo anterior, debido a lo cual aprendí que las letras OK, con mayúscula y abreviación, no siempre quieren decir que todo va mejor con Coca-Cola y que incluso nos pueden remitir del aeropuerto de la señora Feltrinelli hasta el maldito aeropuerto de Francfort. La culpa era toda del maldito tablero de partidas, que me envió a la puerta de embarque número 39, de donde se partía en esos momentos rumbo a Sidney, Australia, y, a la hora convenida por OK y mi billete, rumbo a Praga. Pero, a la hora convenida, OK y algunos afortunados pasajeros despegaron tras haber salido por la puerta de embarque número 37, dejándonos a mi billete y a mí con un ligero sabor kafkiano y una airada protesta en la boca. Me dieron la razón y un billete nuevo y gratis, y en Lufthansa, pero para la mañana siguiente, porque ya no había más vuelos a Praga esa tarde.De nada me valió la señora Feltrinelli mientras atravesaba la inmensidad de un aeropuerto que tanto tenía ante mis ojos de mercado de esclavos-finales-del-siglo-XX-y-seguirá-el-XXI-probablemente. Grupos humanos de cualquier continente, menos el de Francfort, dormían su agotamiento y desconcierto, su temor o su pobre esperanza, vayan ustedes a saber de qué, en los rincones de cspera y derrota que se abrían a mi paso a la derecha e izquierda, tan lejos de Francoforte. Mi cansancio no me impedía alegrarme tanto de no ser uno de ellos. Pero mi cansancio no me impedía tampoco entristecerme a muerte al contemplar uno por uno los rostros de mano de obra baralla y seres indeseables de algunos hombres y mujeres detrás de un cordón aislador como en cuarentena o ya escogidos para un trabajo innoble y frío en un próximio destino. O a lo mejor era que los estaban cxpulsando de Francfort sin haber vislumbrado siquiera Francoforte.

Estamos perdidos en estos casos los viajeros observadores, y éste es también uno de los significados de la frase aquella: de los placeres, el más triste es el viajar. O sea que posada y fonda en el hotel más cercano, en uno de los hoteles del mismo aeropuerto, al otro extremo de la miseria, o sea lejísimos de lo que, en mi abrumadora travesía por la inmensidad de los contrastes brutales, había contemplado ya totalmente desprovisto de la más mínima capacidad de asimilación, en lo que a los golpes de la vida se rcfiere. Pagué una noche triste, por anticipado, y me metí en mi habitación a leer historia de Checoslovaquia y a llamar por teléfono al hotel Alcron, de Praga, para avisarles que había perdido el avión de OK y que llegaría con toda seguridad al día siguiente por la mañana. Pero resultó que ya estaban al corriente de todo "Kafka, pensé, sólo Franz Kafka puede haberles avisado". Y así fue, hasta donde pude averiguar en los días que siguieron.

Bueno, pero Praga mañana por la mañana y mientras tanto un libro de Jean Bérenguer sobre Checoslovaquia. ¿Qué recuerdan los checoslovacos de hoy? El Golpe de Praga en 1948, la Primavera de Praga en 1968 y, los checoslovacos ya bastante mayores, los Acuerdos de Múnich en 1938, mientras que los escolares recuerdan a veces la Defenestración de Praga en 1618, llamada también La Praguería. Pero ni estos acontecimientos ni los pos tcriores a la primavera de Praga, o sea mayormente la terrible normalización, han podido borrar del alma checa una cierta concepción burguesa de la sociedad ni rebajar su alto nivel cultural o alterar sus actitudes favorables o contrarias al catolicismo romano o desterrar su profunda desconfianza hacia las dos Alemanias.

Compruebo en todas mis lecturas, como comprobaré en los días siguientes en varias conversaciones, que la historia de la nación checa es casi siempre resultado de una serie de fracasos y desgracias. Pero no debemos confundir al pueblo checo -como sucede a menudo- con el Estado checoslovaco. La creación de este último es un hecho bastante reciente y que necesitó del derrumbamiento del imperio austro-húngaro para desembocar en una solución tan radical como poco arraigada en la tradición de una naciones cuya federación, además de todo, fue borrada del mapa por los nazis entre 1939 y 1945, y hoy es causade muchos de los problemas que existen en Checoslovaquia. Por otra parte, según Jean Bérenger, la historia más reciente de Checoslovaquia socialista sólo puede contarse en forma bastante incompleta y, lo que es más, desde el extranjero.

