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Tribuna:DIÁLOGO ENTRE LAS SUPERPOTENCIASLAS PERSPECTIVAS DE UN ACUERDO ESTE-OESTE
Tribuna
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Europa, en la hora cero

¿Dónde está el tiempo en el que un Reagan que se tomaba por Rambo repetía en todos los tonos que iba a poner contra las cuerdas a un imperio del mal caído en manos de viejos impotentes? Hoy la gerontocracia ha atravesado el Atlántico. Del in forme de la comisión Tower sobre el Irangate se destaca de manera abrumadora la imagen de un presidente excesivamente devaluado, demasiado ausente de la realidad del poder para que tenga la menor probabilidad de volver a tomar en sus manos las riendas.En el mismo momento, en Moscú, un Gorbachov en plena forma sacude duramente la apatía de la nomenklatura y multiplica iniciativas diplomáticas frente a las cuales el mundo occidental parece afectado por una especie de embotamiento. Hasta tal punto le es dificil al espíritu humano hacerse a la idea, sin embargo percibida ya desde la antigüedad por un Heráclito, de que la única constante de la historia es el cambio.

Por lo demás, todo el mundo sigue discutiendo gravemente sobre si la URSS cambia o no. Si Gorbachov es o no un liberal. Si quiere o no hacer la paz con el mundo capitalista. No se harían todas estas preguntas si se tomaran tan sólo la molestia de leer los principales informes y discursos que él ha pronunciado recientemente. Por impía que la comparación pueda parecer a unos y otros, estos textos revelan un hombre que se sitúa con respecto al comunismo como Juan Pablo II con respecto al cristianismo; en otras palabras, como un creyente, determinado a poner toda su energía, que es grande, al servicio de su fe, para lavarla de las innumerables escorias que han alterado la pureza de la misma.

El evangelio de Gorbachov es el de Lenin, al cual no se cansa de citar; es la exaltación del hombre nuevo que hará aparecer la realización del ideal bolchevique. Incluso en el Foro de la Paz, que acaba de celebrarse en Moscú, no ha permitido que se haga nadie ninguna ilusión sobre este punto: "Es con una vara socialista, y con ninguna otra", ha declarado, "con la que mediremos nuestros éxitos y errores".

Digan lo que quieran, él no busca engañarnos, hacernos creer que se ha convertido a la democracia a la occidental. Es leninista y lo seguirá siendo. El tipo de democracia que preconiza "no tiene nada que ver con un relajamiento de la disciplina, con la falta de responsabilidad, con la anarquía" (informe al Comité Central del 27 de enero de 1987).

No apunta más que a hacer más eficaz y más moral -esta palabra le viene, y con razón, a cada momento a la boca- el sistema cuya jefatura ha heredado, y esto es tan claro como la luz; él piensa que es más eficaz y justo que el nuestro.

La fuerza de la inercia

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¿Será entendido este mensaje? La fuerza de la inercia, que Lenin decía que es la más fuerte de todas; la corrupción, el carrierismo, en una palabra: la naturaleza humana, ¿no se impondrán a esta voluntad reformadora? Ésta es otra historia cuya conclusión tardará en conocerse. "Tendrán que pasar generaciones", ha dicho el mismo Gorbachov en una conversación con los escritores, "antes de que podamos llegar a cambios". ¡Mao estimaba que harían falta 1.000 años!

Lo que no plantea problemas desde ahora, en cambio, son las iniciativas que este mismo Gorbachov toma en el terreno diplomático. También allí el misterio, lo es menos si queremos verlo más de cerca de lo que creen o dicen algunos. El secretario general no deja de repetirlo: "La política exterior de la URS S está determinada por su política interior". Lo que quiere decir que se adapta a sus necesidades.

Ahora bien, estas necesidades son enormes, tanto si se trata de la economía, del retraso tecnológico, de la educación, del ánimo de la juventud, de las minorías nacionales, de Polonia, de Mozambique o de Afganistán; todo, de una manera u otra, hay que volver a enfocarlo. Por todas partes hay que invertir voluntad, materia gris y capitales. Tarea imposible en un clima de tensión internacional y de carrera de armamentos, donde lo mejor de la creatividad y de los fondos debe necesariamente ir a instrumentos de muerte. Misión que requiere incluso, con frecuencia, la cooperación de Occidente, de ahí la reciente llamada a las joint-ventures, a las acciones comunes con empresas occidentales. La primera realizada tiene por objeto la publicación en la URSS de una revista femenina de Alemania Occidental.

