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El rostro impenetrable

Cuando Lino Ventura apareció por primera vez en una ficción cinematográfica, nadie creía que aquella presencia física acabaría siendo importante en la historia del cine europeo. En 1953, cuando Jacques Becquer le llamó para que fuera el rival en la pantalla de Jean Gabin, un gánster envejecido para el que sólo la amistad importa, Lino Ventura tenía tras sí un pasado aventurero notable. Nacido en Parma (Italia) en 1919, hijo de agricultores que emigraron hacia París en 1927, fue expulsado de la escuela a causa de su carácter violento y empezó a trabajar como botones. Luego se convertiría en mecánico, viajante de comercio, recadero, sin recalar en ningún oficio hasta que el gintnasio y el ring canalizaron sus continuadas explosiones de violencia. Como luchador viajó por medio mundo y en 1950 alcanzó un título europeo. Una lesión adelantó su retirada e hizo de él un empresario que organizaba combates en la sala Wagram. Y en eso estaba cuando se cruzó en su camino Jacques Becquer.Lino Ventura ha interpretado siempre el mismo personaje: un individuo poco hablador, re. servado y peligroso, que no le teme a nada pero al que no le gusta hacer ostentación de su fortaleza. Y daba igual si estaba en el lado de la ley o en el de los perseguidos. Ventura no cambiaba porque fuese policía o ladrón: su rostro permanecía inalterable, procurando no perder la paciencia, resoplando un poco cuando el heroísmo idiota del contrario le impedía comprender que Lino pegaba duro, que si era correcto y educado, eso no le impedía matar.

Jacques Becquer no sólo fue el primero en servirse de su tisico convincente, sino también el primero que supo ver en la inexpresividad de 'Ventura otras posibilidades. E imposible olvidar su creación como marchante que asiste impasible a la destrucción de Gerard Philipe (Modigliani) en Montparnasse 19, sin emociontase ante las súplicas de Lily Palmer, que ha comprendido que a él le gustan los dibujos y las telas de Modi, pero que no piensa comprar nada hasta que el artista muera y pueda adquirir lo que quiera por aún menos dinero. En esta película, Becquer le eligió para que fuese algo así como un signo de la muerte, la premonición del destino trágico del pintor. Carlos Saura tarnbién contó con él para que montara a caballo junto a Paco Rabal en Llanto por un bandido, pero fue Jean-Pierre Melville quien le salvaría de una serie de títulos mediocres en Hasta el último aliento (1966). Melville, que estaba empeñado en insuflarle a la serie negra la grandeza y el hieratismo de la tragedia, comprendió que las facciones roqueñas de Ventura eran capaces de expresar mil sentimientos ocultos. De lo que se trataba era de no verbalizar nunca el misterio y dejar que el espectador interpretase los largos silencios y las no menos largas miradas sin parpadeos.

`Ya no hay historias'

La década de los setenta nos lo descubrió dotado para la comedia. En La aventura es la aventura (1973), de Lelouch, o L émmerdeur(1973), de Eduard Molinaro, resultaba entrañable y divertido, sin caer en la parodia. Su última gran aparición fue con Francesco Rossien Excelentísimos cadáveres (1976), donde era un desengañado inspector que pagaba con su vida el descubrir que el Estado era víctima de una conspiración de la extrema derecha.

Desde entonces Lino Ventura ya no encontró ninguna otra buena película o buen papel. Continuó trabajando meticulosamente, fiel a su personaje, pero en 1984 decidió dejarlo: "Ya no hay historias. El cine se está Vedando sin historias", dijo. EI, que las había vivido casi todas, que pudo escapar a varios destinos y a las cuerdas del ring, decidió abandonar también la ficción cuando ésta dejó de merecerle.

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