La muerte de Franco y la 'eutanasia" del régimen
"¿Qué hará el caudillo el día de la muerte de Dios Padre?". Tal era una de las interminables pequeñas bromas que permitía a los españoles evadirse de la interminable opresión franquista. Sin embargo, y pese a que la oposición no podía ni creérselo, el general Franco se extinguió el 20 de noviembre de 1975, al término de una vida de 82 años y de un reinado de casi 40 años; al término, sobre todo, de una prolongada agonía que parecía una expiación.Esta broma, que, refleja la ambivalencia de sentimiento de los españoles hacia su dictador, recoge todas las falsas predicciones hechas desde la caída de las potencias del eje sobre su longevidad física o política. Desde 1945, los agoreros, tomando sus deseos como realidades, creían que el régimen estaba a punto de caer y estimaban que su jefe podría conocer en breve plazo una suerte análoga a las de Hitler y Mussolini. Veinte años más tarde, aunque el peso de la edad hacía temblar a Franco, su estatua política no vacilaba. A la inversa, el envejecimiento visible del dictador alimentaba un miedo creciente a un cambio que se creía inevitable, pero que una gran parte de la opinión hubiera querido diferir el mayor tiempo posible. ( ... )
Lo que importaba es que su supervivencia aseguraba al mismo tiempo la del régimen que él encarnaba.
Por esta razón, la salud de Franco constituía un secreto de Estado. Por ello también se le cuidó tan mal cuando sus dolencias cardiacas se multiplicaron. De hecho, el dictador no se pertenecía a sí mismo y apenas a los españoles. Pasó a ser pertenencia de su entorno inmediato, de los notables del bunker simbólico que se apropiaron de él y que prefirieron que se le tratase en la discreta pero pequeña enfermería de su guardia personal que en un hospital, a la vista de todo el mundo. ( ... )
En realidad, Franco estaba a las puertas de su primera muerte, provocada por un infarto complicado con gangrena, que habría sido fatal si no hubiese estado sometido a una intubación de supervivencia que requiere normalmente la inconsciencia del paciente. Desde ahí comenzó la tortura alucinante de la agonía en la planta de un hospital de la Seguridad Social española, la residencia de La Paz. (...)
Para los últimos franquistas, que no tenían razón de existir sin Franco, era necesario que el dictador viviera para garantizar su propia superviviencia, que pudiera reinar antes de morir. De ahí el embalsamiento del cadáver y su grandioso traslado al Valle de los Caídos, y también el tiempo robado al destino, unas semanas, con vista a preparar la salvaguardia política del régimen.
Por razones que no obedecen solamente al estado de salud del jefe de Estado, el régimen franquista se encontró por primera vez en serias dificultades en el curso de los 18 meses que precedieron a la desaparición del general Franco. Éste había aceptado que le rodeasen fantasmas de la extrema derecha, falangistas sin proyectos y seudopersonalidades independientes. Lo cual quiere decir que se encontraba tan sólo en compañía del almirante Carrero Blanco. Asesinado Carrero, el hombre que había controlado todos los mecanismos del régimen del Estado franquista se reveló insustituible, como demostró la elección de Carlos Arias Navarro. Nada serio se pudo hacer en adelante para garantizar la continuidad franquista de la futura monarquía. (...)
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