_
_
_
_
_
GOLF

Lyle puede multiplicar por diez los 21 millones ganados en el Masters

"Al fin", suspiró el escocés Alexander Walter Barr Lyle, o simplemente Sandy, cuando embocó la pelota en el último hoyo del Masters. Lyle pasó a ser el cuarto triunfador extranjero, después del surafricano Gary Player, Severiano Ballesteros -el 11º esta vez, por lo que recibió unos 2,5 millones de pesetas- y el alemán occidental Bernbard Langer. Lyle puede multiplicar por 10 los 21 millones ganados.

Lyle ya no echará en falta una chaqueta verde en su guardarropa. "De todas formas, este éxito no se puede comparar con el que obtuve en el Campeonato Británico, de l985", matizó.La victoria de Lyle, en la madrugada española del lunes, fue la demostración de que en el golf las perspectivas pueden cambiar radicalmente en cuestión de segundos. A veces ni siquiera es suficiente con que uno no falle y vaya manteniendo el par del campo. Los birdies, o los eagles de otros acaso se le, desbaratarán todo. Lyle, que inició la última vuelta con dos golpes de ventaja sobre Calcavecchia y cinco sobre el también norteamericano Craig Stadler, perdió el liderato entre los hoyos 13 y 15, y no lo recuperé hasta el último momento.

"Me sentí desfallecer en el 12 al caerme la bola en el agua", confesó. No era para menos. Después de haber llegado a estar con ocho bajo par y tres de margen respecto a Stadler y cuatro en relación con Calcavecchia, su bogey en el 11 y su, forzado por las circunstancias, doble bogey en el siguiente, unidos a los aciertos de sus rivales, habían establecido el triple empate.

Sandy supo conservar las ideas lúcidas par2L igualar a Calcavecchia en el 16, en el que la presión había influido en que el gordito Stadler, el ganador en 1982, se descolgara con un bogey.

La pelota del éxito, en el 18, y sabiendo que Calcavecchia sólo había logrado el par, estaba en una trampa de arena. Muchos jugadores, en su lugar, se habrían conformado con aproximarla al green para asegurarse el par. Pero él no lo hizo así. En la distancia, a unos 130 metros, estudió con cuidado la pendiente de una loma y la aprovechó para que su bola, tras el bote, se deslizara por ella hacia la bandera y se detuviese apenas a dos metros de ella. Los aficionados prorrumpieron en un '¡oh!" a. medio camino entre la admiración y la frustración de que de nuevo fuera a vencer un extranjero. "Ese lanzamiento fue la clave de mi sufrido triunfo", proclamó.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_