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Tribuna:EL PASADO Y EL FUTURO DEL COMUNISMO
Tribuna
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Praga, herida abierta

Antonio Elorza

Los carros de combate y los aviones soviéticos franquean la frontera checoslovaca en la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, pero, muy probablemente, la fecha clave de la invasión debería retrotraerse al 14 de julio. Es ese día cuando se reúnen en Varsovia los cinco, es decir, los máximos dirigentes de los partidos- Estados comunistas de Polonia, RDA, Bulgaria y Hungría, en torno al partido-eje de la URSS, para acordar una intervención militar que corte de cuajo el proceso de reforma política puesto en marcha por el Partido Comunista Checoslovaco desde los inicios del año. En efecto, más que el documento de condena producto de la reunión, lo que cuenta es que sólo unas horas más tarde, el 15 o el 16, el embajador soviético en París, Zorin, convoca a la dirección del Partido Comunista de España para comunicarle que Checoslovaquia va hacia el capitalismo por una vía pacífica, que la nueva dirección del partido es incapaz de hacer frente a la contrarrevolución y se sugiere ya en esa primera comunicación la perspectiva de la intervención militar, diciendo que hay fuerzas sanas que la reclaman". "Se nos dice", reseña en su informe Santiago Carrillo, "que nuestro deber es apoyar". Es verosímil que el PC francés recibiera una comunicación similar, porque inmediatamente su secretario general, Waldeck-Rochet, lanza alarmado la iniciativa de una reunión de partidos comunistas europeos, rechazada de plano por los soviéticos. "Puede producirse la intervención. Nuestra posición es condenatoria de la Carta de Varsovia y opuesta a la intervención militar". Son las palabras de Carrillo en una reunión de dirigentes del PCE celebrada en París el 23 de julio. Cuatro semanas más tarde, tras el espejismo de apaciguamiento suscitado por la reunión de Bratislava, la invasión fue un hecho. La primavera de Praga había acabado por obra y gracia de la acción anticomunista más eficaz desde los grandes procesos de Stalin. La propia Dolores Ibarruri, el justificar su rotundo no ante el comité central de su partido, destacó que la invasión rompía "con todo lo que para mí representaba la política de la Unión Soviética". Así, en su disidencia frente a la decisión brutal de Breznev, los partidos comunistas eurooccidentales emprendían una vía de independencia política que pocos años después hará surgir otro espejismo, el de la convergencia eurocomunista fundada en la conciliación de comunismo y democracia, algo a lo que el nuevo curso checoslovaco de 1968 apuntaba también inequívocamente.Garante del inmovilismo

Fuera de este aspecto, la incidencia sobre las posiciones de los principales partidos comunistas de Europa occidental, poco quedó por decir sobre Checoslovaquia en la era Breznev. Las esperanzas de continuidad suscitadas por los acuerdos de Moscú acabaron disipándose por entero al imponerse la normalización de Husak. Una vez depurado de un tercio de sus miembros, entre ellos el propio Dubcek y los principales inspiradores de las reformas, el Partido Comunista de Checoslovaquia se convirtió por espacio de 20 largos años en el garante del más absoluto inmovilismo.

A la persecución policial de los ahora disidentes se unió su degradación política y profesional, mientras los artífices de la normalización -Husak, Bilak, Jakes- eternizaban sus posiciones de poder. En el mundo de relaciones políticas coaguladas del socialismo real, el interés de la primavera de Praga parecía reducirse a demostrar la imposibilidad de toda reforma hecha desde el interior. Por ejemplo, en la descripción que de los acontecimientos hizo uno de sus protagonitas, Zdenek Mlynar, en La helada, lo que destaca es esa imagen de frustración inevitable de los comunistas reformadores frente a la lógica de gánsteres implacables de los dirigentes breznevianos, dispuestos a impedir por cualquier medio el menor cambio que amenazase su situación de dominio, fundada en la victoria militar soviética de 1945.

El vuelco en las imágenes sobrevino al perfilarse los contenidos de la reestructuración propuesta en la URSS por Gorbachov. De nuevo se trataba de articular en un país socialista perspectivas de reforma económica, movilización social y cultural, y búsqueda de fórmulas de democratización política. La mirada de todo observador del nuevo curso soviético tropezaba necesariamente con el antecedente, eso sí, siempre proscrito, de la primavera de Praga.

