_
_
_
_
_
Tribuna:A los tres lustros de la elección de Allende
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una victoria del pueblo por la fuerza de los votos

La última década de la historia de Chile está marcada por el dolor, la brutalidad y las sombras de una de las peores dictaduras de América Latina, y también por el indomable espíritu de lucha de su pueblo. Sin embargo, nada de ello -ni la brutalidad odiosa de Augusto Pinochet ni el heroísmo glorioso y esperanzador del pueblo- puede hacernos olvidar la trascendencia y el significado histórico de uno de los acontecimientos políticos y sociales más importantes de la historia contemporánea: el triunfo electoral, hace hoy 15 años, de la combinación de partidos de la izquierda chilena, agrupados en la Unidad Popular, que llevaba como candidato a la Presidencia de la República al doctor Salvador Allende."La revolución no implica destruir, sino construir; no implica arrasar, sino edificar", dijo, Salvador Allende en la eufórica noche del 4 de septiembre de 1970, cuando al filo ya de la medianoche un grupo de sus partidarios se reunieron en una festiva celebración ante el edificio de la Federación de Estudiantes de la Universidad estatal chilena, desde cuyo balcón el victorioso presidente improvisó un hermoso discurso. Salvador Allende tuvo siempre la virtud de agigantarse en los momentos decisivos.

Chile tenía hasta ese momento una prolongada historia de elecciones y Gobiernos democráticos, con fugaces paréntesis que enla perspectiva de la historia de 160 años de vida independiente no alcanzaban a empañar su tradición cívica y libertaria.

Los sindicatos y los partidos políticos que representan a los trabajadores surgieron a comienzos del siglo XX, bajo la inspiración de Luis Emilio Recabarren, padre del sindicalismo clasista y fundador del partido comunista. En sucesivas elecciones, los chilenos consolidaron un régimen democrático en lo político y capitalista en lo económico, aunque fuertemente progresista.

Ellas hicieron posible el acceso al , poder, en 1970, de una coalición de partidos de izquierda que en su programa proclamaba la decisión de transformar revolucionariamente al país. Un marxista había conseguido un triunfo electoral por primera vez en la historia y se proponía a partir de allí conquistar todo el poder para dar vuelta de cabeza a la sociedad de un pequeño país subdesarrollado y dependiente.

"Hemos triunfado para derrotar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una seria y profunda reforma agraria, para controlar el comercio de importación y exportación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo", dijo Salvador Allende en ese mismo discurso del 4 de septiembre. Sus palabras resumían lo esencial del programa de gobierno que puso en práctica, innovando también en la práctica habitual de los Gobiernos burgueses y populistas latinoamericanos, que llegan al poder apoyándose en floridos programas que jamás cumplen.

El médico socialista, que había destacado en 1939 como ministro de Salubridad del Gobierno frente populista que encabezó Pedro Aguirre Cerda, llegaba a los 62 años de edad a la Jefatura del Estado de la República de Chile, decidido a hacer uña revolución tan profunda como pacífica y demostrar así que si la democracia es sincera y se aplica hasta sus últimas consecuencias, es posible que los pueblos alcancen el poder y controlen su propio futuro, empleando únicamente la fuerza de los votos y de la razón.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

El doctor Allende y los dirigentes de los partidos de la Unidad Popular sabían lo suficiente de marxismo como para darse cuenta de la trascendencia universal que podría tener el éxito de la experiencia revolucionaria chilena. El propio Allende lo dijo en un mensaje enviado al Parlamento el 21 de mayo de 1971: "Chile es hoy la primera nación de la tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición del capitalismo al socialismo. Aquí y ahora la historia empieza a dar un nuevo giro".

Simultáneamente, Allende tenía otra convicción profunda: que para llevar a cabo esta revolución a la chilena el pueblo no iba a emplear la fuerza de las armas. Y si alguien sacaba a relucir las espadas, fusiles, cañones o aviones a reacción, sería el imperialismo, con objeto de aplastar la experiencia revolucionaria.

Al final de su vida Allende constató con amargura, aunque sin perder la esperanza, que los contrarrevolucionarios "tienen la fuerza y podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos".

Y agregó en su emocionante mensaje desde el palacio de la Moneda, difundido por Radio Magallanes el 11 de septiembre de 1973, que "el pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse; el pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco humillarse".

Estas ideas son la más clara enseñanza dejada por la luminosa victoria popular del 4 de septiembre de 1970, ahogada en sangre por Pinochet y sus patronos hace ya ahora 12 dolorosos años.

es presidente de la Central Única de Trabajadores de Chile.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_