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España , en la Comunidad Europea

Los españoles, a diferencia de la mayoría de los restantes europeos, vivimos en Europa desde una posición geográfica marginal y profundamente diferenciada. Es el nuestro, mucho más que otros, un país multirracial, donde han convivido las civilizaciones cristiana, judaica y árabe. Aquí se han fundido etnias y culturas, obteniendo productos originales y variados, además de muy valiosos, que luego han sido reexpedidos' hacia Europa y hacia otros continentes. Desde estos otros ángulos nuestra posición ha sido tan diferenciada como la geográfica.

España, a fines del siglo XV, era una nación con una personalidad fuerte, muy abierta al exterior y con una gran tecnología de la navegación que la hizo capaz de ir hasta el Nuevo Mundo.Desde su diferenciación, este país jugó un papel discutible pero capital en la Europa de los siglos XVI y XVII. Defendió la europeidad frente a los turcos, que amenazaban Viena y Budapest, estuvo presente en el Mediterráneo hasta su extremo oriental y llevó un ideal latino hasta el mar del Norte. Pero, al mismo tiempo, combatió, con una visión un tanto medieval, la ideología entonces nueva que anteponía el racionalismo y la aritmética de la vida económica a una concepción trascendentalista de la acción político-religiosa.

España no se encontraba en forma cuando, en el siglo pasado, se empezó a construir la gran industria europea. Llegamos con retraso y tal circunstancia explica el que, cuando más tarde empezamos a dotarnos de una industria, hubiéramos de tomar la precaución de reservarle, frente a otras ya maduras, nuestro mercado doméstico.

Después, debido a motivaciones políticas, permanecimos al margen de la Comunidad originaria y así el Tratado de Roma no nos facilitó, al contrario de lo que ocurrió con otros países, el paso a una economía abierta. Hicimos un esfuerzo en solitario de apertura económica, a fines de los años cincuenta y principios de los sesenta, que permitió dar un salto adelante, luego consolidado dentro del marco muy favorable que logramos a través del acuerdo de 1970. Pero la gran operación de la reinserción de España en la Europa institucionalizada y en el Mercado Europeo no ha sido puesta en vías de ejecución hasta ahora, con el tratado de adhesión.

Escasas precauciones

Y, aunque llevábamos mucho tiempo esperando esta hora, se han tomado, entretanto, escasas precauciones. De manera que nos encontramos con que la estructura socioeconómica de España, explicable en función de un pasado complejo y de un reciente período de semiaislamiento, presenta peculiaridades que complican el proceso de integración que ahora vamos a emprender.

Aquí el problema radica en cómo proceder a las profundas transformaciones precisas para alcanzar un nivel de competitividad aceptable en el plazo de siete años. Esto es para las fechas en que, concluido el período transitorio, circulen con plena libertad mercancías y factores de producción entre nuestro país y el resto de la Comunidad.

Porque en ese tiempo habremos de dejar las producciones agrícolas masivas para especializamos en la obtención de frutas, hortalizas, flores, miel, vinos de calidad, carne de ovino... En fin, en los productos para cuya obtención estamos mejor dotados en factores naturales como consecuencia de nuestra climatología, tan diferenciada respecto de la mayor parte del territorio comunitario.

Tendremos que intentar dar con un tipo intersticial de industria, en subsectores donde la tradición artesana, o nuestro ingenio mediterráneo, o la explotación de dotaciones en factores naturales de cualquier tipo, nos permitan hallar un lugar bajo el sol, sin que ello exija una potencia financiera o tecnológica con que no contamos. Y, por otra parte, si en Estados Unidos se prevé que el año 2000 sólo tendrá un 8% de la población activa dedicada a la industria y un 3% a la agricultura, nos habremos de esforzar en construir un sólido sector terciario.

Ir. de nuestra actual economía, basada en cosas como los cereales o la siderurgia, a un planteamiento de perfil totalmente nuevo, que nos ofrezca un futuro, es algo que supone variar sustancialmente el perfil de nuestra agricultura, nuestra industria y nuestro insuficiente sector terciario. No es de extrañar que tal cosa tenga que ocurrir con motivo del salto abismal que supone pasar, en siete años, de una economía tradicionalmente semicerrada a algo muy parecido al librecambio industrial.

Lo que hay que plantearse es si tan profundos y relativamente rápidos cambios son posibles cuando una economía no está dotada de flexibilidad.

Eso ocurre con los elementos socioeconómicos básicos, como lo son el empleo, el mercado de capitales, la fiscalidad y la financiación de la Seguridad Social. 0 los flexibilizamos' o, de lo contrario, el cambio, que cuando viene es ahora, no será posible. Y si no hay cambio, habrá tensiones.

Esta vez provocadas por la vía de una revolución que no pierde nunca su impulso inicial, al contrario que otras, y que es la de la competencia de un mercado rabiosamente concurrencial.

Planteadas así las cosas, hay que preguntarse en qué medida puede contribuir a resolver nuestros problemas un tratado de adhesión que no toca los elementos esenciales, esos que antes mencionaba lamentando el que en España carezcan de flexibilidad. El tratado de adhesión habla casi exclusivamente de aranceles, contingentes y libertad de factores, cosa explicable ya que la Comunidad aún no ha logrado despegar de su planteamiento inicial de unión aduanera que tiende a moverse hacia la unión económica y monetaria.

1 El tratado de adhesión va a sacar a la luz viejas arrugas desde hace mucho tiempo ocultas bajo la gruesa capa de maquillaje del proteccionismo.

Sin embargo, los problemas que hay que resolver para, poder adherirse tienen poco que ver con las materias de la competencia de la actual Comunidad. De ella tenemos derecho a esperar un apoyo, que tiene el deber moral de prestarnos en toda la medida de sus posibilidades, aunque sólo sea porque a este desafilo hemos de hacer frente durante un período transitorio que los comunitarios nos han diseñado con perfiles muy duros. Pero el esfuerzo clave para que tenga éxito esta reinserción de España en Europa dependerá, en lo esencial, de lo que los españoles, cooperando entre todos estrechamente, unos desde aquí y otros desde Bruselas, seamos capaces de hacer en esta hora decisiva.

es ministro plenipotenciario director de Asuntos Internacionales de la CEOE.

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