Así las cosas, no es casual que el examen de las relaciones entre la primavera de Praga y la actual perestroika haya sido planteado por uno de los núcleos más dinánficos de la izquierda europea, el italiano.

Ya a finales de abril, la Fundación Feltrineffi reunió un primer congreso sobre el tema, prólogo del que ahora se ha celebrado en Bolonia por la doble iniciativa de comunistas y de socialistas italianos, a través de sus fundaciones Gramsci y Nenni. El relieve político de la reunión quedó claro al encargarse de las conclusiones el número dos del PSI, Claudio Martelli, y el dirigente comunista Giorgio Napolitano, presidir la primera sesión de la lectura de una ponencia redactada por Alexander Dubcek -a quien su Gobierno negó el permiso de salida- y participar al lado de los principales reformadores checos supervivientes (Mlynar, Goldstacker, Pelikan) un representante soviético, Eugenio Ambarzumov, estrechamente ligado a la línea Gorbachov.

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No a la doctrina de Breznev

Y la intervención de Ambarzu mov fue, sin duda, lo más relevante, al reflejar la amplitud de los cambios registrados en la mentalidad soviética durante el último bienio. Rechazó de plano la doctrina Breznev sobre la soberanía limitada, reconoció implícitamente el carácter renovador de la experiencia checa y aludió a las limitaciones observables en la perestroika como resultado, por una parte, de la acción defensiva del aparato conservador del partido y como efecto de una estrategia preconcebida de revolución desde arriba, de autoritarismo ilustrado, único medio para salir del totalitarismo (sic) que hasta ahora caracterizó al sistema. Desde esta perspectiva, la perestroika se presentaba como un proceso global que debía necesariamente implicar a los demás países del campo socialista, los cuales, de otro modo, se convertirían en obstáculos cada vez más graves para la reconstrucción del socialismo -y Ambarzumov citó explícitamente la tiranía (sic) de Ceaucescu sobre Rumanía-, si bien aquí el proyecto tropezaba con la renuncia por parte de la URS S a los medios de intervención sobre otros países que antes caracterizara la política hegemónica de Breznev en el área del socialismo real.

Naturalmente, éste fue el punto central de las críticas de los participantes checoslovacos a la perestroika, con independencia del respaldo generalizado que otorgaron al proceso de cambio en la URSS. "La política actual del PCUS", hizo notar en su escrito Dubcek, "tanto interior como internacional, contradice abiertamente lo que entonces hicieron". Sería preciso, pues, que los cinco, y en primer término la URSS, comenzasen por reconocer el profundo error de su intervención política y militar de 1968.

De otro modo, la política de reformas soviética obstaculiza su propio despliegue al mantener una alianza contra natura con las fuerzas conservadoras de la Europa del Este, que se niega a admitir, cosa lógica desde su punto de vista, la comunidad de aspiraciones e ideas entre el programa de acción del PC checoslovavo de abril de 1968 y laperestroika en cuanto proyecto de democratización. Incluso, según apunta Dubcek y precisa Mlynar en su ponencia, desde este ángulo cabría hablar de una superioridad de la experiencia checoslovaca al contar con un soporte social y una tradición democrática de que carece el medio soviético.

En cualquier caso, fue la URSS quien truncó la primavera de Praga; ahora no puede declararse lisa y llanamente neutral respecto del mantenimiento del statu quo actual brezneviano en Checoslovaquia.

Fue, con diversos matices, la línea de argumentación de los ponentes eurooccidentales. Unánimemente fue valorada la primavera de Praga como un momento decisivo en la lucha por la democratización de las sociedades del Este.

Martelli y Napolitano coincidieron al rechazar una actitud de apoyo acrítico a la perestroika en relación al caso checoslovaco. La izquierda europea debe presionar para que haya libertad de investigación en la URSS sobre Praga 68, discusión abierta sobre su enlace con la perestroika, derechos civiles y políticos para todos los checoslovacos, rehabilitación para los comunistas expulsados.

Sólo así podrá pensarse en un contenido real para la idea de Europa como casa común a que alude Gorbachov. Y que en la práctica, no en el ensueño, tengan cumplimiento las palabras finales del escrito de Dubcek: "Socialismo y democracia son términos inseparables".

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