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LOS PREMIOS DE LA ACADEMIA DE CINE

Extrañas ausencias

El mal vino de atrás, de un rincón con telarañas de la selección de películas y personas candidatas a los premios Goya correspondientes a 1987.En dicha selección hubo cuatro incomprensibles ausencias. Tan descabelladas eran, que pusieron en serios aprietos a la credibilidad del sistema de criba previa que estos galardones, al estar discernidos por votación libre y secreta entre los profesionales del cine afiliados a la Academia de Cine, requieren por fuerza. Y estas cuatro ausencias vician irremediablemente la fiabilidad del reparto final.

En efecto, la película La ley del deseo, dirigida por Pedro Almodovar e interpretada por Carmen Maura y Eusebio Poncela entraba por derecho en la liza. Pues bien, ni el título del filme, ni el nombre de las tres personas citadas que intervinieron en él, fue seleccionado en las candidaturas correspondientes.

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¿Qué circuitos -o qué cortocircuitos- del gusto y de la mentalidad gremial han excluido de toda opción a una película como La ley del deseo, ciertamente irregular y por lo tanto discutible, pero que, con años luz de distancia respecto de las restantes, lleva dentro el mejor, el más audaz y el más original cine que se ha hecho en España el pasado año?

Hubiera sido discutible, pero de recibo, no premiarla, si se tiene en cuenta que la excepcionalidad de La ley del deseo lo es sólo a ráfagas. Pero de esto a ignorarla por completo, hay un paso difícil de tragar. Y otro tanto cabe decir de su director, Almodóvar, cuyo nombre -La ley del deseo es un trabajo personalísimo- va indisolublemente ligado al título del filme.

Pero si difícil de aceptar es la ausencia de tan notables filme y cineasta de las temas de aspirantes, mucho más lo es la ausencia de los dos protagonistas de La ley del deseo, donde no hay irregularidad alguna que colgar en forma de sambenito a sus respectivos trabajos, que son perfectos de arriba abajo, intensos donde los haya, difíciles como muy pocos y logrados como ninguno: dos formidables creaciones a cargo de Carmen Maura (justo Premio Nacional de Cine precisamente por esta creación) y Eusebio Poncela.

Verónica Forqué y Alfredo Landa merecen lo que han recibido y mucho más, pero cualquier cabeza en su sitio no puede dejar de imaginar que ellos no pueden estar del todo satisfechos, mientras buscan un rincón en su casa para hacer hueco al cabezón de Goya que les ha tocado en buena suerte, sabiendo que en su consecución no les pisaron los talones, porque no habían sido seleccionados para hacerles la competencia, los dos fastuosos ejercicios de actuación en carne viva, de funambulismo en la cuerda floja -es un orgullo verles atrapar e hipnotizar por ahí fuera a los públicos más dispares que hacen en La ley del deseo Eusebio Poncela y Carmen Maura.

Y si nuestras gentes del cine, en votación libre y secreta, no logran discernir esta abrumadora evidencia, será justo aceptar como lícitos los burlones adjetivos de incompetencia -en contrapunto con otros más fieros de discriminación- que sonaron para ellos en algunos rincones encogidos de hombros del Palacio de Congresos, la noche del martes, día de autos.

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