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FERIA DE SAN ISIDRO

Emilio Oliva tuvo abierta la puerta de la gloria

"¡Qué me embista un toro en Madrid!". Es el deseo ferviente de todo torero porque un triunfo en esta plaza le abre la puerta grande, que es la puerta de la gloria. Los tres espadas de ayer necesitaban ese toro que embiste más que el comer porque están sin contratos. Y sólo le salió a Emilio Oliva; no una, sino dos veces. La puerta de la gloria la tuvo abierta de par en par, toda la tarde, y él mismo se la cerró por no ser consecuente consigo mismo, por preferir al riesgo y la majeza de la suerte suprema su sucedáneo, el descabello, que es prosaico recurso de matarife.

El tercer toro, bravo en el caballo y noble en la muleta., era ideal para ofrecer espectáculo y facilitarle el triunfo a un torero con ambición. Esa ambición le desbordó a Emilio Oliva y fue el motor principal del éxito apoteósico que le llegaba imparable, a impulsos de su valor y su entusiasmo.

M

Benavides / Alcalde, Palomar, OlivaToros de Martínez Benavides, de gran presencia, con genio y problemas, excepto el 3º, bravo y noble, y el 6º, pastueño. Paco Alcalde: estocada (ovación y también pitos cuando saluda); pinchazo y estocada corta desprendida (pitos). José Luis Palomar: dos pinchazos y estocada ladeada (aplausos y saludos); estocada corta, dos descabellos -aviso- y otro descabello (silencio). Emilio Oliva: cuatro pinchazos, rueda de peones, seis descabellos -primer aviso, con retraso-, 15 descabellos más -segundo aviso- y otros 14 descabellos (ovación con pitos y saluda); tres pinchazos y un descabello (vuelta). Plaza de Las Ventas, 25 de mayo. 16ª corrida de feria.

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Empezó la faena como hace mucho no se veía: citando de lejos, en el centro geométrico del ruedo; aguantando la codiciosa embestida y burlándola con el alarde emocionante del pase cambiado. Siguió por naturales; ligó impecablemente los pases de pecho; instrumentó redondos y circulares; y otra vez los de pecho, ceñidísimos y, al tiempo, vaciados con limpieza, engrandecían la faena, que se producía en medio de un clamor. Había defectos técnicos, como recurrir al alivio del pico dichoso o destemplar algunos muletazos; pero la alegría del torero, su valor, su tremenda ambición de triunfo, trascendían al público, que seguía con apasionada entrega su tarea.

Ya estaban las dos orejas conseguidas cuando entró a matar e hizo mal la suerte. Cobró cuatro pinchazos que no hirieron de muerte. Y entonces, en lugar de seguir asumiendo la responsabilidad del volapié, recurrió al descabello -suerte a la que no reconoce mérito la tauromaquia- por si conseguía sorprender al toro con el golpe de gracia. No lo consiguió. Hasta 35 veces le clavó el verduguillo, convirtiendo el testuz en pasta sanguinolenta, y aquello era una carnicería impresentable. El torero estaba consternado, y no menos el público, que habría dado cualquier, cosa por que el animal cayese abatido por lo que fuera; ¿del disgusto?, pues del disgusto. Alcalde ayudaba tirando para abajo de los cuernos del toro y Palomar le gritaba a Oliva que cogiera el estoque y entrara a matar de nuevo. Por unos segundos no le echaron el toro al corral. 35 descabellos es una marca que la afición no recuerda; ni don Mariano, que ese sí que sabe, pues lo homologa todo. Los compañeros de localidad se lo decían: "Estos 35 descabellos los va a mongolar también, ¿verdad, don Mariano?". "Ya están mongolaos", respondía, y enseñaba su cuaderno de apuntes taurinos, que, con el reglamento, es su libro de horas y lo lleva a todas partes.

Oliva se había dejado ir un gran toro exclusivo en medio de una corrida que transcurría complicada. Nada hacía presagiar que hubiera enchiquerado otro toro "que-me-embista-en-Madrid", pero lo había, y salió en sexto lugar, de nuevo para Oliva. Si le toca el gordo dos veces, no tiene mayor fortuna. Naturalmente, aprovechó el segundo buen toro, pero ya no fue lo mismo.

El toreo no le salía esta vez con la frescura y la inspiración de su anterior faena. Alternaba continuamente las tandas de naturales y derechazos, hacía abusiva la utilización del pico, templaba poco. Cada pase, es cierto, lo coreaba el público con iolés! estruendosos y cada tanda con ovaciones cerradas, pero ahora no encendía el entusiasmo la calidad de la faena, sino la solidaridad y la simpatía que había despertado el infortunio del diestro en el toro anterior. La gente compensaba a Oliva de la desgracia, otorgándole un triunfo en Madrid. Sólo que de nuevo mató mal y ese triunfo se quedó a medias.

La puerta de la gloria, abierta toda la tarde para este torero, se cerró finalmente, sin que llegara a cruzarla. Sus compañeros, también ansiosos de triunfo, pegaban fuertes aldabonazos para que se les abriera a ellos y era inútil. El toro que les había de embestir en Madrid lo vieron dos veces, desde el callejón y sin poder catarlo. Les salió, en cambio, el que no les había de embestir, género duro y complicado. Alcalde tuvo uno que no le repetía las embestidas, aunque también es cierto que él no se cruzaba para provocarlas. El otro embestía con la cara alta y lo aliñó.

Al segundo de la tarde, de incierta embestida, Palomar lo consintió, templó y mandó por el pitón derecho y, cuando citó al natural, le gazapeaba con mal estilo. Al quinto le bajó la mano en tres redondos sensacionales; tanto se la bajó que el toro acabo hocicando la arena. Después, ya no hubo más que medias arrancadas y una desesperada porra del diestro para conseguir faena o, por lo menos, un apunte, algo -¿quizá un milagro?- que le permitiera esperar otra oportunidad a la puertas de la gloria. Fue imposible. La puerta de la gloria, abierta toda la tarde, de par en par, sólo esperaba a Emilio Oliva y este privilegio era personal e intransferible.

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