La política de reconstrucción en lo interior tiene que conjugar se durante cierto tiempo con una política de distensión global en lo exterior. Ésta supone, en primer lugar, una rectificación de la imagen: de ahí las concesiones hechas a la opinión mundial en materia de derechos humanos y el papel esencial que representa desde ahora Andrei Sajarov, cada victoria del cual sobre la maquinaria opresora del PCUS se inscribe finalmente en el activo de éste en la batalla de la propaganda. Pero esto no es más que un aspecto de las cosas. Gorbachov sonríe simultáneamente a China y a Estados Unidos, a Egipto y a Israel, a Francia y a Alemania. Parece buscar una puerta de salida en Afganistán. Sobre todo se olvida de la intransigencia de sus predecesores en el campo de los armamentos.

Evidente incompetencia

En Reikiavik, en octubre de 1986, se enfrentó con un Reagan cuya incompetencia era evidente y que parecía dispuesto a amplias concésiones para llevar a sus compatriotas, la víspera de las elecciones, un acuerdo con la URSS. Esto fue lo que llevó al secretario general a pedir la luna: es decir, a que el presidente renunciara al escudo especial (SDI: Iniciativa de Defensa Estratégica), del que confia, con candor casi infantil, una protección absoluta, ad vitam aeternam, contra toda agresión. Era pedir demasiado, por lo que el encuentro fracasó. Pero las propuestas de Ron no habían caído en oídos sordos, y todo el mundo en las cancillerías occidentales esperaba que el Kremlin las repitiera, tarde o temprano, por su cuenta. Eso está hecho. Antes del inesperado asunto de la venta de armas a Irán, la Casa Blanca había dejado entender que la puesta en marcha de la SDI podría ser retardada. Y es evidente que Reagan no tiene ya los medios de llevar adelante un proyecto en el cual nadie más que él ha creído completamente.

Gorbachov puede, pues, permitirse el lujo, sin riesgos para él, de cortar el vínculo, establecido por él en Reikiavik, entre la negociación sobre los euromisiles y el abandono de la SDI y poner en un aprieto a los occidentales retomando simplemente por su cuenta lo que se ha convenido en llamar la opción cero, es decir, el desmantelamiento simultáneo de los SS-20 soviéticos y de los euromisiles -misiles de crucero y Pershing 2 norteamericanos -desplegados para equilibrar la amenaza de aquéllos.

Al hacer esto juega sobre seguro. La opción cero fue inventada por Helmut Schmidt cuando era canciller para apaciguar al ala izquierda, muy tentada por el pacifismo, de su Partido Socialdemócrata. Fue aprobada en su época por el Consejo Atlántico y por Reagan en persona, que la volvió a reactivar en Reikiavik. Sin duda, en alguna, parte hay quien se muerde los dedos: nadie en aquella época podía sospechar que Moscú la aceptaría un día. En todo caso, la oferta está hecha, y si no se reconociera esto se perdería la credibilidad.

Bonn aplaude

De todas maneras, Bonn va a decir, mejor, ha dicho ya, bravo. El ministro de Asuntos Exteriores, el liberal Genscher, que ha salído reforzado de las últimas elecciones, no ha ocultado nunca su deseo de querer ayudar a Gorbachov. Es posible que sea interesante para una Alemania poco tranquila con las intenciones americanas acercarse a una URSS cuyo peso sobre la evolución de la RFA es, de todas maneras, decisivo.

También en Washington se alegran de un paso que puede ayudar a la presidencia a redorar su muy empañado blasón. Por el contrario, en París y en Londres se frunce el ceño ante una iniciativa que todo el mundo veía venir desde Reikiavik. André Giraud llega a hablar en Le Figaro de su gran inquietud".

Se le comprende, sobre todo si se ve esta inquietud en el marco de los rumores que corren sobre la posibilidad de que Estados Unidos, endeudado hasta los huesos e incapaz de reducir el aplastante déficit de su comercio exterior, redujera de manera notable, sino completa, la presencia de sus tropas en el continente. Hay la posibilidad de que, a corto o largo plazo, el enorme dispositivo militar, nuclear, clásico y químico desplegado por la Unión Soviética en el Este de Europa no encuentre, para contenerlo en el Oeste, más que los arsenales nucleares, necesariamente modestos, de Francia y el Reino Unido y unas fuerzas convencionales que no podrían enfrentarse, por inferioridad numérica, con las del Pacto de Varsovia.

Es difícil imaginarse que la URSS podría tener la tentación de lanzarse a una agresión cuyas consecuencias serían suicidas para ella, pero es grave el peligro de que el desequilibrio que se crearía a su favor no hiciera que varios Estados se entendieran directamente con ella, es decir, por emplear un término injusto pero cómodo, aceptar la finlandización.

Entre una América cada vez menos confiable y una URSS súbitamente despierta, ya es hora de que Europa se dé los medios de contar, en primer lugar, con ella misma. En otro caso, por haberse entregado demasiado a la protección de una, corre el riesgo de encontrarse un buen día bajo protectorado de la otra.

Traductor: Javier Mateos..

André Fontaine es director de Le Monde.

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