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Opinar está de moda en la URSS

La nueva permisibilidad del sistema ha dado paso a cientos de grupos de presión

Pilar Bonet

Una red de grupos y publicaciones no oficiales, cuyos intereses van desde la ecología a la religión pasando por la política y la música rock, está creciendo rápidamente en la Unión Soviética al calor de una permisividad inaugurada con la perestroika, pero atenta a cualquier descontrol. La máquina de escribir, el papel carbón, los locales buenamente prestados, a veces por horas, y el teléfono doméstico son los límites de esta permisividad para un movimiento fluido y difuso que ha comenzado a canalizar las iniciativas no institucionalizadas de los ciudadanos.

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Iniciativas y grupos de presión para casi todo surgen hoy del magma de la apatía en la URSS. En Kiev (Ucrania), el grupo Svetlitza da recitales de poesía y recoge firmas para sacar las centrales nucleares de las ciudades. En Lvov (Ucrania) se organizan los pacifistas. Desde Odessa, los baptistas escriben a Gorbachov, y en Leningrado, la sección local del club Perestroika da lecciones de debate a su filial en Moscú, a la que algunos llaman ya Hyde Park.

La plaza Breznev

También en Leningrado, el grupo Adelaida lleva a cabo una campaña para cambiarle el nombre a la plaza Breznev, y el grupo Epicentro, editor de la revista Merkuri, se dedica a la defensa cultural-ecológica en tanto que el grupo para la Liberación de Matias Rust pinta letreros y recoge firmas a favor del joven piloto germano occidental.

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En Talin (Estonia) y en Moscú se recogen firmas para pedir la publicación del pacto secreto (1939) entre Molotov y Ribentrop, y en la capital se les niega el permiso de manifestación al grupo Democracia y Humanismo y a los Hara Krisna, mientras un par de ciudadanos salen a manifestarse a la calle constituidos en grupo de Libertad de Emigración para Todos.

También en Moscú, el grupo Obshchina (comunidad) se dedica al estudio de los sindicatos independientes polacos Solidaridad, de la experiencia de las Comisiones Obreras españolas durante el franquismo y de las obras de Bakunin. El grupo Globus, por su parte, se concentra en la preparación de unas elecciones de consejos laborales en una fábrica de calzado de la capital.

Todos estos ejemplos son sólo algunas de las iniciativas registradas en los últimos meses. Hay muchas más. Los clubes de discusión que comenzaron a proliferar la pasada primavera son una realidad organizada. El 23 de agosto pasado varios centenares de representantes de 52 grupos diferentes de distintas ciudades tuvieron su primer congreso en Moscú. De allí han salido la Federación de Clubes Socialistas y el Círculo Amplio de Iniciativas Sociales, así como una agencia de información independiente y una serie de proyectos entre los que se cuenta la construcción de un monumento a las víctimas del estalinismo.

El congreso, seguido atentamente por observadores del partido comunista, reveló tensiones entre los participantes. Inicialmente había entre ellos un representante de Pamiat, la organización nacionalista rusófila y antisemita, y también delegados de los grupos Democracia y Humanismo y Dovera (confianza), que ponen el acento en la defensa de los derechos humanos.

El poder establecido tiene una actitud ambivalente de desconfianza y apoyo ante los clubes. Por una parte, no les da ni rotativas ni locales fijos y les vigila cuidadosamente. Por la otra les promociona como ejemplo de la "iniciativa desde abajo" que organizaciones como el Komsomol (juventudes comunistas) son incapaces de canalizar.

Un insólito encuentro

Un insólito encuentro con dirigentes de clubes moscovitas tuvo lugar el 8 de octubre en la agencia de prensa Novosti, que reunió a varios líderes del movimiento ante una treintena de corresponsales. Grigori Pelmann, presidente del Club de Iniciativas Sociales (CIS), vinculado a la asociación de sociología de la Unión Soviética; Boris Kagarlitsky, del grupo Obshchina, y Yuri Samodurov, del grupo Perestroika, así como Gleb Pavlovski, responsable de la agencia de información surgida del congreso, eran algunos de los allí reunidos, jóvenes cuyas edades rondan los 35 años, algunos de los cuales estuvieron en la cárcel o se vieron perjudicados en sus carreras hace pocos años por sus actividades políticas contra el sistema. En Moscú existe hoy, según Pavlovski, un total de 400 clubes registrados y unos 1.200 más sin registrar. Un representante de Novosti calculaba en 18.500 la cifra de clubes y asociaciones existentes en la capital, sobre todo en base al principio del autorregistro. Los cauces legales para las asociaciones, unas normativas de los años treinta, prevén sólo las asociaciones creativas adscritas a los sindicatos o las asociaciones de aficionados dependientes del Ministerio de Cultura.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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