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Tony Curtis: "Hollywood era 'naïf'

El actor promociona en España el vuelo de Iberia a Los Ángeles

Andrés Fernández Rubio

El actor Tony Curtis, que ayer participó en Madrid en un acto promocional del vuelo de la compañía Iberia a Los Ángeles, sigue consiguiendo que la gente se detenga por la calle para mirarlo. Ayer fue el protagonista absoluto del restaurante y sus inmediaciones. "Por aquí, don Antonio", le decía el recepcionista, y los transeúntes lo miraban atentamente mientras alguna señora madura se emocionaba, no se sabe si por la nostalgia de ver al que fue uno de los guapos de Hollywood o por la decepción de comprobar cómo los años no pasan en balde para nadie. Curtis tiene ahora 63, y su madurez resulta refinadamente elegante.

En los años cincuenta parecía sacado de un comic: altanero, viril, galante, y con un aire protector y sentimental. Sus comienzos en Hollywood, cerca de otros actores como Rock Hudson, estuvieron marcados por una línea publicitaria en la que las condiciones atléticas y faciales parecían más importantes que las artísticas. La promoción de los intérpretes incluía a veces titulares como "Músculos de Hollywood". Curtis, neoyorquino e hijo de humildes emigrantes húngaros, tuvo que fimar el estereotipo para conseguir que de sus decenas de películas, muchas menores, se recuerden algunas, sobre todo Con faldas y a lo loco y El estrangulador de Boston, en las que realizó interpretaciones memorables. Con el pelo totalmente blanco, quien tenga la imagen preconcebida del Curtis de hace tres décadas pensará al verlo en la decadencia física; quien carezca de ella, verá a un hombre sano y joven para su edad. "No siento nostalgia de mi juventud", dice. "No me detuve a contemplarla. El cineasta Jean Renoir, que era amigo mío, me dijo una vez: 'El significado viene después del trabajo hecho', y creo que esta frase es aplicable a mi trabajo y a mi vida. ¿Dónde estoy ahora?, no lo sé; y entonces, cuando era joven, en no saberlo estaba la gracia".

Los años 50, que vieron la decadencia de Hollywood, lo incluyeron en los repartos de películas como Houdini, de George Marshall, y Trapeze, de Carol Reed, y en superproducciones como Spartacus (1960), de Stanley Kubrick. En Con faldas y a lo loco, de Billy Wilder, actuó junto a Jack Lemmon y Marilyn Monroe. Pensando en ella y en otros actores que murieron prematuramente, traza una visión cáustica del Hollywood mítico:

"Se respiraba un aire muy naïf, en el que la vida no era la vida sino el destino, y no cabía en ese concepto la enfermedad, por ejemplo. Todo estaba impregnado de misticismo, sin existir una línea claramente diferenciadora entre las películas y la realidad. Desconocíamos las tragedias de la vida y, de hecho, todos los actores líderes, y también algunas actrices, de una de las mejores décadas, la de los 30, como Gable, Bogart, Flynn o Power, murieron en las dos siguientes. Bebían demasiado, cometían excesos, no sabían que se estaban muriendo. Y cuando ocurría lo peor, aquello era el destino".

Tony Curtis se siente ahora liberado de unos supuestos excesos en los que reconoce haber caído. Recientemente, se publicaron unas declaraciones suyas en las que entonaba un mea culpa sobre sus relaciones con la bebida y las drogas. Dijo haber vivido momentos de degradación y paranoia, con estados mentales suspicaces e irascibles. "De todo aquello, lo único que no he dejado es el sexo, porque es lo único bueno". Ayer, en la comida, bromeó entre las humaradas de los cigarrillos: "Si yo fuera su madre, les diría a los españoles que no fumaran tanto".

Pasión por la pintura

Su pasión actual es la pintura, y, en su casa de Hawai, crea obras impresionistas por las que luego japoneses y norteamericanos pagan miles de dólares. "En la buena pintura, lo interior se hace exterior, y viceversa. También en el cine."En Picasso, puedes ver la parte anterior, la posterior y el perfil de un rostro. Es la habilidad de exteriorizar un momento y que el espectador se inteme en él. Algo no muy diferente a una película o a la creación de un actor". De los cineastas que lo dirigieron recuerda con cariño a Richard Fleisher, "porque me permitió el privilegio de hacer mi trabajo en El estrangulador de Boston". También tiene buenos recuerdos para Wilder, y para pocos más. "Muchos no sabían ni dirigir el tráfico", dice con sorna. Sorna que también emplea para hablar de la victoria de Bush en las elecciones norteamericanas. Ante la hipótesis de que el vicepresidente Quayle llegase algún día a la presidencia, dice: "Sería el momento ideal para comprarme una casa en Kenia, o en el Pacífico sur, como mínimo".

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