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Vencedores y vencidos

JACOBO TIMERMAN

Quizá nunca sepamos quién es el vencedor en la guerra del golfo Pérsico. Pero ya sabemos quiénes son los derrotados: los kurdos. Irán no ha logrado derrocar al Gobierno de Sadam Husein en Irak, pero ha consolidado su propia revolución islámica. Gracias a ello la sucesión de Jomeini podría ser pacífica, pero el país está desangrado. La economía de Irán está paralizada, pero ponerla en marcha no es complicado: simplemente reanudar la producción de petrólco. A pesar de las compras de armas en los ocho años de guerra, no tiene deudas financieras importantes y ninguna deuda política.Irak es quizá el vencedor militar, pero su régimen no está consolidado, tiene conflictos religiosos y políticos. La deuda con los países abastecedores de armas es enorme. Ha sido el primer país desde la guerra de 1914 en introducir arenas químicas, y los portavoces militares israelíes han decidido que su actual capacidad ofensiva pone en peligro al Estado israelí e impone, por tanto, una solución del problema palestino.

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Pero los 20 millones de kurdos que pensaban obtener un Estado independiente o alguna región autónoma de la derrota de Irak o de la derrota de los dos países por agotamiento, por destrucción mutua o simultánea ven una vez más que seguirán dispersos por la franja montañosa que recorre Turquía, Irak, Irán y pequeñas zonas de Siria y de la URSS.

En 1919, después de la I Guerra Mundial, varios mendigos políticos lograron llegar a París, esperando ser escuchados por los aliados, reunidos para distribuir los despojos y ahogar la revolución bolchevique. En un hotelito de la Rive Gauche se conocieron David Ben Gurion y Ho Chi Minh

Promesas y matanzas

Todos los mendigos recibieron solemnes promesas de liberación e independencia para sus pueblos, ninguna de las cuales fue honrada. El presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, se comprometió personalmente ante los delegados kurdos -como también lo hizo ante la delegación armenia- de que el Kurdistán seria una nación independiente. Pero los intereses británicos en la región estaban demasiado ligados al petróleo como para preocuparse por los mendigos de la historia. Los judíos lograron un Estado independiente 30 años y seis millones de muertos después de la promesa británica. La región de Oriente Próximo y Asia Menor se desembarazó de ingleses y franceses, vio ingresar a los norteamericanos, los vio salir, pero kurdos y armenios siguen hostigados, asesinados, dispersos en aldeas montañosas de donde constantemente los expulsan y persiguen.Irak aprovechó estos últimos años la guerra del Golfo para internarlos aún más en las altas montañas, destruyendo sus aldeas con el pretexto de una mayor seguridad en las fronteras. También encontró métodos para exterminar a la mayor cantidad posible, como el ataque con gas la ciudad kurda de Halabja, donde murieron 2.000 civiles.

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Las primeras noticias detalladas sobre la matanza se debió a Jalal Talabani, líder kurdo que logró atravesar las fronteras iraquí e iraní y llegar a Europa. Hace unas semanas, en Washington, Talabani y su representante en Europa, Shazad Saib, encontraron en los políticos demócrata y funcionarios de bajo nivel el Departamento de Estado el mismo oído atento y simpático que Woodrow Wilson había prestado a sus antepasados en París. Pero esta vez no hubo promesas ni compromisos. La ONU, que también les escuchó, encuentra prioritario buscar la paz entre los dos países.

Los kurdos perdieron una oportunidad que nunca pudieron repetir: cuando mi guerrero y estadista kurdo, el famoso Saladino, reinaba sobre todo el Islam y había derrotado al cruzado Ricardo Corazón de León. Pero Salah al Din I Ayyubi (Saladino) hizo la guerra como un musulmán y nunca pensó en establecer un reino kurdo. A lo largo del siglo XX los kurdos lucharon en todos los frentes, hicieron y deshicieron alianzas con la derecha y la izquierda, con el sha y con la UURSS, crearon partidos políticos sofisticados, creció una clase intelectual europeizada, pero nunca lograron acercarse a la formación de una nación independiente. Tuvieron varios niveles de autonomía, e incluso en la década de los setenta el Gobierno de Irak contó con algunos ministros kurdos, fue legalizado el idioma, establecida la geografía de sus aldeas. Pero el Oriente Próximo es lo que es. Todo se perdió en la vorágine de los conflictos que afectan a las naciones árabes.

En 1920 el Tratado de Sévres entre las potencias aliadas y el imperio otomano dejaba establecida la nación kurdistana en las zonas que los kurdos ocupaban en el territorio gobernado por el sultán. La revolución de los jóvenes turcos de Mustafá Kemal Ataturk y la negativa británica a ceder su dominio sobre los yacimientos petroleros de Kirkurk y Mosul terminó con ese documento y, como ocurrió tantas veces en la alegre Europa de entreguerras, dio a luz otro documento: el Tratado de Lausana de 1923. Esta vez los protagonistas se cuidaron de repetir el error. Solamente fueron fijadas las fronteras definitivas entre Turquía, Irán e Irak. A partir de este momento, todo intento de independencia fue aplastado por las tropas de los tres países.

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