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VISTO/ OÍDO

'La clave' se mira el ombligo

Cumplir una etapa marcada por 400 apariciones en pantalla es más que un récord, un auténtico milagro, al menos en TVE, lugar poco propicio a la continuidad, cuya única norma es la de la combustión de personas, programas y nombres, salvo La clave, de José Luis BaIbín, y el 1, 2, 3..., de Narciso Ibáñez Serrador. No es casualidad que sean estas dos series, salvo error u omisión las que han conseguido superar a todos los demás y, aunque yo no me atrevería a firmar que sean las mejores de todos los aparecidos en el mismo período de tiempo, tampoco encabezan la lista de las menos afortunadas. La mera superviviencia, en estos años acelerados donde todo se consume en el entusiasmo o la indiferancia es ya el mejor de los aciertos. Hoy voy a ocuparme sólo de La clave, que el pasado viernes festejó, por todo lo alto, su número 400, con un programa extraordinario que incluía un compendio breve de esa dilatada etapa seguida por la proyección de Un rostro en la multitud, la extraordinaria obra de Elia Kazan y Budd Schulberg que ya fue emitida, por primera vez, hace cuatro años, y un coloquio en el que intervinieron, entre otros, Gerardo Iglesias, secretario general del PCE; el escritor Heleno Sana; Fernando Arias Salgado, ex director general de RTVE, y un asiduo espectador al programa, en representación de la audiencia silenciosa.La clave es un equipo, pero, sobre todo es un hombre, José Luis BaIbín, un periodita polémico y discutible -¿quién no lo es?- al que sus admiradores han ensalzado en exceso y, casi al mismo tiempo, sus enemigos le han convertido en símbolo de todo lo execrable, especialmente cuando dirigía los servicios informativos de TVE, y, sobre todo, con ocasión del desdichado aplazamiento de aquel programa en el que iba a intervenir el ex concejal del Ayuntamiento de Madrid Alonso Puerta, suceso que se convirtió en símbolo de intervencionismo estatal en el medio televisivo y que estuvo rodeado, desde el primer momento, de una gran dosis de confusión.

BaIbín es, al margen de las caricaturas fáciles y de la pasión partidista, un profesional que sabe usar el medio y adaptar sus defectos y carencias a lo que la cámara y los micrófonos exigen. No le importa equivocarse al hablar en las palabras y en las ideas, o dudar de alguna información porque sabe que la telegenia -ese enamoramiento electrónico que surge sólo en contadas ocasiones- no depende de la perfección, sino del aplomo.

La clave es, ya se sabe, una adaptación a España de la fórmula creada por los responsables de la televisión francesa con motivo de Les dossiers de l'ecran, con los inconvenientes hispánicos derivados de una trayectoria infinitamente más azarosa, en lucha permanente con las autoridades de televisión durante las primeras etapas y la ausencia, en general, de producciones propias destinadas a ambientar los coloquios posteriores. Algún invitado afirmó que La clave es un lujo cultural muy superior a la mayoría de las creaciones de cualquier emisora de televisión europea, y no es la primera vez que escucho tal opinión.

Los españoles no sabemos hablar en público -sálvese quien pueda-, y La clave ha enseñado, pedagógicamente, a muchos intelectuales encopetados, sus propias miserias, enfrentándoles con ese espejo testimonial, molesto, que es la cámara electrónica. Muchos programas de La clave han demostrado nuestra incapacidad para hablar y escuchar y otros han ofrecido, por el contrario, un aspecto dialogante, humilde y dubitativo. La mayoría de los aciertos de Balbín y sus colaboradores nacen de elegir bien a los contertulios y dejarles solos ante el peligro, y muchas falsas reputaciones se han derrumbado gracias a esta evidencia imparable.

Futuro

Pero ese es el pasado de un programa, cuya contribución a la causa de la democracia y de la libertad es innegable, aunque este reconocimiento no signifique que debamos olvidar sus abundantes defectos, insuficiencias y arrogancias. Combinar la visión de una película importante con la charla posterior es algo que nunca se podrá olvidar en televisión, con un conductor como BaIbín o con otro profesional diferente, que impondrá su carácter y sus gustos personales, como es lógico. La clave es una acertada fórmula de hacer televisión, sus límites no deberían ceñirse a un solo giro sino a muchas más variantes de un programa. En este sentido, debería haber continuidad para rato. Quizá los espectadores no estén de acuerdo con la autocomplacencia demostrada en el prólogo del viernes pasado, en el que Begoña García Nobreda estuvo seria y académica, y en el que el equipo era siempre el representante de los buenos aguerridos combatientes por la causa de la libertad frente a las autoridades opresoras de los años ominosos.Se les puede disculpar, por una vez, siempre que sigan eligiendo las películas tan bien como en esta ocasión y cuando dejen que el circo intelectual se anime con buenas intervenciones en las que cada coloquiante se lance al ruedo, sin armas, expuesto a las cornadas de la propia incompetencia, desnudo y sin ayudas, frente a los pacientes telespectadores.

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