_
_
_
_
_
Tribuna:LOS PROBLEMAS DE LA DEUDA EXTERNA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Italia de nuevo

El paso dado por el Gobierno italiano de transformar la deuda del sector público argentino en obligaciones a largo plazo y bajos tipos de interés-prácticamente una condonación de la misma- puede ser un primer paso en la nueva dirección del tratamiento de los problemas de los países con dificultades de pagos. Italia, que, según el autor, ha desarrollado una política exterior imaginativa y audaz en muchos frentes, vuelve a mostrar su capacidad de transformación.

Italia se dispone a convertir la deuda que Argentina mantiene con ella en un crédito a largo plazo y bajo interés, un crédito blando, casi una condonación de la deuda, unos 3.500 millones de dólares, cifra nada despreciable incluso en el mar de los 55.000 millones a que asciende la deuda argentina siempre creciente.Que el monto de obligaciones exteriores haya seguido incrementándose desde la caída del Gobierno militar, que puso en liquidación la economía argentina, puede parecer incomprensible para quien, sin conocer el problema a fondo, se asombra ante la magnitud de las cifras. Más aún se sorprendería ante la aparente incongruencia de que la deuda ha aumentado no obstante que Argentina, como toda Latinoamérica, ha sido exportadora neta de dólares en estos últimos años. Pero ocurre que las tasas de interés son tan elevadas y los capitales sobre los que se calculan tan enormes que, pese a todos los esfuerzos exportadores y pese a todas las políticas de austeridad, el saldo disponible de dólares nunca alcanza para pagar los intereses -no digamos ya el capital- y nuevos préstamos -nominales- para permitir la cancelación de intereses y evitar los números rojos de los bancos prestamistas siguen inflando indefinidamente el monto de la deuda.

La política exterior italiana, tradicionalmente fina, ha sumado en los últimos años dinamismo, imaginación y autonomía. No sólo lo demuestra su relación con los poderosos, sino su inteligente tratamiento de la cuestión árabe y del caso de las Malvinas, no obstante el estrecho margen de maniobra que le dejaba su socio británico en la CE, y su dependencia de EE UU. Italia, hoy, da un nuevo paso lúcido y toma la delantera a países más ricos y a España, tan o más vinculada que Italia a Argentina por sus orígenes y por la lengua.

La decisión italiana es sagaz y también interesada, como no podría ser de otro modo, pero razonable e inteligentemente interesada. Italia, con una mirada que va más allá del corto plazo, apuesta por el futuro. Apuesta por una vinculación con el mercado argentino -y por medio de él con el aún muy débil mercado regional latinoamericano- a través de la tecnología italiana, en un acuerdo de mutuos beneficios. Italia vende su tecnología y sus proyectos de desarrollo, y Argentina le vende sus productos con escaso proceso de transformación y se beneficia con la incorporación de métodos industriales modernos que necesita para modificar su estructura económica, su dependencia de la exportación de productos primarios y de la importación de productos elaborados.

La oportunidad argentina

Argentina, país rico hasta 1930 y cada vez menos rico desde entonces -a partir de cuando los errores se transforman en despropósitos- hasta su pobreza actual, dejó durante mucho tiempo pasar su oportunidad. Eran años en que a cada caída económica la filosofía dominante, transformada en obviedad popular, aseguraba que "con una buena cosecha todo se arregla". La oligarquía terrateniente argentina que gobernó el país hasta nuestros días -con cortos intervalos- a través del voto -con o sin fraude- o a través de los golpes políticos dados por su guardia pretoriana, fue ciega y cómoda, ayudada por dos oportunas -para ella y, lamentablemente, a corto plazo, para todos los argentinos- guerras mundiales, cuando el esquema agroexportador de desarrollo hacía rato que estaba agotado.emODicho esquema, que enriqueció al país, debió haber servido no sólo para producir un bienestar efimero -70 u 80 años es muy poco tiempo en la historia de un país, aunque sea joven-, sino para, aprovechando los excedentes que producía, haber desarrollado una industria avanzada que hubiera mantenido a Argentina en el lugar privilegiado entre los países ricos que tanto enorgullecía a nuestro ingenuo chauvinismo autóctono. No se hizo así, y la oligarquía, ligada a los intereses latifundistas y de la exportación de materias primas y progresivamente a los financieros, que no pudo recuperar más el poder a través de las urnas, lo obtuvo nuevamente por medio de un golpe de estado militar, esta vez más cruel y sangriento que nunca.

Economía arrasada

Los militares arrasaron la democracia, o los jirones que quedaban de ella con el Gobierno de Isabel Perón, y la oligarquía terrateniente y financiera arrasó la economía argentina y desmanteló su frágil aparato industrial. Se dejó deslumbrar, interesadamente, por un modelo internacional de división del trabajo que asignaba a países como Argentina el papel exclusivo de proveedores de materias primas y beneficiaba al capital especulativo, desalentando al productivo, modelo que siguió enriqueciendo a la oligarquía y arruinó al país y a su gente. Los precios de las materias primas, como siempre, los fijan los países ricos compradores, pero además deciden las cantidades, de modo que cuando sus excedentes se lo hicieron conveniente cerraron sus fronteras para proteger a sus productores. Argentina tuvo que vender barato y además tuvo dificultades para colocar sus productos.Argentina está lanzando desde diciembre de 1983 -y otros países del Tercer Mundo hacen lo mismo- un llamado dramático a los países ricos para que apuesten por el futuro -pero el futuro es mañana- y no sólo por hoy. Italia lo entendió y toma la delantera. O Latinoamérica crece, se desarrolla y da bienestar a sus hijos, o estalla, y hay muchas otras regiones pobres del mundo que pueden estallar un día más o menos cercano. No son las visas para controlar a los inmigrantes económicos las que van a impedir el estallido, es decir, no es la represión la que lo va a evitar, sino la comprensión, la moderación del egoísmo, la inteligencia.

España ha apostado por Europa, y hace bien. España no debe quedarse al margen de Europa. Pero esa apuesta no tiene por qué relegar la apuesta por Latinoamérica a las declaraciones retóricas y a los festivales conmemorativos. España tendría que empezar a pensar -y rápidamente- en seguir los pasos de Italia, si no quiere quedarse definitivamente atrás -no obstante el privilegio que supone hablar la misma lengua- en la relación político-económica con el mundo que pobló.

Jorge Andrade es escritor argentino, residente en España, autor de la novela Proyección.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_