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Tribuna
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Anatomía

Cuando el poeta escribió: "Tus senos son las únicas bombas que yo amo", pensé que esta singularidad anatómica tan castigada por -las obsesiones de los hombres había cubierto sus últimos objetivos. Nunca hubiera podido imaginar que la versatilidad de unos apéndices mamarios llegara, como aquí acaba de suceder, hasta el punto de convertirlos en unidad de medida. España ha quedado, en efecto, reducida a dos clases de hombres: los que han visto las tetas de Sabrina y los que sueñan con verlas.Sus golpes de efecto han arrasado a una opinión pública harta de fiestas, divorcios, bautizos y fugas de gente famosa. De hecho, la boda de 1988 ha pasado sin pena ni gloria porque tuvo la desgracia de celebrarse cuando en los televisores españoles todavía parpadeaba ese cañón basculante, apresado con sadismo británico por la cámara Pyton con que se estrenó la era Pilar Miró, justo en el momento en que un pezón descomunal miraba fijamente a la audiencia.

Al grito de "¡Boy, boy, boy!", España se ha puesto en pie. Si nuestros hogares estuvieran sometidos a las leyes de la navegación, la Nochevieja, con toda la familia volcada de repente en torno a Sabrina, se hubiera saldado aquí con un naufragio colectivo. Su pecho desatado en la noche fue como la campanada número 13 que no cesa de sonar, la uva descomunal que se nos quedó atragantada, el presagio de que este año 88 es, en su grafismo, el reclamo publicitario de la corsetería finisecular.

Ni los elementos más críticos -pongamos por caso las feministas de Bilbao que la cubrieron de huevos- osarían preguntarse qué tiene esa que no tengan las demás. No procede. La cuestión es saber el porqué de este furor cuando vamos hacia el año cien de la era feminista. Busquemos respuestas elementales a interrogantes elementales. Si la infancia es la patria del hombre, no hay duda de que la teta es su bandera. Viene alguien, enarbola la enseña, le pone himno, letra y música, y todos nos precipitamos en la infancia. Esta chica ha convertido a España en la Unicef.

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