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FERIA DE BILBAO

Una pincelada de toreo

ENVIADO ESPECIALSalió el toro y fue un acontecimiento, después de tanto borrego como días atrás había pisado la negra arena del coso bilbaino de Vista Alegre. También fue un acontecimiento que hubiera toreo, una pincelada nada más, pero reconfortaba el ánimo, porque era muestra de que el toreo verdadero no está olvidado del todo, aún.

Conviene precisar que una cosa es torear y otra pegar pases, igual que una cosa es tener cuernos y otra bien distinta que sirvan para algo. Muchos lo saben muy bien. En las anteriores corridas de la feria los toreros pegaban pases a. unos animales que de toros sólo tenían los cuernos. Ayer, en cambio, hubo un mozalbete llamado Niño de la taurina que con mayor o menor acierto se propuso hacerles el toreo a toros verdaderos, con todo lo que aquel ejercicio tiene de riesgo para conjuntar suertes que han de producir el dominio sobre la fiera. A su primero apenas pudo intentarlo, ya que el toro era bronco, desarrollaba sentido y le buscaba el cuerpo en cada proyecto de muletazo. Al sexto lo recibió con unas verónicas cargando la suerte, meciendo suavemente el capote, bajas las manos, y la afición saludó con alborozo estos lances tan raros de ver en Bilbao y en cualquier otra feria.

Fraile / Esplá, Soro, Niño de la Taurina, Valdenebro

Toros de Juan Luis Fraile, con trapío y juego desigual, Luis Francisco Esplá: estocada corta atravesada y descabello (ovación y salida al tercio); dos pinchazos, media -aviso- y tres descabellos (ovación). El Soro: pinchazo bajo, bajonazo descarado y descabello (ovación y salida al tercio); bajonazo descarado (escasa petición y división cuando saluda). Niño de la Taurina: golletazo (silencio); cinco pinchazos -aviso- y se acuesta el toro (aplausos). Un toro grande y afeitado de Peñajara, para rejoneo. Javier Buendía: rejón contrario (vuelta). Plaza de Bilbao, 24 de agosto. Cuarta corrida de feria.

En el último tercio se llevó al toro a los medios y aunque se le quedaba corto en los viajes, ligó redondos y naturales, menos exquisitos que en otras ocasiones este mismo diestro, pero concebidos desde la torería y ejecutados desde el pundonor, que son virtudes maravillosas en un torero que empieza. Luego se tiró de rodillas, recurso barato para calentar al cotarro, que estaba poquitín frío, y a fe que lo calentó hasta hacerlo arder, si bien lo enfrió enseguida con el pésimo manejo de la espada.

Con las banderillas, tampoco estuvo fino ni seguro el Niño de la Taurina. Ahí anda peor que de novillero. Sus compañeros lo hicieron mejor; por algo son más veteranos y saben cederse los palos con profusas ceremonias, brindarlos acá y allá, saludar a todo el mundo, correr, brincar. Estos alardes gustan horrores en la plaza de Bilbao y una carrera que le echó Esplá a uno de los toros, en la que llegó mucho antes a la meta, provocó el delirio; aún más que un meritorio par por los terrenos de dentro, que en ese sí reunió, resultó emocionante y bello. Los toros no fueron borregos y los espadas no pudieron borreguearlos. Esplá muleteó a los suyos con la fría técnica y los vivos reflejos para perder terreno, cuando el toro apura, que le son habituales. El Soro pegó pases no se sabe si más aburridos que feos, y sólo entusiasmo en estas dos ocasiones señeras: cuando se puso de rodillas en el tercero, cuando le atizó un bajonazo horrendo al quinto.

El público bilbaino tiene buen conformar, según puede apreciarse. El público bilbaino salió de la plaza con el recuerdo de muy surtidos acaeceres, pues también hubo rejoneador, Javier Buendía, excelente jinete, que se lució con la garrocha y en numerosos rejones, banderillas, rosas y demás fierro. Tantos puso que el toro, abrumado por el peso de los maderos y arpones que llevaba encima, se llegó a tumbar. De la pincelada de toreo que hubo hablaban seis aficionados y una aficionada, con acalorada convicción, y si alguno de los restantes espectadores los oyó, creería que o él no estuvo en la corrida, o los otros estaban zumbados.

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