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La última batalla de Napoleón

El presidente salvadoreño se niega a aceptar que la vida se le escape de las manos

Antonio Caño

ENVIADO ESPECIALJosé Napoleón Duarte confiesa a sus amigos que se pasa el día mirando el reloj, negándose a aceptar cómo se le escapa la vida sin posibilidades de que el tiempo se rinda ante uno de los hombres más grandes de la historia de El Salvador. Así, terco, orgulloso y solo, como siempre ha vivido, Napoleón espera la muerte luchando desde el timón de mando contra el cáncer, como seguramente desearía desaparecer.

Contra la opinión de todos, de sus amigos, de sus colaboradores, de sus médicos y de su familia, Napoleón Duarte, de 62 años, ha decidido morirse a su estilo, plantarle cara a la invencible sombra siniestra con las armas de su fe en Dios, la incombustible confianza en sí mismo y el hambre de poder. Después de casi un año de enfermedad fatal, ha conseguido al menos retrasar su cita con la eternidad y hoy participa activamente en política y está dispuesto a ganar las elecciones de marzo para el candidato de la Democracia Cristiana, Fidel Chávez Mena.Ya ha recibido las cinco sesiones de quimioterapia que se pueden aplicar, como máximo, a un enfermo de sus características. Desafiando la ley de probabilidades, los médicos reconocen que se ha contenido la metástasis de su cáncer de estómago e hígado. El pronóstico sigue siendo irremisiblemente fatal, pero ya resulta más difícil predecir el tiempo que Duarte se mantendrá con vida.

Los salvadoreños empiezan a hablar de milagro, y el propio presidente atribuye parte del mérito de su recuperación al Niño de Atocha, la imagen de un Niño Jesús madrileño que cayó en sus manos cuando Duarte era un adolescente y por la que, desde entonces, siente gran devoción. Ha recuperado parte de su energía y de su humor y ya se atreve a comentar en privado que sus enemigos tendrán que esperar para cavar su tumba, porque no sólo no está empeorando sino que vuelve a crecerle el pelo.

Sólo su tenacidad le ha permitido llegar hasta hoy. En agosto, cuando hubo que instalarle una UVI en su despacho presidencial y cada noche se le pronosticaba que no volvería a ver el día, se empeñó en recibir, entubado y sondado, al embajador de Colombia, que iba a entregarle una condecoración. "Perdone que le reciba vestido de astronauta".

Popularidad recuperada

Con esta decisión, no ha podido por menos que recuperar su popularidad entre la. población. Las encuestas lo sitúan de lejos como el primer personaje político del país. Duarte parece dispuesto a un final cinematográfico también en el campo internacional. Ha reconocido que se resiste a una nueva cumbre de presidentes centroamericanos porque no quiere encontrarse con Daniel Ortega en inferioridad de condiciones. Si llega a esa reunión, ha prometido, será para discutir con el líder sandinista, aunque se le consuma el resto de su vida en ello.Al pueblo le asegura desde la televisión que va a seguir luchando "contra aquellos que quieran hacer retroceder la historia" mientras Dios le dé vida, hasta el último minuto. Nació para presidente y quiere morir así.

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Sus enemigos no le perdonan que ni siquiera en estos momentos sea capaz de un gesto de generosidad, ni hacia sus adversarios ni hacia sus correligionarios. Su último gran objetivo es pasar a la historia como el primer presidente civil de El Salvador que entrega la banda a un sucesor también civil. No importa que después se hunda el mundo.

No tolera que nadie se lo diga, pero Duarte reconoce en privado los graves defectos de su carrera política. En primer lugar, ha confesado que llegó tarde a su cita con la historia. Cuando en 1984 alcanzó la presidencia, El Salvador estaba ya hundido. Él sólo ha podido hacer esfuerzos para mejorar la situación, pero su gran proyecto original de "una revolución social" en este país ha fracasado, como los militares le hicieron fracasar en su primer intento de llegar a la presidencia hace veinte años y como fracasó su participación en la Junta de Gobierno de 1979.

Su carácter ha sido con mucha frecuencia su peor enemigo. Muchas veces se habrá arrepentido de ese temperamento que le llevó a besar impetuosamente la bandera de EE UU o a sacarle la lengua, durante unas conversaciones de paz, al comandante guerrillero con quien se suponía que había mantenido relaciones su hija Inés Guadalupe, que había sido secuestrada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional.

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