Recuerdo que andaba leyendo cosas como éstas cuando me asaltó el hambre y que felizmente había terminado prácticamente de cenar cuando nos asaltó a todos el colombiano. Era una mezcla de narcotraficante fuera de peligro y de peligro para la tranquifidad pública, también fuera de peligro, maldito sea. Más algo de afeminado cuando decía con orgullo y pronunciación colombiana que él era ma-de in Colombia. Lo decía y lo repetía, y conglomeró en torno a su mesa a cuanta muchacha servía en ese comedor. Pidió de todo y piropeó también de todo y manoseó también de todo, y nadie le entendió nunca nada, pero estos tipos logran comer aunque nadie les entienda lo que han pedido y se lo sirvan con salsas que ellos tampoco han entendido. Mezclan y tragan con la rapidez de las películas mudas, cuando alguien está muerto de hambre, y después se los tiene que tragar uno cuando se desplazan de mesa en mesa sin que nadie los largue a patadas a pesar del alboroto canalla que pueden armar en un comedor y de todas las groseras proposiciones que pueden hacerle a cada una de las chicas que atienden a los comensales.

Praga es una ciudad tan histórica como bella, y a todos nos ofrece exactamente los mismos encantos tristes o alegres y la misma inmensa dosis de historia grandiosa o atroz. Éstas son las enseñanzas que uno puede extraer de la lectura de libros tan hermosos sobre esa ciudad como los de Teresa Pámies o Miguel Delibes. Pero qué duda cabe: si hay algo que realmente nos quieren enseñar estos y otros autores que han escrito sobre Praga, la ciudad de las 100 torres que en realidad son muchísimas más, es que cada uno debe intentar apropiarse de ella a su manera, visitarla en estado de virginidad o algo que se le parezca, dejándose llevar por su propia capacidad de asombro hasta encontrarse completamente perdido en alguna callejuela del barrio judío, por ejemplo, que es una de las cosas más deliciosas que le pueden ocurrir a uno en Praga.Claro que antes que nada hay que llegar a Praga, y yo dormí deliciosamente en el vuelo de Iberia que me dejó en el aeropuerto de Francfort, mala cosa. A uno nunca le deberían dejar en el aeropuerto de Francfort, la verdad, porque despertar en ese lugar de inconmensurable desconcierto, de inhumana enormidad y un altísimo porcentaje de patéticos transeúntes, es algo que realmente lo deja a uno cien por cien desprovisto de defensas. Pero ahí estaba, como esos boxeadores que durante un combate sumamente desfavorable acusan una gran capacidad de asimilación.

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Lo primero que hice, en defensa propia, fue recordar a la editora Feltrinelli, que es alemana pero como editora es italiana, y a Francfort suele llamarle Francoforte, en bella lingua, sin duda alguna para poder dar cada año la fiesta más alegre de la feria del libro de Francoforte y que cada uno de sus invitados olvide por completo que antes tuvo que llegar al aeropuerto de Francfort.

La compañía OK

Sólo yo le entendía, y era un asco verlo mascar con la misma grosería con que lo oía hablar y desplazarse de una mesa a otra, todo al mismo tiempo en mi crispado recuerdo. Un millón de veces dijo que era ma-de in Colombia, pero gané la apuesta: a mi mesa no se atrevió a acercarse. Una hora más tarde, tras haberle dejado estorbando a un alemán de peinado romántico, allá en el comedor, tuve la desgracia de verlo aparecer en el bar del hotel. Más de lo mismo, pero el tipo ya había bebido y me retiré al ver el éxito que obtuvo cuando aplicó la ventosa de sus labios en la frente de un pequeño barman indudablemente hindú. Decía Goethe que un viajero solitario es un diablo, pero ese solitario viajero ma-de in Colombia no era más que un pobre diablo.Llegué a Praga porque me lo merecía después de todo lo que me había tocado ver y soportar la noche anterior, y el aeropuerto me hizo dudar. Era tan chiquito y pobre que temí lo peor, y realmente tuve que meterle mucha fe y optimismo al asunto para lograr comprender que, al fin y al cabo, Praga tiene todo el derecho del mundo a tener un aeropuerto chiquito y pobre, y que todo lo demás es un exceso de susceptibilidad por parte de uno. Además, el aeropuerto empezó a crecer y ponerse de lo más bonito no bien empecé a darme cuenta de que no había parias del destino tirados en el suelo como en Francfort. Y hasta me dije: "Ah, lo lindo que es haber llegado a Francoforte". Y con una sonriente expresión de beatitud feltrinelliana, llegué a la caseta donde iba a controlar mi risueño pasaporte color verde esperanza.

Chiquito y pobre

Me recibió una división blindada, color verde tanque de guerra, como su uniforme y falda a pesar de todo. Pero me selló y me dejó entrar, y el de la aduana socialista sí que era una dama y me anunció que yo no tenía nada que declarar y la carcajada que me soltó, en perfecto inglés, cuando le dije que bueno, que vayamos por partes, porque yo sí tenía que declararme. Total, que me sentía realmente perestroiko o algo así, chino de felicidad, en todo caso, cuando me dejé abordar por un taxista.

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